martes, 26 de marzo de 2019
Dumbo
Entre los cautiverios de la decepción y el vuelo de la ilusión. Hay quien dispone de menos de lo que quisiera, y quien dispone de más de lo que el entorno considera debiera. Hay quien prefería no ser visible, y quien adquiere particular notoriedad, en ambos casos por una anomalía, que en el segundo caso se convierte en peculiaridad por la que destaca, como atracción por su rareza. Holt (Colin Farrell) vuelve de la guerra con un brazo menos, y en su hogar se confronta con otra falta, de la que ya tenía conocimiento, la pérdida de su esposa por una epidemia de gripe, y también con la pérdida, que no esperaba, de los caballos con los que efectuaba su número en el circo donde trabajaba, el de los Hermanos Medici, aunque sólo sea uno, Maximilian (Danny De Vito), quien vendió los caballos, y ahora le ofrece que se encargue de los elefantes. Precisamente, su principal atracción, una elefanta traída del lejano oriente, está preñada, y da luz a una cría, Dumbo, con orejas de anómalas, por desmesuradas, proporciones. A diferencia de Holt, cuya vida parece definida, o condicionada, por lo que le falta, la de Dumbo lo está por lo que le sobra. Una particularidad, o rareza, que en principio suscita rechazo, como una disfunción que no pudiera resultar ser útil. Así se siente, en cierta medida, Holt, por la falta de su brazo. Por eso no quiere que se perciba su presencia, que nadie le reconozca. Disimula esa falta, que siente como carencia, con un brazo ortopédico, y se esconde en bigotes postizos o maquillaje de payaso, aunque le resulte humillante. Pero eso no evita que siga sintiéndose un inútil con respecto a sus dos hijos, Milly (Nico Parker) y Joe (Finley Hobbins), como si no pudiera ser como ellos quisieran que fuera. Se siente incapaz de saber tratarlos como sí, en cambio, sabía su esposa, aunque su principal impedimento sea que no sabe aún tratar consigo mismo. Se esconde en su desanimo, como quien no suelta el freno de mano, porque no sabe afrontar su anomalía. Milly tambíén se siente anomalía, pero en su caso con el orgullo de quien afronta su diferencia, salirse de un patrón, como su realización: no aspira a seguir la dedicación de la tradición familiar, sino ser una científica como Marie Curie. Variantes de la diferencia, anomalía, singularidad, o rareza, constante en el cine de Tim Burton. Todo depende de la actitud, cómo se sienta uno en relación con su entorno, como se afirme con respecto al mismo, cómo se sienta con uno mismo. O cómo conseguir que de tu anomalía, rareza o singularidad broten alas con las que volar.
Dumbo (2019) es la tercera obra, en la filmografía de Burton, que cuenta con la presencia circense, las dos anteriores, dos de sus mejores obras, Batman vuelve (1992) y Big fish (2003), en las que también participaba Danny De Vito. Se inicia con una secuencia que parece el característico montaje secuencial que suele servir de transición: el recorrido del tren del circo por diversos estados estadounidenses, con un collage superpuesto de imágenes de las múltiples representaciones. Se presenta el escenario. Otro tren es en el que trae al padre que vuelve de la guerra. Un padre cuyos hijos ignoran que ha perdido un brazo. El montaje secuencial del recorrido del tren del circo culmina con un plano del humo que brota de la locomotora, sobre el que se superpone el título de la película (Dumbo). Cuando los niños corren hacia su padre en la estación, al disiparse el humo será cuando adviertan que su padre carece de un brazo. Ilusión y decepción. Lo que sientes que sobra, lo que sientes que falta. Dos trenes que, durante la primera mitad, se desplazarán en paralelo sin converger. El padre se muestra elusivo e impotente, sin capacidad de enfrentarse a las circunstancias, sin complacer lo que sus hijos esperan de él, su determinación. Esa decepción amplifica la frustración por la separación de Dumbo de su madre, cuando esta provoca que se caiga la carpa del circo al intentar proteger a su cría. Los hijos perdieron a su madre, y ahora ven cómo otra cría pierde a la suya, o es separada de la misma (sin que su padre parezca capaz de intervenir de modo decidido). La motivación de un reencuentro se convierte en la inspiración para volar, en un sentido físico y metafórico, como transferencia: los niños son los que encuentran la llave de acceso, una pluma, que motive a Dumbo para volar (del mismo modo que Milly dispone de la llave que le cedió su madre como fetiche que le proporciona la confianza o seguridad).
Pero esa no convergencia de trenes, el pulso entre ilusión y decepción, sufrirá una interferencia que, de modo paradójico, se convertirá en conductor que resuelva el cortocircuito emocional, ya que, aunque represente lo opuesto, precisamente, como opuesto, propiciará la determinación necesaria para la afirmación de quienes se sienten inútiles, impotentes o desvalidos. Esa figura irrumpe con un coche. De hecho, lo primero que se escucha es un sonido que Dumbo confunde con el bramido de su madre, pero no es sino el motor de su coche. Quien llega representa la quintaesencia de la actitud que provocó su separación, la actitud que prioriza el negocio, la instrumentalización del otro, el empresario Vandevere (Michael Keaton), propietario del parque de atracciones Dreamland, quien aspira a enriquecerse con el nuevo fenómeno que representa Dumbo.
Dumbo no deja de mirar a la producción animada de 1941, sea situaciones sobre las que realiza variaciones (el número de los payasos, las alucinaciones con elefantes rosas) o puntuales referencias, como homenajes, de personajes de animales que en la versión animada tenían más relevancia (la fugaz presencia de las cigueñas, los ratoncitos de Milly en una jaula), pero crea su propia dirección. Fundamentalmente, la narración fluye, vivazmente, a través de los juegos de reflejos entre las dos familias. La posibilidad de amenaza a una dispondrá de su correspondiente efecto en la esperada modificación de la actitud que con determinación se enfrentará a un desanimo que más bien propiciaba la imposición de otras actitudes que se afirman en la desvinculación: los demás son sólo herramientas o mercancías; la desvinculación del individualismo se fundamenta en la mera satisfacción del propio interés por encima del de otros. El reflejo escénico de esa actitud siniestra es esa isla de pesadilla donde los animales son transfigurados como apariencia monstruosas para servir como atracciones de feria, sombras cautivas, como Holt permanece cautivo de sus sombras. Burton armoniza lo fabuloso (en las espléndidas secuencias de los vuelos) con la vibración emotiva: esos vuelos no son, de nuevo, sólo un logro físico, sino reflejos en correspondencia con la falta y la confianza como propulsor de la liberación del cautiverio de los lastres que impiden la determinación que, a su vez, impida la imposición de la falta de escrúpulos, esa que no sabe de empatias. Como demuestra el padre aunque le falte un brazo: no se necesita ortopedia, como tampoco fetiches, para sentir confianza, impulso de acción. La llave o la pluma es uno mismo. Por añadidura, de nuevo, en certero juego de reflejos, se aboga por la erradicación del cautiverio de animales. Un buen recordatorio de que, como especie, no somos el centro del universo, y que como individuos estamos conectados a los otros. Y esa conexión no se genera con la imposición sino con la confianza en uno mismo, esa que no siente que falte o sobre nada.
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