jueves, 17 de mayo de 2018
Hombre del Oeste
¿Es un western, un relato gótico, o estamos ante una solapada película de ciencia ficción?.Su título, Hombre del oeste (Man of the west, 1958), no debería dejar duda. Claro que si pensamos que la acción finaliza en una ciudad abandonada, fantasmal, donde lleva tiempo sin existir el banco que pretenden atracar, y que parece pertenecer a otro mundo o planeta ya nos hace plantearnos alguna interrogante. Este extrañamiento que alienta desde sus primeras imágenes, lo comparte con otra excepcional obra de Anthony Mann, también con un un tan escueto como abstracto título, Men in war/Hombres en guerra (1957), aquí retitulada en un alarde de despropósito, La colina de los diablos de acero. ¿Esa misma abstracción de ambos títulos ya indicaba que se buscaba representar , desentrañar, la carne, esencia, tanto de un arquetipo como de una experiencia, circunstancia o tiempo, la quintaesencia con todos sus claroscuros de lo que era el hombre del oeste, y lo que representa, así como la experiencia en grado cero de lo que supone vivir la experiencia de ser soldado en un conflicto bélico?. Recordemos el inicio de Men in war, que parecía que nos situaba en una atmósfera alucinada, un espacio quemado por el sol, que nos hacía sentir que podíamos estar en otro planeta, remarcado por el aturdido despertar de unos soldados que parecen extraviados en la nada, casi espectros, consecuencia de su agotamiento y desamparo, como si habitaran la esencia de la intemperie. Sus avatares carecen de épica, y a la vez, hacen cuerpo de la idea de la odisea, en donde cada metro supone enfrentarse a una posible e imprevisible amenaza, ya que el mismo entorno es un espacio desapacible que mina su ya escasa resistencia.¿Es extraño que nos encontremos en tal alucinado universo con un oficial atado al asiento de un jeep, enmudecido por la locura que le ha hecho presa?.
En El hombre del oeste, con guión de Reginald Rose (Doce hombres sin piedad), que adapta la novela de Will C Brown (The borders jumpers), el extrañamiento, que tan pronto nos desubica (como así se sienten los personajes) en Men in war, es más sutil y progresivo. Aunque ya sus primeras secuencias están impregnadas de una cierta extrañeza. Estamos en el habitual paisaje de un western, un pueblo mil veces visto, pero ese jinete que llega, Link (Gary Cooper), parece como si llegara de otro mundo, y a la vez parece que contempla este mundo como algo que no deja de asombrarle o desconcertarle. ¿Es un alienígena o un fantasma que ha recobrado su condición carnal? Cuando se encuentra ante el tren que llega, reacciona con cierta aprensión, como si se encontrara ante una criatura de otra dimensión. Y su conducta no deja de intrigarnos. Muestra cierta vigilante suspicacia con sus posesiones, cuando se le cae una pequeña bolsa que porta, y actúa de modo esquivo cuando se cruza con unos representantes de la ley en la estación (inclusive, al sheriff le da un nombre falso).
Con respecto a la bolsa, pronto sabremos la respuesta, tras que inicie su viaje: es el dinero del que le han responsabilizado en su pueblo, llamado Good hope (Buena esperanza), para que contrate a un maestro o maestra. Como el tren, la educación, es un signo de la transformación del país, de un progreso que, se supone, deja atrás una era primitiva. En cuanto a lo segundo, tardaremos un poco más en descubrir el por qué. Antes, seremos testigos de un atraco al tren (los jinetes surgen de debajo de un pequeño puente), tras el cual Link y dos personajes más quedan aislados, ya que el tren marcha al conseguir evitar los vigilantes que perpetren el robo (e incluso hieren a uno de los atracadores). Los dos personajes que se quedan abandonados, junto a Link, en medio de la nada, no son precisamente representantes del orden o de las calificadas como buenas costumbres: no poseen la imagen de respetables, en su versión más inocua e inofensiva: no son proscritos pero no son ciudadanos integrados. Billie (Julie London) es una cantante que tuvo que dejar el pueblo ( de lo que fue testigo Link al llegar), hastiada de que por su dedicación los hombres se sientan con derecho a asaltarla, y Sam (Arthur O'Connell), un timador de baja estofa. Claro que tras esa imagen aparentemente respetable de Link se oculta una personalidad con un pasado mucho más turbulento y oscuro que el de sus dos compañeros. Y esa naturaleza enfundada se revelará tras que lleguen, en un paraje dominado por un opresivo cielo nublado, a una casa aislada.¿Una transposición de un caserón gótico en medio de ninguna parte?.¿Hemos cruzado un umbral a otro universo?
El extrañamiento ya se concretiza de modo definitivo, como si nos encontráramos en un espacio fantástico. La realidad se diluye o difumina sus contornos. Nada es lo que parece. Y surge el pasado, como si brotaran en medio de la intemperie los fantasmas del pasado de Link. Y aún más, son los representantes de ese oeste primitivo: la manifestación del instinto sin límites interpuestos en la expresión de sus desatados impulsos salvajes. ¿Estamos en el presente o en el pasado?¿La civilización se construye con la extirpación de lo primitivo? ¿Acaso link no quiere decir enlace, conexión o eslabón? Link perteneció a la banda que comandaba Dock (Lee J Cobb), aunque ahora la banda está compuesta de brutos sucedáneos, réplicas o imágenes desvaídas de lo que fueron Dock y Link en sus tiempos (lo que ya nos indica cómo debió ser la exquisita brutalidad de Link en el pasado). Para Dock, la aparición de Link se encuentra teñida de contrapuestas emociones, desde el aprecio y nostalgia de quien fue su ideal lugarteniente, con el que casi sentía una relación paternal, hasta el recelo con respecto a por qué aparece ahora y el despecho porque le abandonara. El interior de ese caserón está dominado por las sombras, no podía ser de otro modo. Un hombre, el que fue herido en el atraco, agoniza tras unas cortinas, y se dilucida quien debe rematarlo. Aquí no hay piedad. La presencia de la mujer desata la procacidad de los bandidos, que la someten para que realice un striptease, mientras sostienen un cuchillo sobre el cuello de Link. Pocas veces se ha representado con tal contundencia la brutalidad de las turbias sombras del ser humano (su instinto salvaje desatado).
Link procurará proteger a Sam y Billie de la brutalidad de los bandidos, pero sus actos no serán precisamente límpidos. Se aprovecha del añorante afecto de Dock para engatusarle y convencerle de que ha vuelto para unirse a ellos. Y cuando se enfrente al nuevo gallito, Coaley (Jack Lord), en una pelea a puñetazos, de una abrupta y visceral fisicidad, como sólo Mann logró representar, no se contendrá en un alarde de humillación y crueldad. Le hace sentir, o sufrir, la humillación a la que sometió a Billie con el striptease, devolviéndole la misma moneda, despojándole de casi todas sus ropas. Somos testigos de cómo ese pasado, del que Link renegó, aún está presente. Link sabe dar rienda suelta a esa brutalidad si se da la ocasión, sea por el motivo que sea. Como si algo perdiera de sí mismo, su enlace con la civilización ( o, más bien, la integridad), pierde la vida Sam al interponerse en la trayectoria de la bala que dispara Coaley.
La conclusión, en esta historia de fantasmas de otro tiempo, no podía ser otra que en un pueblo fantasma, al que se dirigen pensando que aún está en activo el banco que pretenden atracar (lo que revela lo desubicados y fuera de su tiempo que están). Esta secuencia prodigiosa es modélica: contrasta la simetría de los encuadres ( y de las figuras de los bandidos enfrentándose como si fueran figuras de un tablero de ajedrez) con esa entraña alucinada, sacudida por latigazos expresivos como la muerte de Trout (Royal Dano), el bandido mudo, que grita, herido de muerte, mientras corre por la calle desierta hasta que cae contrayéndose en los espasmos de la agonía.¿No es revelador, además, que el enfrentamiento armado entre Link y su primo, Claude (John Dehner) sea uno encima y el otro debajo de la tarima? (recordemos la primera aparición de los bandidos escondidos bajo un puente). El remate será ese suicidio liberador, ¿sacrificial?, de Dock, dejándose matar por Link, un fantasma que reniega de seguir en la vida dado que asume que los tiempos pasados nunca volverán, representado en la definitiva traición de Link. Claro que ha dejado la última huella, o firma, de su turbia barbarie, violando previamente a Billie.
Los últimos planos, con Link y Billie, no están exentos de cierta sensación de orfandad, de intemperie irreversible, por mucho que estén en camino de nuevo hacia la civilización. ¿O es que acaso esos fantasmas no dejarán de aparecer como recordatorio de lo que late en las entrañas de un hombre, da igual si es del oeste, o si está en guerra?. Esa conexión o enlace con lo primitivo y salvaje de la que no podemos desprendernos, por mucho que queramos renegar de nuestros desafueros cometidos o queramos construir una realidad armónica, educada y civilizada. Sí, aun no sé si es un western, un relato gótico o una solapada película de ciencia ficción. Extraño, muy extraño. Pero una experiencia, en todos los sentidos, fantástica.
Maestro Ciruela dice:
ResponderEliminarHa sido siempre mi western favorito desde que la vi con doce años a principios de 1962. En ese momento solo fui consciente de que me había encantado, pero las sucesivas revisiones a través de estas décadas, me han reafirmado en esa opinión. Además de su aire de cine negro -perfectamente podría haber sido un film de gangsters con Humphrey Bogart- es verdad y me he percatado al leer su escrito, que hay algo fantasmagórico e irreal en este buenísimo film. Luego está Gary Cooper, la encarnación, para mí, del "hombre del oeste" bueno, íntegro, fiable como la roca; según mi punto de vista, no ha habido nadie como él para encarnar a este tipo de personaje. La pregunta que yo me he hecho siempre sobre Link, ha sido si sería posible que alguien tan rematadamente "malo" que podía formar tándem con ese bicho de Dock (soberbio Lee J Cobb), pudiera llegar a esa bonhomía modélica aunque con actos de vesanía intercalados, eso sí... ¡Je, je!