viernes, 22 de febrero de 2019
Where is Kyra? y ¿Podrás perdonarme algún día?
Precariedad e imposturas. Dos interrogantes: Where is Kyra? (2018), de Andrew Dosumnu y ¿Podrás perdonarme algún día? (Can you ever forgive me, 2018, de Marielle Heller. Dos mujeres cautivas en las tinieblas o grisura de las carencias. Dos mujeres a las que amenaza el abismo de la precariedad. Dos mujeres que recurren a la escenificación e impostura para salir a flote, salir a la luz de la (mínima) estabilidad económica. ¿Podrás perdonarme algún día? añade otro componente a la ecuación, la creación. Lee Israel años atrás, en 1985, había disfrutado de éxito editorial con su biografía sobre Esteé Lauder, pero en 1991 su vida material se define por la precariedad económica. Aún así,, no desiste en su propósito de escribir lo que quiere escribir, una biografia sobre Fanny Brice. Aunque su editora le indique que no es algo que interese demasiado, cuando le pide un adelanto para superar su precariedad, ella no ceja en su propósito (como quien no desiste de beber alcohol aunque su salud y economía se resienta; y el alcoholismo es también otra de sus grietas vitales). Quiere hacer lo que quiere, pero eso no le va a proporcionar el suministro suficiente para dotar de red a su vida corriente, al pago de lo que vincula con el tiempo y el espacio, las facturas o el alquiler. Se resiste a que la realidad sea de ese modo, considera que es injusta, que se desestime importe el valor cualitativo de lo que quiere escribir. Se siente estafada por la misma realidad. Por eso. optó por la impostura. Decidió inventarse cartas de escritores para venderlas como si fueran genuinas. Ya que la venta de sus propia pertenencias no reportaba la cantidad necesaria, ni consigue el adelanto por una obra que la misma editora indica que tampoco le reportará gran cosa si la publica, ya que es ella es casi nada, ni importa su voz literaria o cuál es su destino,si desaparece en la nada, decide usurpar la voz de otros escritores, pretéritos, que ya no están, los cuáles, irónicamente, sí le reportarán, a través suyo, a través de su simulación, el dinero necesario para poder seguir siendo un cuerpo con presente y un futuro con una mínima certeza. Una apuesta que supone engaño, escenificación, representación.
No hay colores vivos en las composiciones visuales, más bien colores amortiguados que rezuman sensación de falta de color, como al fin y al cabo Lee Israel intenta reanimar su vida, dotarla de color, como el cuerpo que mas que respirar boquea, como el cuerpo que se recupera de un desmayo. Y de modo provisional lo consiguió con las 400 cartas que se inventó. Se asoció con Jack (Richard E Grant), una singular figura marginal que trafica en los márgenes de la realidad. Droga, cartas falsas, los paraísos artificiales que se compran, la vida mínima que se compra. La narración deja penetrar paulatinamente la desesperación larvada con sutileza a través de brechas que se irán adueñando de la narración, manifiestas en especial en la evolución de la relación entre Lee y Jack, a través de los claroscuros de la utilización que hace Lee de Jack, que tiñen la aparente sintonía de aprovechamiento, como una extensión instrumental, herida no cerrada que impregna el último encuentro entre ambos, en el que él es ya una figura lesionada por la realidad, por su modo de vida y por la actitud de ella. Esa cojera vital que Lee no quería sentir en ella misma, para lo que usó las voces de otros, para propulsarla como si volara por una realidad que podría acompasarse, valga la paradoja, a través de su impostura, a la voz que negaban o no querían escuchar. No escuchaban su voz, pero sentía que se plegaban a su voluntad. Te empecinas en sostener tu vida sobre tu propia voz, como muchos creadores se obcecan, pero no encuentras el modo de canalizarla, o de convertirla en sustento de vida, a no ser que la impostes para disponer de la ilusión de red, y esa impostura implica instrumentalización de otros. De ahí ese titulo, ¿Podrás perdonarme alguna vez?.
¿ Dónde está Kyra? es la traducción de la excelente Where is Kyra (2018), de Andrew Dosumnu. Kyra está cautiva en las tinieblas. Las tinieblas de la precariedad. Entre las producciones estadounidenses estrenadas el año pasado, quizá no haya más elaborado trabajo de iluminación y composición visual que el que realiza Bradford Young, que ya había realizado algunos de los más sugerentes trabajos de dirección de fotografía de los últimos años: En un lugar sin ley (2013), de David Lowery, La llegada (2016), de Denis Villeneuve, o, en especial, El año más violento (2014), de J.C Chandor, con la que más conecta a través de la paleta de falta de luz y sombras. Dota de cuerpo a la difuminación del cuerpo de Kyra en su realidad: es una sombra entre sombras, una figura borrosa, sin lugar, que se va desvaneciendo, o que siente peligrar cómo puede desvanecerse en cualquier instante, como la figura en la espiral de la mancha que domina el conjunto del dibujo. Kyra tiene ya más de cincuenta años, vive con su anciana madre, y no dispone de trabajo desde hace dos años. No fructifica ninguna entrevista de trabajo, y el fallecimiento de su madre parece atornillar su condición de figura en las penumbras de los márgenes, como esas composiciones dominadas por las tinieblas. Ni siquiera la sintonía afectiva que parece encontrar en Doug (Kiefer Sutherland) parece aportar el necesario aliento a una vida que no parece poder perfilarse, a no ser, valga la paradoja, mediante su desaparición en una impostura, un disfraz, una simulación, una figura sin rostro, espectral, la representación de su madre, una figura que es y no es al mismo tiempo, identidad que no es, desaparición en una figura indefinida, un bulto.
Kyra vivía de la pensión de su madre. Pero no puede seguir cobrando ese dinero si ya consta como muerta. Por lo que debe hacerse pasar por su propia madre. Vestirse, desaparecer en una ingente cantidad de ropa que oculta su rostro, como si sólo fuera, cual personaje lovecraftiano, un hueco bajo una vestimenta, una apariencia que se desplazara pausada y esforzadamente como una entidad siniestra. Kyra es ya cuerpo de las tinieblas, un espectro, para poder sobrevivir, para poder pagar el alquiler adeudado. Una vida que se resiste a ser sustraída de modo completo se traviste en bulto que simula a alguien que está muerta, suma de paradojas que no evitan que esté desvaneciéndose su presencia en los espacios que parecen ya más grietas o materia inestable, degradada, o en la ausencia de luz. Michelle Pfeiffer proporciona un admirable trabajo de composición, pero no centra el encuadre, sino la composición del mismo. Ella es un componente más del atrezzo. Cada plano es un fragmento que representa un todo, la corporeización de una realidad tenebrosa, en la que los espacios son purgatorios, lineas que se difuminan. Aún más, en ocasiones, la degradación de la luz es pura oscuridad, y su figura una difusa silueta. La narración se arrastra como el aliento de un condenado, una realidad que supura, y que se torna en reflejo en el espejo que nos alude, reflejo de lo posible que es infección extendida de nuestra sociedad, las circunstancias de tantos, en particular ya a cierta edad, cuando se supera los cincuenta, que parecen abocados, por las dificultades en encontrar un puesto laboral, a las penumbras de los márgenes donde amenazan las tinieblas de la completa desaparición. Cuando eres nada, no estás en ninguna parte.
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