jueves, 28 de febrero de 2019
Profesor en Groenlandia
El aprendizaje de otra mirada. Posibilidades y problemas por resolver. El primer plano de la producción francesa Profesor en Groenlandia (Une année polaire, 2018), de Samuel Collardey, es el de una pintura cuyos trazos, blancos y azules, representan un entorno polar. Es una pintura que contempla Anders (Anders Hvidegaard) en el despacho donde le entrevistan para un puesto de profesor en Groenlandia. Entre las tres opciones elige la que más se puede alejar de su modo de vida, de aquello a lo que está habituado. No el puesto en la capital, el entorno que más se puede parecer al que ya conoce, sino el que pueda ser más diferente, Tiniteqilaaq, un poblado de ochentas personas, en la tundra de la Groenlandia Oriental. Anders, un joven danés de 29 años, toma esa decisión porque, ante todo, piensa en las posibilidades, en la vivencia de una experiencia que sienta como acontecimiento, una aventura, la materialización de una fantasía (esas manchas indefinidas que invitan a lo inimaginable, como la pintura), una vivencia que no sea la cumplimentación de lo familiar, de la rutina, de la vida estructurada y programada. Por eso, había decidido estudiar magisterio, porque no quería ser la novena generación que cultivara las tierras heredadas. No quiere hacer lo que se supone que debe hacer, como la inercia que se sigue como dogma, sino tantear las posibilidades. Pero asentarse en un territorio desconocido implica problemas por resolver, los conflictos de la adaptación e integración. En principio, la relación la establece desde sus coordenadas, de acuerdo a la plantilla de actuación que le recomienda la mujer que le ofrece el empleo (y que vivió diez años en Groenlandia): Va a enseñar danés, no a aprender groenlandés, o lo que es lo mismo, va a transmitir unos conocimientos, relacionados con otros modos de vida, lo que no deja de implicar interacción unidireccional, ya que como ella señala, qué utilidad tiene conocer groenlandés. Es la lengua de un cultura en los márgenes, o atrasada, por lo tanto la imposición (o moldeado) se justifica en la instrumentalidad de lo que se les suministra como conocimiento.
El primer tercio de Profesor en Groenlandia se define por la sintaxis abrupta, como si evidenciara esa falta de nexo. Anders forcejea con lo que no logra comprender, sin esforzarse e integrarse y, aún más, sintiéndose, además, rechazado, como si no fuera aceptado en la pequeña comunidad. Se alternan las acciones que evidencian su desajuste, y su insatisfacción, con actividades de los lugareños, que reflejan su modo de vida, sus rituales cotidianos, sus rutinas. No hay, con respecto a lo primero dramatización, ni tampoco se potencia la vertiente impresionista, las sensaciones de Anders, como, al mismo tiempo, se presta atención observacional, pero de modo sintético, a la relevancia del entorno, de los perros, los juegos de los niños o la pesca (o caza de focas). Es un estilo que fusiona la ficción (el empleo de la música con más presencia de modo progresivo, acorde a la integración de Anders) y el documental. De hecho, es un relato protagonizado por quienes vivieron esa experiencia. Este es el relato de una integración y, sobre todo, del aprendizaje de otra mirada, de otro modo de vida. Aún hoy Anders sigue dando clases en ese poblado.
En su proceso de intersección, o integración, es particularmente relevante uno de sus alumnos de ocho años, Asser (Asser Boassen). En el primer tramo los alumnos conforman un grupo con el que lidia para entenderse, o a los que dominar como un rebaño que más bien se subleva y no reconoce su autoridad. El vínculo con Asser propulsa y dota de definición ese entorno, que no sólo entenderá, sino cuyo modo de vida abrazará como el que desea. Y a medida que eso se consolide, como el cuerpo que perfila una sombra, la narración se hará más fluida y armónica, como ese mismo proceso de que vive Anders. Del mismo modo que Asser es un niño que aprende sobre sus costumbres, no sólo las relacionadas con la caza, a la que se quisiera dedicar cuando sea adulto (aunque sean ya escasos los cazadores), sino a cualquier actividad, como las que realizan habitualmente las mujeres, desollar las focas (al respecto es interesante que se remarque la flexibilidad de su cultura: cazadoras también ha habido pero a partir de convertirse en madres reducían la cantidad de su caza). Anders también aprenderá las condiciones y hábitos de un modo de vida: aprende a guiar un trineo, su lengua, a pescar o cocinar sus platos característicos.
Es interesante que Anders se plantee, de modo más decidido, sus elecciones cuando se confronta a la noción de la restricción. Alguien comenta que los sueños de ser cazador de Asser se diluirán cuando vaya a estudiar a otra ciudad. Los adultos que viven en ese poblado sólo conocen su entorno, no saben que existen otros modos de vida. Pero para Anders implicará amplificar, precisamente, sus conocimientos de esa cultura a la que presuntamente debía instruir. Para los lugareños resulta sorprendente que no conociera las auroras boreales, o aún más, que viviera sin haber visto una. Una aurora boreal refleja esa armonía con el entorno: las leyendas dicen que son causadas por los espíritus de animales que juegan al fútbol con la cabeza de un morsa. Si silbas, la aurora se acercará a ti. Si le lanzas excrementos de perro, se alejará. La relación con los animales refleja esa armonía con su entorno: A Asser le regalan un cachorro recién nacido, que aún ni abre los ojos (como él los está comenzando a abrir con el conocimiento), que será su perro guía en el trineo; Anders le enseña las palabras en danés que corresponde a los animales, y a la vez imitan sus voces (el resuello de un caballo, el cloqueo de una gallina). Es otra forma de relacionarse, esa que convierte una expedición con trineos, en busca de un oso al que cazar, en la experiencia de ascender laderas nevadas con el trineo, construir un igloo con hielo en pocos minutos para protegerse de una tormenta, y mirar con una sonrisa de conciliación a una osa a la que no se dispara porque va a acompañada de dos cachorros. Es un detalle, de respeto, que define una cultura que vive de la pesca y caza. Por eso, ya para Anders, la pintura de trazos azules o blancos que encendían con posibilidades su imaginación en el plano inicial se convierte en el azul del agua del que surge el chorro blanco de unas ballenas, mientras rema en su kayak con Asser, otro aprendiz como él.
Una bella overtura nos introduce en ese nuevo territorio, una muestra de la excelente banda sonora de Erwann Chandon
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