domingo, 2 de junio de 2019
De hoy en adelante
Tras un introductorio plano aéreo de Nueva York, De hoy en adelante (From this day forward, 1946), de John Berry, un travelling con grúa desciende sobre la calle hasta encuadrar, entre la muchedumbre, a una pareja que sale por la boca del metro, Bill (Mark Stevens), que viste uniforme militar ( hace dos meses que ha vuelto, ya finalizada la guerra) y Susan (Joan Fontaine). La cámara vuelve a ascender, tras que Bill una sus pasos a los de otro también recién llegado (hace tres días), este marinero, que le pide fuego, para acto seguido integrarse en la multitud (singularidades que son multitud). Su dirección, una agencia de empleo, desde la que Bill evocará, desde un presente con futuro incierto, un pasado dominado por las incertidumbres y miedos. Bill y Susan, como la pareja protagonista de la excepcional Y el mundo marcha... (The crowd, 1928) representan a toda una multitud. De hecho, All the beautiful girls, la novela de Thomas Bell, adaptada por Garson Kanin, guionizada por Hugo Butler y, no acreditado, Clifford Odets, transcurría durante los años de la depresión, pero se actualizó a los años anteriores y posteriores a la guerra, por su equivalencia en cuanto a las acusadas dificultades para conseguir empleo.
Varias secuencias después, dos planos contrapicados encuadran a las pequeñas figuras en sombras de Susan y Bill cruzando un puente. También como en la secuencia inicial (cuando empieza a evocar en la agencia de empleo), una tormenta culmina la secuencia (la tormenta, en un sentido figurativo, ha sido y sigue siendo constante en sus vidas suspendidas sobre la precariedad). En esa secuencia específica, años atrás, es una pareja enfrentada a una tormenta por venir, la que les deparará cruzar el puente hacia la vida marital que representará la lucha por mantener una estabilidad funambulista, esa que acaban de presenciar en sus aspectos más inciertos, y que poco tienen que ver con las ilusiones de los finales felices de comieron perdices, a través de la relación marital de Martha (Rosemary DeCamp) y Hank (Harry Morgan). Martha ha intentado convencerla de que no se apresure a dar ese paso ( y enfrentarse a los sinsabores de la precariedad, de la vida arrebatada por el trabajo y las dedicaciones domésticas), y Bill está impresionado por el talante positivo, aún ríe, pese a estar sin empleo, de Hank. Pese a esa pantalla que constituyen Hank y Martha de su posible horizonte de incertidumbre, ante al que ambos reconocen tener miedo, deciden dar el paso, y enfrentarse a esas tormentas que zarandearán su vida. (Berry lo haría con una tormenta bien grande cinco años después, que implicaría un giro radical en su vida, cuando fue delatado, por sus afinidades comunistas, por Edward Dmytryk y Frank Tuttle; tuvo que abandonar el país para poder seguir adelante, en concreto, en Francia dónde proseguiría su carrera hasta su muerte en 1999; también el guionista Hugo Butler sufriría el calvario de engrosar la lista negra).
Bill y Susan ignoran cómo puede ser la meteorología al otro lado del puente en el difuso horizonte de su futura vida. Como temía en el mismo puente, antes de pedirle matrimonio, puede que un día se quede sin su empleo de mecánico fresador, como así será, por lo que tendrá que sufrir la incertidumbre de cuándo conseguirá un nuevo empleo, y cómo obtendrá comida ( conmovedora la secuencia en la que un hijo de Martha y Hank se ofrece para conseguirles un hueso de carne para que hagan sopa). Puede ocurrir cualquier imprevisto, por inusitado que sea, como que los dibujos que realice para un libro sean la razón por la que sea denunciado por atentado a la moral, secuencia que tampoco se plantea con excesiva gravedad, o enfática dramatización (casi como algo que uno no esté dando crédito de que esté ocurriendo; un absurdo como el hecho de que tenga que declararse culpable para evitar ir a juicio y de este modo le concedan la libertad provisional). Los imprevistos pueden ser las que determinen las condiciones laborales: las secuencias que narran cómo casi no pueden verse ambos durante un periodo de tiempo porque él trabaja de noche y ella de día, circunstancia desesperante planteada con eficaces toques de comedia: él al llegar a casa intenta despertarla haciendo ruido ( al dejar sus herramientas o dejar caer sus zapatos).
Se rehuyen las afectaciones de los resortes más convencionales de dramatización, manteniendo siempre una muy ajustada distancia, un equilibrio de tonos que hace que la emoción fluya, sin nunca forzarla, y que se convierta en una visión de una vida mundana con su sucesión de 'tormentas'. Al respecto, resulta modélica la secuencia de la mañana de la despedida, entre lo cómico y lo tierno, cuando él tiene que alistarse tras ser llamado a filas: Ambos despiertan tarde, y ella se encuentra en la cocina con que tiene poco o nada para hacerle el desayuno ( y la leche está cortada, y hasta se le cae uno de los dos huevos que tiene): culmina con los bellos planos, por un lado, de él alejándose por una calle solitaria (casi equivalente al plano previo, también muy abstracto, de ambos caminando por la nocturna calle tras salir del cine, mientras se escucha por el altavoz, que ocupa una parte de encuadre, la voz de Hitler, indicativo de una entrada en guerra inminente) y, por otro lado, de ella llorando, pesarosa porque se había preocupado más por una minucia, que tirara un objeto suyo a la basura, una forma de desviar su pesar por el hecho de cuánto le iba a echar de menos; sobre su rostro, una vez más, la lluvia, de otra tormenta que ha hecho acto de presencia, mojando su rostro. En la hermosa conclusión, ambos cruzan, otra vez, el puente, ahora con la perspectiva de una hija en camino y de un posible trabajo para él: esta vez la cámara asciende desde ellos, para acabar encuadrando la ciudad, en la que viven miles de parejas como ellos que intentan cruzar el puente de la vida cotidiana y seguir adelante superando cualquier 'tormenta' venidera.
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