jueves, 1 de noviembre de 2018
Infiltrado en el KKKlan
Los rudimentos de la indignación. En las últimas imágenes de Infiltrado en el KKKlan (BlacKkKlansman, 2018), de Spike Lee, imágenes actuales relacionadas con la fricción interracial que aún convulsiona la sociedad estadounidense, aparece Donald Trump declarando, hace un año, en relación al neo nazi supremacista blanco que había embestido con su coche contra los pacíficos manifestantes que protestaban por la concentración de Unida la Derecha/Lo Justo (Unite the Right), en Charlottesville, Virginia, causando la muerte de una de ellos, y veintiocho heridos, que la culpa era de las dos partes (Lee tuvo conocimiento de este hecho cuando montaba la película, y decidió que era la conclusión idónea). En la secuencia introductoria un personaje de nombre Dr Kennebrew Beauregard escupe una soflama en la que denuncia que Estados Unidos se está convirtiendo en una nación mestiza. Repite varias veces que tenían un gran estilo de vida hasta que los negratas (coons) como Marthin Luther King, y su ejercito de rojos (commies) comenzaron con el asalto de sus derechos civiles contra nuestros sagrados valores de blancos protestantes. También alude a su tutelaje por parte de los chupadores de sangre judios, y a la conspiración internacional judia. Quien interpreta a Beauregard es Alec Baldwin, quien ha adquirido particular notoriedad estos últimos años por su imitación caricaturesca de Trump en Saturday night life. Su interpretación, exacerbada, y el mismo apellido del personaje (Beauregard/bello regalo) parece que pertenecen a otro episodio de ese programa. El juego de la distorsión es el de la equiparación, vía irrisión que no oculta el vehemente desprecio. Tal conclusión y tal inicio, el documento real y la distorsión cáustica, definen el talante combativo de la película. La dirección que se busca con un relato inspirado en un suceso acontecido hace cuatro décadas. El tumor aún no deja de propagarse, por lo que la la lucha no debe cesar.
En 1972, Ron Stalworth,el primer oficial de policía afroamericano en Colorado, al advertir un anuncio que buscaba nuevos integrantes para el Ku Kux Klan, decidió llamar al número que se indicaba, presentándose como un blanco que no soportaba que su hermana se estuviera citando con un negro, por lo que deseaba unirse. Cuando fue necesario realizar un cita en persona, envió en su lugar a un policía blanco. Durante los seis meses que duró la investigación incluso habló con quien dirigía el Ku Kux Klan, David Duke (quien prefería denominarse director nacional de La Organización), alguien aún hoy convencido de la conspiración judía para realizar un genocidio con los blancos. De hecho, no supo hasta el 2006 con quién había hablado realmente, cuando un periodista le preguntó qué le parecía el libro escrito por Stalworth tras retirarse de la policía. Stalworth reconocía que se arrepentía de no haber revelado esos hechos hasta entonces, porque quizá esa revelación sobre Duke hubiera dañado su posterior carrera política, durante la que, incluso, fue aspirante a la presidencia. Esta es la razón de una de las modificaciones o alteraciones que se realizan en la película. Nunca se supo la identidad del agente blanco que se infiltró en nombre de Stalworth, pero Lee, en la película, lo convierte en judio, Flip Zimmerman (Adam Driver). Se situó la acción en 1979 porque así se podían usar las referencias del blaixplotation y por equiparar las sospechas de que el Ku Klux Klan había apoyado ese año la candidatura de Richard Nixon a la presidencia con el mismo caso con respecto a Trump hace dos años (aunque Duke ha declarado que no comparte su aprecio por Israel). La investigación realmente se enfocó hacia la infiltración de miembros del Ku Kux Klan en el ejercito, en puestos de alto mando con acceso a las armas nucleares. Esa investigación consiguió que cuatro oficiales fueran reasignados a destinos donde dispusieran de menos relevante influencia (Stalworth ironízó diciendo que habían sido enviados al Polo norte). En la película se sustituye, como licencia dramática, por la fabricación de bombas cuyo objetivo eran los activistas afroamericanos.
Se ha saludado a Infiltrado en el KKKlan como una película necesaria. Su propósito es manifiesto. Su denuncia es justa. Parece ese tipo de obra que resulta difícil cuestionar porque se enfrenta a un desatino que preside su país, y no sólo por ese hombre que tanto se parece a una caricatura por lo ridículo que es aunque a la vez sea terrible, sino por esos cincuenta millones que le votaron porque tocó la tecla de un miedo que atenaza a muchos blancos con respecto a la amenaza de otras razas. De ahí la resonancia que adquiere la imagen de la mujer blanca pura, apuntada en la arenga introductoria, y ejemplificada en la secuencia en la que Stalworth es esposado y golpeado por dos policías de uniforme porque no creen que pueda ser policía, y porque una mujer está gritando que ha intentado violarla. De todas maneras, hay quienes le han reprochado a Lee cierta tibieza en su discurso combativo, por presentar de modo positivo a un policía, cuando los policías han sido recurrentemente agresivos con los afroamericanos.
Más allá de esa necesidad social, o de su relevancia como reflejo de una infección que corroe a una sociedad, la película adolece de indefinición tonal y de abuso del trazo grueso. No encuentra el ajuste entre las piezas, entre el enfoque cáustico y el conflicto dramático planteado. Parecen tanto actores que interpretan un tipo caracterizado según las señas icónicas de los setenta (esos peinados en forma de arbusto redondeado) como personajes que sufren una circunstancia. Por eso la amenaza no adquiere particular relevancia. Ni para Zimmerman, por si es descubierto, o por la explosión de las bombas, que pueden acabar con la vida de Patrice (Laura Harrier), la activista de la que está enamorado Stalworth. El estilo es sobrio, con composiciones, y dilatada duración de plano, que podrían evocar al cine de los setenta sino transmitiera más bien la sensación de indolencia. Más bien parece un episodio de Saturday night live al que se intentara imprimir cierta épica, aunque sólo logra transmitirlo la excelente banda sonora de Terrence Blanchard, por eso, en ocasiones, desajustada, por cuanto hace añorar la película que pudiera haber sido, un sombrío thriller al estilo de los setenta, con sombras que sangran: no hay tensión en el conflicto sentimental entre Stalworth y su novia, por sus diferentes enfoques (ella ve a un policía como representante del sistema, motivo por el que él tarda en compartirlo), y el juego de simulación a veces linda con el mero chiste (las risas de los policías cuando Stalworth habla con Duke). Se ha recibido esta obra como la recuperación expresiva de Spike Lee pero me parece lejos de sus grandes obras, como La última noche (2002) o Haz lo que debas (1988), o incluso Plan oculto (2006). Incluso, hay partes que, más que relacionadas con la dialéctica, o un contraste incisivo, se anegan en el trazo grueso: el montaje paralelo de la reunión de los integrantes del Ku Kux Klan y el relato que realiza Harry Belafonte, a los activistas, sobre el linchamiento en 1916, en Waco (Texas), de Jesse Washington, que fue castrado y quemado vivo. Puede ser cine necesario, pero también resulta muy rudimentario.
Una magnífica composición de la excelente banda sonora de Terrence Blanchard
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