martes, 10 de abril de 2018
El ejercito de las sombras
Si en la esplendida 'La batalla del raíl' (1945), de René Clement, se realizaba un exaltado (no exento de crudeza) canto a la (decisiva) determinación de la Resistencia francesa frente al invasor, la magnífica 'El ejercito de las sombras' (L' armée des ombres, 1969), una de las grandes obras maestras de Jean Pierre Melville, que adapta él mismo la novela homónima de Joseph Kessel, publicada en 1943, incide, como ya insinúa su título, en su reverso, o cómo la necesidad se conjugaba con la sórdida crueldad, con el confrontamiento con la violencia y la muerte, con el horror de su ejecución, y con las decisiones al respecto que no estaban exentas de substraerse al error. O también la colisión entre matemáticas y caos, entre la previsión y el cálculo, necesaria para la organización, y lo imprevisto y accidental. Elocuente es la secuencia en que Gerbier (Lino Ventura), responsable de las acciones ejecutoras, debe, precisamente, ejecutar, junto a dos de sus hombres, a un 'traidor'. El hecho de que la casa más cercana se haya habitado imprevistamente esa mañana determina que no puedan utilizar pistola, por lo que deben dirimir (delante del indefenso joven) cómo pueden matarle 'discretamente', y tras decidir el estrangulamiento, las muestras de desolación y horror de uno de los hombres (el que esperaba que le encargaran acciones más importantes) porque en el hecho de matar no hay 'distancia' sino obscena y dolorosa 'proximidad'.
De este modo, se diluyen las fronteras entre un bando y otro cuando entra en juego la abyección de la muerte, del asesinato o la tortura, son cuerpos no representaciones o ideas. En el obsceno primer plano la distancia de las matemáticas, de la organización, se tambalea (no deja de ser significativo que el responsable de la organización de la Resistencia haya publicado libros sobre matemáticas). Previamente, como afilada e impecable ecuación, hemos sido testigos del otro ángulo: los avatares de Gerbier, detenido, primero en un campo de concentración, con prisioneros representantes de todas las nacionalidades y razas, y después en su trance de fuga en las estancias de la Gestapo antes de ser interrogado, cuando improvise su fuga, para lo que hace uso de reclamo de distracción, para evitar que le persigan, a otro detenido. Secuencia narrada con un portentoso dominio de la concisión, y el afinado uso de los sonidos, como el exasperante tic tac del reloj antes de abalanzarse sobre el soldado alemán.
'El ejercito de las sombras' es un prodigio de condensación y precisión narrativa de subyugante atmósfera tenebrosa.La narración conjuga la concisa mirada behavorista, la sintética y detallada narración o descripción de acciones con la introspección, reflejada, por un lado, en la sombría iluminación, encapotada, y el amortiguado cromatismo de la dirección de fotografía de Pierre Lhomme (determinante para que el gran Roger Deakins la considera su película predilecta), que hace cuerpo de las tinieblas en las que habitan y se desenvuelven estos hombres marcados por la muerte, como amenaza que pende y como acción a la que se enfrentan.. Y, por otro, en las puntuales voces interiores, de distintos personajes, que salpican la narración (voces que brotan del mismo presente, de sus miedos, vacilaciones, impresiones y determinaciones). Este recurso amplifica la complejidad de la narración ya que incide en contrastar acción y pensamiento, apariencia y emociones, entre lo que se tiene que realizar porque es la función y lo que se siente, y, por otro lado, cómo el discernimiento puede estar nublado por las sombras.
En cuanto a lo primero es un modo también de diluir esa aparente separación entre ambos bandos, a través de los pensamientos, por ejemplo, de Gerbier o del responsable del campo de concentración. Hay un territorio donde coinciden más allá de sus posiciones en el tablero de ajedrez, actores en una función con un papel y una función en el escenario. Con respecto a lo segundo, las reflexiones de Jean Francois (Jean Pierre Cassel) sobre la distancia que siente que le separa de su hermano, Luc (Paul Meurisse), aparentemente imbuido en la burbuja de su estudio rodeado de libros. Posteriormente,cuando en la noche tiene que trasladar en bote a un submarino al responsable de la Resistencia, reflexiona sobre la ironía de que coincidan por un momento lo más elevado de la cúspide y su base, sin saber que esa sombra que traslada es su hermano.
La colisión entre cálculo y azar es siempre es un factor determinante, sea de modo negativo o positivo. En el primer caso, en la brillante secuencia en la que intentan rescatar de las estancias de la Gestapo a un integrante de la resistencia que ha sido cruelmente torturado, saldándose con el fracaso (porque el médico no acepta dar la orden de trasladar a un moribundo), y el añadido de que aquel que se había dejado detener para ayudarle desde dentro se encontrará también fatalmente apresado. En cuanto a lo segundo, el desenlace inesperadamente positivo, con literal ayuda caída del cielo, en el sobrecogedor trance que vive Gerbier cuando en un subterráneo, como retorcida forma cruel de ejecución por parte de los alemanes, debe correr, junto a otros prisioneros, hasta la pared más lejana, porque el que la alcance sin que le abatan las balas de la ametralladora tendrá una prorroga de vida (hasta la próxima tanda de ejecución). Las secuencias finales les enfrenta, de nuevo, al tétrico y amargo aspecto de su 'labor', cuando se ven impelidos, aunque haya quien proteste, a tener que ejecutar de nuevo a una valiosa integrante de la organización. Porque al fin y al cabo, eso es lo que son, y a lo que se ven determinados, un ejercito de sombras que, para sobrevivir y vencer en las 'tinieblas' en las que viven sumidos, han debido dejar de lado, en beneficio del 'cálculo', la piedad del factor humano.
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