jueves, 26 de abril de 2018
Winchester 73
Dos hombres, al verse dentro de un saloon, reaccionan con el gesto reflejo de desenfundar, pero ninguno de los dos lleva pistola. La electricidad de ese gesto resonará a lo largo de la narración de la admirable 'Winchester 73' (1950), de Anthony Mann, como es la que une a ambos personajes con un pasado no resuelto, por lo tanto, 'cargado', y que no se explicitará, el vínculo que les une, y por qué uno de ellos, aquel en cuya mirada vibra más intensa esa eléctrica furia, Lin (James Stewart), persigue al otro, Dutch Henry (Stephen McNally), hasta que el duelo pendiente entre ambos no se dilucide. Esa 'carga' que refulge intensa en esa esplendida secuencia del reencuentro, no se aliviará con la competición de tiro al blanco en la que ambos participan para conseguir el anhelado rifle de repetición Winchester 73 (más bien se dispararían el uno al otro) durante las celebraciones del 4 de julio de 1876. De hecho, tras su finalización Dutch intentará resolver, a traición, el 'duelo pendiente', aunque sin armas, ya que el sheriff, Wyatt Earp (Will Geer), no permite que se lleven armas mientras se permanezca en el pueblo, pero quedará de nuevo en suspenso. El rifle simbolizará ese enfrentamiento pendiente, ese 'gatillo' que aún no se ha logrado apretar.
El recorrido narrativo es sinuoso, como la sonrisa de reptil del traicionero Waco (magnífico Dan Duryea: su enfrentamiento con Lin es uno de los momentos más brillantes de la película), uno de los diferentes personajes que poseerán fugazmente el rifle: un traficante de armas con los indios, el artero Lamont (John McIntire, en una de sus felices colaboraciones con Mann, al que seguirán otros memorables personajes, el pérfido sheriff de 'Tierras lejanas' y el doctor de 'Cazador de forajidos'), el jefe indio sioux Young Bull (Rock Hudson), en pie de guerra después de soportar demasiado tiempo la humillación del hombre blanco, espoleado por la reciente la victoria sobre Custer en Little Big Horn (un apunte, el del desprecio y abuso sobre el indio, que desarrolló Mann ampliamente en la excelente 'La puerta del diablo', 1950), o Miller (Charles Drake), un hombre que está a punto de abandonar a su novia, Lola (Shelley Winters), cuando son atacados por unos indios ( si no lo hace, y vuelve, es porque encuentra un destacamento militar en las cercanías, aunque la culpa y la vergüenza le corroerá posteriormente).
La película en principio iba a ser realizada por Fritz Lang, pero la Universal no quería que Lang la produjera a través de su propia compañía, Diana productions. En su planteamiento el rifle era lo que movía al personaje protagonista, aquello que perseguía, como si le fuera en ello la vida. Stewart sugirió a Mann como director, que replanteó el enfoque sobre un rifle que pasa de mano en mano, lo que propició una de las más fructíferas colaboraciones entre actor y director que ha dado el cine, un cambio fundamental en la carrera de Stewart, que había perdido impacto en taquilla, pero sobre todo porque modificaría la percepción sobre la amplitud de sus registros, gracias a los cinco personajes que protagonizó en los westerns de Mann, caracterizados por emociones con aguas turbulentas, cuando no siniestras, por su imprevisible crispación o arrebato violento. El momento de transición para esa distinta percepción del actor por parte del público, propiciado por la inspiración del guionista Borden Chase, es aquel en el que McAdams retuerce el brazo de Waco mientras aplasta rostro contra la barra del bar. El semblante de Stewart es pura furia y convulsión, un rostro que muerde.
En el cine de Mann las líneas que separan al héroe y el villano, se difuminan, o se ponen en cuestión, tambaleándose. En 'Winchester 73' está el acompañante lúcida, el templado sentido común (y del humor) que equilibra la furia, representado en el compañero de búsqueda de Lin, High-spade (Millard Mitchell), su nombre con guión, como señala, que sirve para apoyarse. Y predomina la sinuosidad, que propulsó Mann (a través de la reescritura de guión de Borden Chase), en esa variación oscilante de personajes que dibujan un conjunto de personajes traicioneros (como Waco que hace salir a sus secuaces, y mueran, cuando están rodeados por el grupo del sheriff, para distraerles mientras él se fuga por detrás), airados (la rebeldía de los indios se puede equiparar en rabia y afán de justicia a Lin en su persecución de Dutch), e inconstantes: ¿cómo te puedes fiar de alguien, sea cual sea su vínculo o sentimiento, si te pueden dejar en la estacada en un momento de peligro, como hace Miller con Lola, o dispararte por la espalda porque no te ayuden tras que robes un banco, como hizo Dutch con su padre, que también lo era de Lin?. Las furias no saben de vínculos de sangre ni de afectos, la sangre hierve y difumina cualquier frontera. El instinto de preocuparse de uno mismo a costa de quien sea. Queda la piedra en el corazón (el duelo final tendrá lugar en unos riscos) y el arma apuntando, el ojo ciego de las furias.
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