domingo, 13 de enero de 2019
Tierra de nadie
El cine de Alain Tanner es un cine sobre personajes desplazados, que no encuentran su lugar en una sociedad mecanizada, en el que el mismo tiempo es parte de un código de circulación, y en el que integración implica enajenación, convertirse en sumisas funciones en la casilla adjudicada dentro de una producción en serie, en la que eres útil si produces y aceptas las condiciones estipuladas. Un mundo de aduanas visibles, o invisibles. Es un cine de interrogantes, de viajes que son búsquedas y rupturas, de cuestionamiento de unos modos de vida instituidos, de búsquedas de la sensación verdadera, del conocimiento como desplazamiento (interior). El desplazamiento podía ser físico, como el de las dos chicas de Messidor (1979) que se dedican a errar por las carreteras de Suiza haciendo autoestop (errar es no ser productivo, no hay viajes interiores, sólo los que realices como turista), o habitando otro espacio, como el marinero maquinista de En la ciudad blanca (1983), que es habitar la vida de otro modo, ejercitando la mirada, ya no inercial, viviendo los momentos (sentirse presente), fluyendo con el tiempo (ese no hacer nada que se considera improductivo), como si estuvieras fuera del mundo, pero a la vez estás más próximo a lo que es, como la vida alternativa, despreocupada de valores materiales, del personaje de Trevot Howard en A años luz (1981), en los apartados parajes de Escocia. La protagonista de Una llama en mi corazón (1987) le decía a su pareja, un periodista que no paraba de viajar ( pero no viajaba realmente), que ella sí viaja, al centro del corazón, donde quema. Son personajes en tierra de nadie, con un pie dentro y un pie fuera, porque van a contracorriente.
Hay una secuencia en la espléndida Tierra de nadie (No man's land ,1985), que transcurre entre dos pueblos, uno francés y otro suizo, que condensa el absurdo de esta sociedad (entonces y ahora) de aduanas y casillas. Paul (Hugues Quester) accede a llevar en su coche a una mujer inmigrante del pueblo francés al suizo. Tras pasar la aduana francesa, la suiza no les deja pasar porque ella no lleva pasaporte. Al retornar, el policía francés les dice que no había visto pasar en el coche a la mujer, lo que determina que Paul tenga que dejara la mujer en el espacio entre las dos fronteras, para intentar pasarla más tarde clandestinamente. Es, de hecho,a lo que se dedica Paul, a ayudar a cruzar por los montes a inmigrantes, para así ganar un dinero que posibilite que pueda abandonar ese pueblo en el que se siente atrapado, ahogado, en el que su horizonte angosto sería heredar el taller de su padre. Él se siente un piloto sin avión, porque es lo que quisiera hacer, pilotar aviones sobre los extensos paisajes de Canada. Y su pareja, Madeleine (Myriam Mezieres), como él dice, es una cantante sin público, ya que tiene que conformarse, para ganarse la vida, como camarera en un bar, cuando su aspiración sería irse a París, e intentar allí realizar su ilusión ( idea que tampoco atrae a Paul, porque tampoco soporta el tipo de vida de una urbe; su relación parece en tierra de nadie).
Para ayudarle en los traslados clandestinos de emigrantes, Paul pide ayuda a Jean (Jean Philippe Eccofey), a quien considera vaquero sin vacas, porque vive con sus padres ayudándoles en su granja, aunque más bien es relojero en paro. Como dice, ya no hay futuro en el país para quien estudia algo que era parte de la tradición del país, porque todos los relojes se hacen en Japón. Ya que se ha visto relegado a estar en paro, Jean no tiene otra aspiración que a no hacer nada, a disfrutar de la vida natural en el campo. No entiende por qué Paul usa una contraseña en los contactos, la gallina ciega y sorda, pero no tardará en comprenderlo. En esta sociedad nadie hace ni dice nada, nadie quiere decir ni hacer nada, ciegos y sordos, ajenos a lo que les rodea, como autómatas. La cuarta protagonista es Mali (Betty Berr), una argelina que para ganarse la vida tiene que pasar por la frontera drogas, escondida en su ropa interior, y que se verá ultrajada, sodomizada, en la aduana cuando la examinen. Dada su condición aun más periférica, es quien menos sabe qué puede ser de su vida, cuál puede ser su futuro en una sociedad en la que sus señas de identidad se ven discriminadas, restringiéndole las oportunidades, para afianzar una mínima estabilidad con la que sobrevivir, a tener que convertirse en mercancía que transporta mercancias. Es quien más desplazada se siente en una aún más dolorosa tierra de nadie. Tanner alterna la narración, descentrada e impresionista (de armónico fluir), con planos de transición de la naturaleza, muda e indiferente testigo de los desatinos de los humanos que la habitan.
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