sábado, 5 de mayo de 2018
El gran momento
Puede sorprender encontrar a Preston Sturges al frente de un biopic, aunque no, por su enfoque satírico, que se salga del patrón establecido, por el éxito de excelentes obras como La tragedia de Louis Pasteur, (1936) o La bala mágica del dr Eherlich (1940), ambas de William Dieterle, durante una década, desde mediados los 30, lo que le deparó problemas con el Estudio, la Paramount Pictures, que marcaron el inicio del declive de su carrera. El gran momento (The great moment, 1944), es el singular biopic de William Morton (Joel McCrea), el odontólogo pionero en la aplicación de la anestesia, al utilizar por primera vez en una operación quirúrgica el éter por inhalación en 1846. Heterodoxa es su construcción. Su comienzo es desconcertante, ya que comienza por el final, y no puede ser más sombrío: El protagonista está ya muerto, y su esposa, Elizabeth (Betty Field) evoca pasajes de su vida, y lo hace con rabia. El primero nos sitúa en el por qué, en cómo no se concedió la patente a Morton (que tuvo que compartir que lo que llamaba Letheon era éter, con lo cual pudo ser utilizado por cualquiera, sin que supusiera beneficio alguno para él). Incluso, fue cuestionado y denostado por otros médicos, que le achacaban que sólo buscara su propio beneficio. De sus logros, eso sí, se aprovechó bien la humanidad.
Sobre esta sangrante circunstancia o tendencia del ser humano pretendía lanzar Sturges sus dardos, y de modo explicito en el texto inicial: 'Una de las más encantadoras características del Homo Sapiens, el hombre sabio a tu derecha, es el rigor con el que ha lapidado, crucificado, colgado, azotado, o arrojado aceite hirviendo sobre aquellos que han consagrado su vida a mejorar su bienestar'. Pero al Estudio le pareció muy poco ortodoxa esa forma de comenzar la película, así como demasiado corrosivo el texto, sobre todo considerando que eran tiempos de guerra, y había que incentivar ánimos patrióticos, no evidenciar las miserias de la naturaleza humana tendente a estigmatizar y luego aprovecharse de los logros de aquellos que propician el progreso.
El proyecto se gestó en 1939, con la intención de que lo rodara Henry Hathaway, e interpretaran Gary Cooper y Walter Brennan, pero fue cancelado cuando Cooper decidió abandonar la Paramount. Sturges insistió en llevar el proyecto adelante, porque le interesaba, por un lado, combinar la ecuación de sacrificio, triunfo y tragedia con la ecuación de disparate, sátira y las veleidades del azar. Y por otro, porque le atraía demoler esa presunción de los biopics que reflejaban las vidas de sus personajes como si estuvieran destinadas a ser protagonistas de una biografía. La película, que Sturges quería titular El triunfo sobre el dolor, se realizó en 1942, tras Un marido rico(1942), pero tardó dos años en estrenarse. Los ejecutivos de la Paramount rechazaron el montaje propuesto, tanto por su heterodoxia de construcción (no se respetaba la secuencia temporal en el orden de los flashbacks: el primero centrado en los últimos años de su vida y desvelando ya la raíz del conflicto), como porque no encajaba en el tipo de obra con el que ya se asociaba a Sturges, la comedia.
El productor ejecutivo Buddy G DeSylva se encargó de supervisar los cortes de montaje, suprimiéndose varias secuencias, en especial del primer flashback, lo que propicia que aún sea más desconcertante ese inicio. Sturges comentaría que el hecho de querer comenzar a la inversa, con la muerte y la desgracia, era para romper con ese patrón de los biopics en el que todo parece que se colocara en su sitio. Los biografiados sufrían adversidades, cuestionamientos e incomprensión, pero lograban ver reconocidos sus logros en el climax narrativo. De ese modo, se hace más sangrante la constatación de lo que se convirtió la vida de Morton en sus últimos veinte años. Su gran momento, su descubrimiento, concentrado en unos pocos meses, derivó en dos décadas de vida misera, sombría, sin reconocimiento. Además, lo más lacerante es cómo Morton sacrificó el poder conseguir su patente, al compartir de qué estaba compuesto su anestésico, porque sino lo compartía, el resto de los médicos seguirían operando sin anestesia, porque no querían que él se enriqueciera (su sensibilidad, preocupada por el bienestar de los pacientes, de que no sufrieran ya dolor en las operaciones, es la que impide que se beneficie de su excepcional logro) .
Los cortes de montaje también privilegian los aspectos de comedia, aunque alterna tonos. Eso también acrecienta la extrañeza como biopic, aunque no consiguió que el público la valorara como a sus otras comedias, por su peculiar mezcolanza. Además, la comedia linda en momentos con el absurdo más siniestro como la secuencia de la prueba de otro médico con el gas de la risa, que pone en peligro la vida de aquel que se ofrece para el experimento. Aunque se noten los tijeretazos, los huecos, desajustes y flecos sueltos, no impide que El gran momento se constituya en una obra más estimulante y apreciable de lo que se dice. Brillan, especialmente secuencias como aquella en la que Morton intenta experimentar con el éter primero con el perro, luego con los peces, y al final consigo mismo. O la primera prueba con humano, con Frost (impagable William Demarest), secuencia que se convierte en un delirio de slapstick que a la vez anticipa las secuencias de destrucción de Jerry Lewis. Y logra el difícil equilibrio de combinar tonos en la secuencia climax que se ajusta al prototipo de tenso montaje alterno con llegada en el último segundo. Sturges abandonaría la Paramount tras el fracaso de taquilla de la película. A su mordaz irreverencia ya le costaría encontrar lugar donde desplegarla (sólo rodaría cuatro películas, y fallecería en 1959). El destino de su carrera no difiere mucho del de Morton. Al fin y al cabo también era un anestesista del dolor con su salaz y lúcido sentido del humor.
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