miércoles, 15 de mayo de 2019

Hellboy

Hellboy, personaje creado por Mike Mignola en la novela gráfica Hellboy: Seed of destruction (1994), publicada por Dark Horse Comics, es una criatura procedente de otra dimensión entre cuyas características físicas, más allá de una apariencia que remite a la iconografía del demonio (por sus cuernos, rabo y tonalidad rojiza, como piel quemada por el sol), destaca la desproporción de su mano derecha, que en el comic lleva grabado, por el ángel Azazel, la frase La mano derecha de la fatalidad. ¿Hay un destino inevitable o es el que nos creamos? Acompasada a las nocturnas primeras imágenes de su adaptación cinematográfica, Hellboy (2004), de Guillermo del Toro, una voz en off pregunta ¿qué es lo que nos hace a los hombre ser hombres?¿Nuestros orígenes?. Es decir, ¿hay algo que nos determina de modo inapelable (y que se podría extender a esa recurrente justificación, a escala cotidiana, de es que yo soy así? ¿Nuestra naturaleza, o nuestra actitud y conducta, puede ser modificada u afinada?¿Hay un destino ya marcado?.
En el prólogo, en 1944, en el norte de Escocia, en las ruinas de una abadía, Grigori Rasputin (Karel Roden) propicia la apertura de un umbral a otra dimensión, una apertura que es una invocación para que acudan los Ogdru Jahad, seres de resonancias lovecraftianas, equiparables a los mitos de Ctulhu, seres que representan el puro caos. Su invocación se realiza con el propósito de apuntalar la victoria del ejercito alemán frente a sus enemigos, el ejercito aliado. Para efectuar esa invocación utiliza un singular guante, de proporciones desorbitadas, equiparable a la mano de Hellboy (en el comic utilizaba guantes en ambas manos, pero Del Toro quiso ajustar su condición de reflejo, siniestro, de Hellboy). No es su único reflejo siniestro. Aparte de Ilsa Von Haupstein (Bridget Hobson), a Rasputin le asiste Rupert Kraken (Ladislav Beran), un oficial de Unidad de asalto nazi (Obersturmbannfuhrer), miembro de la Sociedad de Thule, grupo ocultista, y asesino a las ordenes del mismo Hitler. En la refriega, cuando son atacados por un comando estadounidense, Kraken perderá una de sus manos, que sustituirá tiempo después por una mano metálica cuyo engranaje está compuesto por piezas de reloj, aunque el tiempo no corra por su venas, sino la arena. Su máscara oculta un rostro sin párpados ni labios, y su cuerpo rebosa de cicatrices por causa de heridas autoinfligidas. La refriega conseguirá que sea cerrado el umbral, lo cual parece provocar la muerte del mismo Rasputin, cuando parece ser absorbido por su vórtice. Parece. Pero Trevor Bruttenholm (Kevin Trainor), el asesor británico del presidente Roosvelt en cuestiones paranormales encontrará un pequeña criatura de piel rojiza con una mano de proporciones desorbitadas, un Hellboy bebé. Una criatura surgida (¿o traída?) de esa otra dimensión. Brotamos al mundo ¿con qué finalidad? ¿Y qué ocurre cuando nos sentimos anomalía, cuando no acabamos de sentirnos integrados en un conjunto social, o sentimos que nos rechazan, como si nos sintiéramos fuera de la ecuación, como si sintiéramos que nos hacen sentir fuera de la ecuación?
Sesenta años después, Hellboy (Ron Perlman, por quien Del Toro batalló con la productora durante siete años para que le aceptaran como protagonista) es utilizado como arma, en el Departamento de Defensa e Investigación Paranormal, para combatir criaturas de otra dimensión como él. Bruttenholm (John Hurt) le considera, y llama su hijo, pero el director del Departamento, Tom Manning (Jeffrey Tambor), no deja de remarcarle que es un monstruo, que no es uno de ellos. Como le señala, el día que desaparecieran todos los monstruos que combate aún quedaría uno, él mismo. Hellboy se siente atraído por una humana, Liz (Selma Blair), que dispone de una capacidad que le diferencia y distancia, en cuanto anomalía, del resto, ya que puede generar fuego con su voluntad (aunque tema que se le descontrole, como impulso desbocado). Hellboy es ignífugo, y Liz es pirokinesica. Hay algo que sí cuadra entre ambos, como una ecuación que se ajusta, pero Liz no se acaba de sentir definida o ajustada, cómoda, en su circunstancia anómala, por eso, al comienzo del relato, no está integrada en el Departamento sino que está ingresada en un sanatorio, recibiendo tratamiento. Como anomalía que se siente, prefiere apartarse, en un espacio que remarca esa condición de anomalia, pero no para ser utilizada, sino para quizá ser curada. No quiere ser rareza, porque le hace sentir desgraciada, porque teme que le supere esa misma cualidad excepcional. Esa incapacidad de sentir equilibrio o armonía, es decir, de sentir que no encaja en una estructura de realidad, le hace también sentir que su relación con Hellboy no puede materializarse, no puede prenderse la llama, aunque su llama nunca quemara a Hellboy. Teme abrasar la realidad, pero no se atreve a consolidar una relación con quien sí puede encajar su llama, y de hecho habitar esa llama, porque esa es su aspiración, es la dimensión que realmente desea habitar. Por eso, Kraken representa, como reflejo tortuoso, la anomalía, o diferencia que se siente como desajuste, que se quiere ocultar, con la que no se relaciona con armonía, por eso se autoinflige daño. Esa pulsión autodestructiva, en Liz, lidia con el esfuerzo de Hellboy por resucitar, consolidar y dotar de cuerpo, la atracción que ambos sienten. Como reflejos o correspondencias, de figuras y circunstancias, Rasputin es resucitado, mediante la sangre de una víctima, por Kraken e Ilsa. Y Hellboy deberá enfrentarse en un museo con una bestia invocada por Rasputin, Sammael, un demonio con la capacidad no sólo de resucitar, sino de duplicarse cuando es abatido.
Hay que remarcar que ambas relaciones son aportaciones de Del Toro. En el comic de Mignola no se desarrollaba esa relación paternal, a través de la cual se enfoca, en contraste con la figura opuesta de autoridad de Manning, en la diferente relación con el Otro, sea el rechazo o la aceptación, y por tanto, integración, cuestión en la que ahondará en la posterior La forma del agua (2017), desde una vertiente más grave y dramática: Manning no resulta amenazante, sino cómico por su tratamiento grotesco, a diferencia de Strickland, el responsable de seguridad, o el general Hoyt, en La forma del agua. Y, por otro lado, el personaje de Liz no disponía de esa relevancia en el comic, ni desde luego, ni remotamente, como señaló el propio Mignola, se le había ocurrido la posibilidad de que se gestara una atracción entre ambos.
Del Toro establece un (aparente) excurso en una secuencia, planteada en términos de comedia (aunque, en términos generales, la comedia se conjuga, armónicamente, con lo siniestro y lo emotivo durante todo el relato), en la que Hellboy sigue a Liz, que ha vuelto a reintegrarse en el grupo, porque siente celos del agente recién llegado, John Myers (Rupert Evans), con quien Liz ha salido del recinto (lo que Hellboy teme que sea una cita). Digo aparente excurso, porque resulta elocuente que, mientras Hellboy espía a la pareja sentada en un banco (es decir, se distrae, o pierde foco), sea cuando Kraken, por orden de Rasputin, mate a Bruttenholm. Esa inseguridad que no deja de ser reflejo de puerilidad (relevante es que mientras Hellboy espía le acompañe un niño que, incluso, le da consejos sentimentales, aunque sea lo que ha oído a su madre) propicia la irrupción de sus reflejos siniestros (que matan al profesor en el mismo interior de la base, como los demonios de los celos han asaltado la mente de Hellboy).
En cuanto a la sensación de sentirse extraño, y fuera de ecuación, que se puede sentir como condena, que recorre el relato, culmina con la confrontación de Hellboy con quién siente o piensa que es, es decir, si piensa que un destino (una identidad) le determina. En la secuencia de la conclusión, Rasputin le dice que su destino es ser la mano que posibilite la venida, desde la otra dimensión, de los Ogdru Jahad. Su identidad real no es la que le permiten los humanos (es tolerado en la medida que les resulta útil), sino que es Anung Un Rama, destinado a destruir el mundo de esta dimensión. Para persuadirle arrebata el alma de Liz, y le dice que la recobrará si accede a posibilitar el acceso de esas criaturas caoticas (como en sus sentimientos aún se agita la inseguridad con respecto a Liz; durante esa última incursión ha escuchado cómo Myers preguntaba a Liz si le correspondía). En un primer momento Hellboy accede, y esa aceptación de esa condición predeterminada se manifiesta en que recobra sus cornamentas en toda su afilada extensión. Pero la voz de quien precisamente representaba sus miedos, y había puesto en evidencia sus inseguridades, Myers, le hace recobrar la consciencia y neutralizar ese acceso desde la otra dimensión, aunque uno de esos seres, Behemor, irrumpirá en esta dimensión a través del cuerpo de Rasputin (su reflejo siniestro). Pero Hellboy que ya siente quién es lo reventará literalmente: explosiona desde su interior a esa criatura entre limaco y pene, como si explosionara sus inseguridades. Como señala en la conclusión la voz que planteaba la interrogante sobre qué hace a un hombre ser un hombre, lo que le define es lo que su voluntad decide y manifiesta. Se define por sus actos y decisiones, no hay predeterminaciones. Por eso, cuando se besa con Liz, el fuego les rodea, como si ya hubieran materializado su singular dimensión, la armónica asunción uno y otro de lo que quieren, desprendida ya la siniestra interferencia de las inseguridades.
Por supuesto, en un relato en el que forcejean los sótanos de las emociones, lo que no se logra precisar, lo que desborda y domina, los subterráneos, como espacios recurrentes, tienen especial relevancia en diferentes enfrentamientos con las criaturas siniestras. Subterráneos que ya habían sido espacio fundamental en la previa Mimic (1997), casi un esbozo, aun así estimable, de Hellboy, como no faltan, como en aquella, secuencias que acontecen en los túneles del metro (como esa en la que al mismo tiempo que enfrentarse al demonio Sammael, que le arrastra hacia el vacío, se esfuerza en salvar la vida de unos mininos, ya que los gatos, más allá de Liz, son su predilecta compañía). Más allá de que los subterráneos o sótanos dispongan también de su relevancia en obras como El espinazo del diablo (2001), Blade II (2002) o La cumbre escarlata (2015), la otra película, ya mencionada, con la que se puede establecer más evidente vínculo es la posterior, y celebrada, La forma del agua que, junto a las obras centradas en Hellboy me parece su obra más equilibrada y armónica en su conjunto (aunque no calificaría a ninguna de su filmografía como gran obra). De nuevo, unas instalaciones secretas y subterráneas, y una criatura anómala de naturaleza acuática (interpretada por el mismo actor Doug Jones). La relación sentimental entre seres diferentes (que se sienten diferentes), una relación que supera cualquier barrera de prejuicio o predeterminación, será el equivalente de la que aquí establecen Hellboy y Liz. Pero su equivalente físico es Abe Sapiens, la otra criatura integrante del Departamento de Defensa e Investigación Paranormal, junto a Hellboy. Uno es ignífugo, y otro necesita del agua. Uno ante todo utiliza la fuerza o la destreza física, y el otro sus cualidades mentales. Otra singular pareja que se complementa. ¿Por qué el fuego y el agua no se van a complementar?. No hay como desafiar, o poner en interrogante, los límites, sin miedos ni inseguridades, para disponer de una mente abierta y flexible.

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