jueves, 19 de abril de 2018
Almas en la hoguera
Hay una serie de obras, dentro del género bélico, que se centran en otro 'campo de batalla', ese que acontece 'entre bambalinas', el de los despachos, o , más específicamente, que se centra en los dilemas y conflictos del 'mando'. 'La escuadrilla del amanecer' (1938), de Edmund Goulding (superior a la precedente, realizada por Hawks, en 1931), se estructuraba sobre cómo variaba la perspectiva (por extensión, el conocimiento), según (el ángulo de) la posición en la cadena de mando; quien antes era oficial subalterno, y cuestionaba ferozmente a su superior, al ser ascendido y reemplazar al anterior, comprenderá lo que 'sufría' su superior, y a la vez se verá cuestionado del mismo modo por sus subalternos. En 'Invasión en Birmania' (1961), de Samuel Fuller, el oficial al mando, encarnado por Jeff Chandler, lleva a sus hombres a superar los límites de lo insoportable, porque es 'necesario' si quiere cumplirse el objetivo ( y vencer; es el masoquismo, por parte de los subordinados, nunca mejor dicho, llevado al más desquiciado extremo), llegando a guiar a sus hombres aun cuando sea ya una figura tambaleante que agoniza. El mismo Fuller tramaba su otra obra capital en el género, 'A bayoneta calada' (1951), sobre la desesperación del protagonista, encarnado por Richard Basehart, quien anhelaba que no murieran los tres sargentos por encima de él en la cadena de mando para no tener que asumir la responsabilidad de vidas ajenas (llegando a cruzar, ida y vuelta, un campo de minas para salvar a uno de esos sargentos; para su frustración descubre al realizarlo que está muerto). En 'La delgada línea roja' (1998), el oficial interpretado por Nick Nolte es alguien consciente de que es parte de un 'teatro', ese escenario que funciona desde la distancia, el de las estrategias y las ordenes, pero no deja de plegarse a su 'función', a su 'papel'; en cambio, el oficial encarnado por Elias Koteas, no sacrifica a sus hombres ante una orden que le parece descabellada ( y que supondría su muerte segura), enfrentándose a su superior con su negativa a cumplir la orden (por ello, quedará fuera, o relegado, del 'teatro de mando').
La excelente 'Almas en la hoguera' (Twelve clock high, 1949), de Henry King, con guión de Sy Barlett y Bearnie Lay Jr (según su propia novela; ambos fueron navegantes de bombarderos durante la guerra), y la crucial intervención no acreditada del propio King, se trama sobre la tensión o dilema entre esas dos actitudes de mando. ¿Como condiciona a la eficiencia, el éxito de las misiones encomendadas, el que te preocupes por la salud, y vida, de tus hombres? ¿Puede lo segundo ofuscar la certera capacidad de decisión? ¿Cómo conjugar la idea con la carne, el escenario de las estrategias con el padecimiento de la acción empática? La primera secuencia nos enfrenta dolorosamente con esta, con el el sufrimiento de la carne que es el campo de batalla, con la ansiedad, el estrés, el dolor y el espanto. Un bombardero (norteamericano) aterriza en la base (inglesa; estamos a finales de 1942); un hombre tiene en la cabeza un boquete por el que se le ve el cerebro, otro tiene rota una pierna, y queda un brazo de un hombre al que se forzó a saltar en paracaídas en algún punto de Francia para poder ser atendido con urgencia; el teniente que ha tenido que pilotar el avión con tal panorama está al borde del shock. El coronel Davenport (Gary Merrill), el oficial al mando, es un hombre preocupado por su hombres, y no los subordina a las ordenes, ni a las estrategias ni a las máquinas. Por eso pone en cuestión a su superior, y amigo, el general Savage (Gregory Peck) que no está de acuerdo con las ordenes de bombardear a la luz del día cada vez desde una altura más baja. Como exige que no se les presione tanto a sus hombres, más allá de lo soportable, sin darles respiro, Savage recomienda al general mayor Ptritchard (Millard Mitchell), que relegue del mando a Davenport, porque su actitud, de preocupación 'paternal' por sus hombres, pone en peligro la 'eficiencia'. Pritchard, después de hablar con Davenport, toma esa decisión pero el mando se lo da a Savage.
El título original Twelve o'clock high) alude a un término usado en los bombarderos que se refiere a la posición, por encima, de los aviones enemigos. La narración se centrará en el enfrentamiento de Savage con sus propias ideas, sobre la tensión latente, cargada, que sufrirá entre su firme determinación de primar la eficiencia y cómo le mina y erosiona el aspecto 'afectivo'. Ya manifiesto desde el momento en que se dirige a la base: pide al conductor del jeep que se detenga unos instantes, durante los que fuma un cigarrillo como quien reposta las energías necesarias para embutirse con la máscara del personaje inclemente y expeditivo que deberá interpretar para priorizar la eficiencia sobre la empatía. Aunque en principio tienda al otro extremo de Davenport, y se extralimite con sus decisiones expeditivas (que implican sanciones, relegar a los menos eficientes al avión de 'los leprosos', cierre de bar y anulación de permisos...). ¿Cómo lograr ese equilibrio entre eficiencia y la complicidad que genera la empatía). Hay momentos casi entrañables, como su torpeza expresiva (de palmadita en la espalda), en los que parece un adolescente que no puede disimular su alegría, cuando agradece al mayor Stovall (Dean Jagger) que acceda a demorar, los diez días que le pide, el trámite de las peticiones de traslado de sus hombres ( que obviamente, le rechazan, como la 'antimateria' de jefe, robótico y frío en contraste a Davenport).
Hay dos secuencias, con un mismo personaje, Garlety (Hugh Marlowe) que reflejan la transformación de Savage. En la primera, nada más tomar el mando reprende ferozmente a Garlety, el cual está en un tris de plantear una reclamación: la secuencia se mantiene sobre planos largos, distantes, una recurrencia en la narración que funciona expresivamente como esa distancia que se interpone sobre los hechos para mantener las emociones 'en reserva'; al evitar el énfasis,o destacarlos con planos más cortos, los gestos, por tanto, se integran en un conjunto, dentro del montaje interno, en relación a los otros personajes, incluso a sus miradas. Más adelante, cuando Garlety está en cama, por una fisura en una vertebra (después de haber realizado tres vuelos sin notificarlo, aguantando el intenso dolor), Savage visita el hospital (disimula que viene expresamente a verle a él, hablando previamente con los otros oficiales convalecientes); ahora prima la proximidad, como en la misma planificación, con planos más cercanos; Garlety no podrá contener las lágrimas tras que Savage se haya ido.
Por lo tanto, primordialmente, la acción dramática se centra en esas 'bambalinas'. No vemos ningún vuelo, ninguna acción de combate, hasta el tramo final; una significativa e ingeniosa decisión: ese bombardeo se revelará como una 'descarga' de tensiones, las del relato, las de Savage, cuya resistencia llegará al límite. La máscara del imperturbable, inclemente y firme 'héroe' se resquebraja, y sufre un colapso, que le impedirá realizar la última acción de bombardeo. Su cuerpo no responde cuando intenta introducirse en el avión, quedándose al borde del catatonismo ( del que saldrá, en una excelente catártica secuencia, cuando escucha cómo han vuelto la mayor parte de los aviones: la alegría por la suerte positiva de sus hombres 'reanima' su rostro, libera toda esa tensión acumulada durante la narración). Dotar de rostro a los hombres que dependen de ti ( qué bella secuencia aquella en la que Stovalt, ebrio, reconoce cómo, en sus sueños o pesadillas, no logra discernir los rostros en la evocación de compañeros pasados), se convierte en la amenaza de una fisura (twelve o'clock high) que quiebra la firmeza de quien no puede olvidar que son piezas en un 'escenario' en el que prima un objetivo. Conseguir armonizar, equilibrar, ambas facetas, sí que es una tarea de héroe.
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