domingo, 23 de septiembre de 2018
El inquilino
Jauja: Dícese de un lugar paradisiaco o de una situación ideal. En ‘El inquilino’ (1957), de Francisco Nieves Conde, hay un bloque de pisos en venta a cargo de una agencia de nombre Mundis-Jauja. El comercial, interpretado por José Luís Lopez Vazquez, dado cómo se resiste la cerradura a la llave carga repetidamente contra la puerta hasta que acaba rompiéndola. El piso literalmente se cae a pedazos, como una sucesión de trampas mortales. Como la vida, o la circunstancia vital, de Evaristo (Fernando Fernán Gómez), que lejos está de ser jauja. El piso donde vivía con su esposa, Marta (Rosa Maria Salgado), y cuatro hijos está siendo demolido, y gracias a la generosidad de los trabajadores (que no de la empresa) le han concedido unos días de prorroga para que encuentre otro piso sin tener aún que abandonar el edificio (cambiando incluso de planta, a medida que van demoliendo desde arriba el edificio). Evaristo es practicante, y pone inyecciones a domicilio, pero son las circunstancias precarias las que le clavan la aguja de modo cada vez más intenso e inmisericorde; e irónicamente, si se estimulaba a tener familias numerosas, el hecho de tener cuatro hijos se convierte en impedimento añadido que reduce las opciones, además de la escasez monetaria. Situación que se puede apreciar que no es excepcional: la literal batalla campal en la que interviene con otros ocho hombres, como su esposa por su lado con las respectivas esposas, para conseguir un piso que ha quedado libre por fallecimiento del inquilino.
Si en la posterior, y también excelente, ‘El pisito’ (1959), de Marco Ferreri, se llegaba a recurrir al matrimonio con una adinerada anciana para poder disponer de un piso, esa opción resulta imposible para Evaristo. Busca desesperado cualquier opción, pero no hay manera. Se ríen de él en la calle unos vecinos cuando expresa su pretensión de encontrar un piso barato. Se ríe de él uno de sus pacientes, director de un banco, cuando le pide un préstamo de ocho mil duros porque no tiene propiedad alguna que sirva de aval; con respecto a lo cual señala perplejo Evaristo lo que le parece un absurdo (que sigue provocando la misma sonrisa de suficiencia hoy en día en los banqueros): Te prestan dinero si tienes dinero, si lo tuviera no estaría pidiéndolo. Y se ríe de él un ‘casero’ con el que se emborracha (insinuándose que la realidad está definida por la drástica separación entre privilegiados y ‘pobres’; entre caseros e inquilinos). No se ríen explícitamente, pero como si lo hicieran, cuando acude al ministerio de Vivienda y le señalan las decenas de formularios que tiene que rellenar, pero no para conseguir el piso sino para hacerle la ficha, y esperar así su turno.
Al gobierno no le hizo mucha gracia que dejara en evidencia que España no era Jauja, y que mostrara todos los desatinos alrededor de la consecución de un piso, que poco tiene que ver con la imagen que venden con frases que aparecen en la película, como: “El problema de la vivienda es el más acuciante de nuestro tiempo”, “Una vivienda propia es la base de la familia”, “La especulación sobre la vivienda es un acto criminal” o “Solo con vivienda propia podrá el hombre cumplir su destino social”, que fueron ‘cortadas’ del montaje (porque su sorna era sangrante), como se obligó a colocar un texto introductorio más bien exculpatorio, como si la situación patética y desoladora no fuera responsabilidad ( o no la única) de las instituciones. También se modificó el final, en el que en el último segundo se encontraba ese piso ansiado. En el montaje original, prohibido entonces, que ahora puede disfrutarse gracias a la restauración (o edición realizada por el programa ‘Imágenes prohíbidas’, de TVE, a partir de un negativo), se puede disfrutar de la ‘demolición’ de las lacerantes ironías censuradas y de un final que deja a los personajes, como a los habitantes del país, en una intemperie literal que nada tiene que ver con Jauja ( y que no parece haber variado mucho en 61 años).
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