lunes, 28 de octubre de 2019
Las furias
Un título como Las furias (1950), de Anthony Mann, con guión de Charles Schnee, deja bien claras sus resonancias de tragedia griega. Martin Scorsese la asoció con la obra de Dostoyevski o de Shakespeare (Mann siempre anheló realizar una adaptación de El rey Lear). El primer siglo de Estados Unidos como nación, un país aún en formación, era el equivalente de la Edad Media, o medievo feudal, en Europa. Las estructuras institucionales aún no se habían consolidado. Aún en 1870 era un país en el que primaban los terratenientes o caciques, cual señores feudales, que poseían grandes extensiones de tierra, de tal magnitud que el horizonte siquiera perfilaba sus límites. En Las furias, TC (Walter Huston) es un auténtico señor feudal, poseedor de miles de hectáreas y cabezas de ganado, como lo era Jackson McCanless (Lionel Barrymore) en otra adaptación cinematográfica de una novela de Niven Busch, otro western de intensidades extremas y fronterizas, Duelo al sol, publicada en 1944, y convertida en película en 1946 (la novela Las furias fue publicada también dos años antes que la adaptación al cine, en 1948). Uno y otro no quiere dejan resquicio para nadie. Es su territorio. Son sus dominios. En Duelo al sol, McCanless no quería permitir el paso del ferrocaril. TC incluso emite sus propios billetes, los tecés, como moneda de cambio, controla la circulación de dinero como controla la circulación y definición de su realidad, de su entorno. Sólo deja un pequeño resquicio a los Herrera, por petición de su hija, Vance (Barbara Stanwyck), porque uno de los hijos, Juan (Gilbert Roland) es su mejor amigo y confidente desde la infancia.
En la relación entre padre e hija, vertebradora de la narración, se confunde y entrevera la vertiente sentimental y la vertiente económica (o territorial). Se define por una tensión, que fácilmente pasa de la reverencia a la hostilidad, en la que late cierta vena incestuosa ( hay un momento en que ambos conversan rostro con rostro, como dos amantes que demoraran el beso inminente). De hecho, Vance es presentada en la habitación de la madre fallecida años atrás, y recibe a TC con uno de sus vestidos. Por otro lado, las relaciones afectivas, de amistad y pasión sexual, que Vance establece es con dos hombres que reclaman unas posesiones territoriales que TC se niega a conceder o restituir, Juan y Rip (Wendell Corey). Del mismo modo que la irrupción de una mujer en la vida de TC, Floe (Judith Anderson), implicará la amenaza del desalojo de Juan (la amenaza de dictar y modelar el territorio).
El carácter de TC queda bien definido con el hecho de que cuando su esposa agonizaba él no acudió a ella, porque no acepta perder nada, pero ahora conserva su habitación como un mausoleo, y la visita durante una hora cuando se marcha o cuando vuelve al hogar. Define bien su complejidad y contradicciones, alguien con la arrogancia de imprimir unos billetes, como quien remarca un control de aduana de la realidad, pero acepta los caprichos o peticiones de Vance, también porque sabe que es su forma de afirmarse, una actitud con la que se identifica, una determinación indómita que oculta las vulnerabilidades. Tan parecidos que tarde o temprano uno de los dos deberá desaparecer como si un mismo cuerpo coincidiera consigo mismo en un viaje temporal. El primer conflicto surge cuando retorna al pueblo Rip (Wendell Corey), nombre, como dice Vance, que asemeja al de un filo de una navaja, y algo de ello tiene el personaje. Es hijo de un ganadero de cuyas tierras se apoderó TC, y éste teme que venga en busca de venganza y restitución. Su instinto se lo dice, como quien capta el olor de quien se mueve por semejantes impulsos. Quien se apropia de territorios sabe quién desea recuperar lo que le fue usurpado. Por eso desconfía de sus intenciones, y es lo que expresa a Vance cuando esta no sólo se encapricha sino que se enamora de él ( por lo que se siente incómoda porque la convierte en vulnerable por primera vez). TC está convencido de que Rip, tahur dueño de una casa de juegos, está más interesado en el dinero, y en las retribuciones, que en ella. No es tan simple, porque sí le corresponde, pero Rip si prioriza un propósito, la recuperación de un territorio. Hay enquistado en él un odio de modo tan virulento que subordina la pasión que siente por Vance.
El segundo conflicto surge cuando TC trae con él, de uno de sus viajes, a Floe (Judith Anderson), por la que Vance siente una pronta aversión; tanta que cuando, al de un tiempo, Floe le diga que se van a casar, Vance le lanza unas tijeras, que le dejarán medio rostro no sólo marcado sino también paralizado. En un territorio donde dominan las furias ( nombre del rancho) TC no dejará de devolver la agresión, el ataque, con la misma moneda. Decidirá sitiar a los Herrera para que abandonen las tierras, y, aún más, para contrariar, y herir, a su hija, ordenará ahorcar a Juan por robar un caballo; una excelente secuencia en la que juega con los términos del encuadre: al fondo del encuadre, Vance sale al galope tras no conseguir convencer a su padre de que desista de ese propósito, cruza el encuadre, y en primer término se ve a Juan con la soga al cuello; en el siguiente plano la vemos galopando hacia la distancia, como se aleja en sentido amplio de su padre, mientras se escucha el grito desesperado de la madre de Juan.
Pocos cineastas han sabido crear tanta tensión con sus composiciones, una sensación de opresión, jugando con la fricción entre las figuras dentro del encuadre. O con las sombras. Pocos westerns más oscuros, tenebrosos que éste, comparable a algunos de Wellman, Incidente en Oxbow (1943), Cielo amarillo, (1948), o sobre todo, otra estupenda obra con Barbara Stanwyck, Una gran señora (1941). Con admirable dirección de fotografía deVictor Milner, predomina una siniestra atmósfera, sobre todo en exteriores (las visitas en la noche de Vance a Juan, a los riscos, o las citas de Vance con Rip en el terreno que poseyó el padre de éste). Un uso de las sombras que Mann aplicó, como nadie, en sus obras del cine negro, creando las composiciones más asombrosas que ha dado este género. No hace falta decir que en el último acto Vance desatará sus furias para enfrentarse a un padre que ama, pero cuyo lugar, y dominio, está destinada a hacer suyo. La sangre de las furias alientan los pulsos de poder en la tierra, incluso entre padres e hijas.
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