lunes, 16 de abril de 2018
Los cuatro hijos de Katie Elder
Doce años antes de que se estrenara 'Los cuatro hijos de Katie Elder' (The four sons of Katie Elder, 1965), de Henry Hathaway, William H Wright compró los derechos de 'Life of Marlows', para convertirlo en guión, junto a Talbot Jennings, guión que difiere bastante del que se rodó finalmente: de entrada, no eran cuatro sino cinco hermanos (como en los sucesos reales) y se daba más realce dramático a una conducción de ganado (que en la película dispone de muy puntual relevancia). En 1955, la Paramount compró ese guión, para que fuera reescrito por Frank Burt, dirigido por John Sturges y protagonizado por Alan Ladd, al que aún quedaba rodar por contrato una película con la Paramount. Noel Langley escribió una nueva versión del guión, y se estableció nueva fecha de inicio de rodaje, en abril de 1956, pero en julio se anunció que Alan Ladd había comprado ese compromiso que le restaba, por lo cual el proyecto se canceló. El productor Hal B Wallis, que tenía un trato con la Paramount, compró los derechos, aunque aún en 1959 se mencionaba a Sturges como director del proyecto (coherente con las constantes de su filmografía; aparte, el personaje de Kate Elder aparecía, como la compañera de Doc Holiday, en 'Duelo de titanes', encarnada por Jo Van Fleet), y ya se consideraba la participación de Dean Martin como uno de los hermanos Elder. Se anunció inicio de rodaje en septiembre de 1964, pero se retrasó hasta enero del año siguiente, dado que John Wayne tuvo que ser operado en relación a un cáncer de hígado que se le había detectado, intervención que implicó la extracción de dos costillas. Incluso, se consideró a otros actores, como Kirk Douglas, pero Hathaway se mantuvo firme en la determinación de que debía ser Wayne quien interpretara al hermano mayor, pese a que él y Wayne fueran conscientes de que el actor tenía quince o veinte años más que los que se suponía tenía su personaje. Quien fue sustituido fue Tommy Kirk, que iba a interpretar al hermano pequeño, Bud, pero su arresto por posesión de marihuana determinó que fuera reemplazado por Michael Anderson jr.
Los acordes de la música de Elmer Bernstein, unidas a las imágenes de un tren, en los títulos de crédito, insuflan ya un contagioso y dinámico aliento de impulso vital que se establecerá como entraña narrativa de este estupendo western que es 'Los cuatro hijos de Katie Elder', en el que Hathaway demuestra, una vez más, su admirable sentido de las composiciones y su dominio de la pausada pero medida dinámica narrativa. Lo curioso es que ese tren, signo de viva presencia arrolladora, no trae al hermano mayor, John (John Wane), al que esperan sus tres hermanos en la estación, pero también el sheriff, Billy (Paul Fix), y su ayudante, Ben (Jeremy Slate), dada su reputación de pistolero. Quien si viene es un sicario, Curley (George Kennedy), contratado por el ranchero dispuesto a poseer el mayor número de tierras, Hastings (James Gregory).
Ausencias y presencias (pérdida y usurpaciones). Porque, de modo sutil, es lo que se dirime bajo la capa de las vivaces imágenes de este film, la desaparición de unos tiempos sustituidos por otros definidos por la degradación, por la actitud de la voraz depredación económica, que elimina (purga) para remodelar el escenario a su conveniencia y beneficio. Los hijos acuden al pueblo para asistir al funeral de su madre, una figura que representa la integridad, un tiempo desaparecido (o una actitud arrinconada) con resonancias míticas, cuyo emblema físico es su mecedora. Casi todos los hijos han estado largo tiempo ausentes, años sin visitar a su madre, ejemplo de una desidia por las raíces, emblema de unos tiempo erráticos: John es un pistolero de mala fama, Tom (Dean Martin) un tahúr, Matt (Earl Holliman) un modesto y sencillo ranchero (que vino a verla tres años atrás pero sólo para pedir dinero). El pequeño Bud (Michael Anderson jr) es el único que vivía con ella, pero renuente a seguir lo que la madre quería de él, que fuera 'alguien', que fuera el primero de sus hijos que recibiera una buena instrucción educativa universitaria ( el saber y el conocimiento como resistencia y distinción: una constante que recorre la obra de Hathaway).
Desapariciones, ausencias, espectros de lo que fue y de lo que no pudo ser. Y presencias: las que ahora dominan el escenario, como Hastings, usurpando la posesiones de otros como ave rapaz, el albor del salvaje capitalismo. Resulta significativo que nos sea presentado probando sus fusiles con mira de larga distancia. No sólo por anticipar un aspecto relevante en la dramaturgia: fue de ese modo como mató al padre de los cuatro hermanos, sino como símbolo: es la mirada que todo lo contempla desde la distancia, la mirada y actitud ajena, indiferente a los otros, que sólo son funciones que pueden reportarle beneficio, o ser un estorbo para conseguirlo (como lo fue el padre).El francotirador, el hombre que dispara desde la distancia, es una figura recurrente en el cine de Eastwood (aunque no sé si se inspiraría en esta obra).
Hay una secuencia especialmente mágica, electrizante, un detalle sutil pero elocuente, que enlaza con la secuencia inicial, como si fuera el determinado conjuro de una presencia (que retorna, o recupera, por delegación, la vida avasallada y marginada, la de su madre) presta a desterrar a la usurpadora presencia alimaña. John ha empezado a comprender que algo huele a podrido en Dinamarca, dada la situación económica precaria de su madre antes de morir, el hecho de que viviera en un rancho más pobre y de que recurriera a trabajos como enseñar a tocar la guitarra para ganar algún dinero, todo desde que su padre muriera seis meses antes en circunstancias no resueltas previas a perder su rancho a favor de Hasting (supuestamente en una partida de cartas). En la secuencia en cuestión, los tres hermanos esperan bajo un porche. Se acerca hacia ellos John como una decidida locomotora. Al llegar a su altura, se detiene por una fracción de segundo, restregando sus botas en el suelo, como un toro cuando va a atacar, o como el tren cuando lanza su vapor antes de arrancar. La posterior conversación con el banquero le determinará a proseguir con la búsqueda de unas respuestas, el esclarecimiento de unas incógnitas (la primera, la muerte de su padre: el sheriff sospecha de Hastings, pero carece de las necesarias pruebas, empezando por los númerosos testigos que corroboraron que estaban con Hasting cuando se supone que fue asesinado el padre; todos, por supuesto, empleados suyos).
Esa electricidad restallante, de un gesto, dispone de otro comparable en fuerza expresiva, aunque ya equivalente al grito de furia: tras ser testigo de la muerte de su hermano Matt, John dispara sus revólveres, con los dientes apretados, contra los hombres de Hasting que han realizado una emboscada cuando les trasladaban a otro condado para que fueran juzgados. Una furia que tendrá otro equivalente, cuando mate a Hastings mediante la explosión de la dinamita, precisamente, propiedad de Hastings. El último plano, el de la mecedora de Kate, es el eco de una desaparición que se mantiene vivo en el gesto de resistencia frente a los que pretenden dinamitar el mundo para establecer su depredador dominio.
La extraordinaria banda sonora de Elmer Bernstein
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