martes, 27 de marzo de 2018
Un crimen por hora
'Un crimen por hora' (Gideon's day, 1958), de John Ford, parece una sucesión de episodios de un día (representativo) en la vida del inspector de Scotland Yard, Gideon (Jack Hawkins), de ahí el más preciso título original, 'Gideon's day' ( El día de Gideon), aunque el título en castellano intenta condensar la agitada dinámica de vida en la que se pasa de un caso a otro casi sin solución de continuidad ( cuando no a la vez). No es anómala esa condición fluctuante narrativa en el cine de Ford, tendente a las digresiones, como, por ejemplo, las peripecias de Wagonmaster (1950). Ford se decidió a realizar 'Un crimen por hora' por las demoras en la producción de 'El último hurra' (la dificultad en encontrar al interprete que interpretara al protagonista). Se lo propuso Michael Killan, productor con el que acababa de colaborar en 'The rising of the moon' (1957), con la que, además, comparte guionista, TEB Clarke (que en este caso adapta la novela de John Creasey), autor de los libretos por ejemplo, de 'Oro en barras' (1950) o 'Los apuros de un pequeño tren' (1953), ambas de Charles Crichton, lo que podría fácilmente llevar a establecer una asociación, de afinidades, con las comedias de la Ealing.
Al fin y al cabo, la misma 'El hombre tranquilo' (1952) fluía por senderos próximos al de las obras citadas o 'Whisky a gogo' (1949), de Alexander MacKendrick y 'Pasaporte a Pimlico' (1950), de Henry Cornelius, aunque tamizado, eso sí, por ese toque indefectible de Ford. Diría que incluso, en ocasiones, en 'Un crimen por hora', se puede apreciar paralelismos en la gestualidad de Hawkins con la de John Wayne, particularmente cuando se sienten abrumados por las circunstancias pero intentan contener la explosión. Como se puede ver una transposición de los castrenses sargentos de sus obras de caballería en el circunspecto sargento Golightly (Michael Trubshawe), el cual es pura diligencia: admirable ese plano en el que tras que Gideon vuelva exhausto de resolver otro caso a su despacho, ya en el atardecer, aprecie, a través de la cristalera de la puerta, en la sala de al lado, al sargento, con ropa de calle, sentado con la espalda bien recta y esperando, como aplicado subordinado, la vuelta del inspector.
En esta vivaz digresión narrativa (musical) de sucesión de casos, en la que no faltan eficaces y afilados apuntes sombríos (la crudeza de la violencia en los atracos o de comunicar a una esposa la muerte de su marido, que a su vez supone revelación de que se sentía atraído por otra mujer) o de contrastes singulares (la fotografía de una testigo o sospechosa que atrae a Gideon, y que se guardará en un cajón tras encoger los hombros, porque la ha detenido por cómplice en una serie de robos en los que actuaba como precedente de la Marnie de Hitchcock, cambiando de aspecto y empleo después de realizar el robo), resuenan unos ingeniosos leitmotivs: los recordatorios y olvidos del salmón que le ha dicho su esposa, Kate (Anna Lee), que compre para que lo prepare en la cena; la llamada por otro caso que impide que acabe de conseguir retornar a la hora prometida a casa y así asistir al concierto de su hija, Sally (Anna Massey), como si se hubiera convertido en un boomerang condenado volver a la oficina y a una investigación policial; o el joven policía de a pie, Farnaby-Green (Michael Ray), que inflexible pone multas al inspector, al comisario jefe y al juez, el cual, además, usará su entrada para el concierto de su hija, a la que acompañará incluso a casa, pero que, como guinda resarcidora para Gideon de un día tan trasegado, al final sufrirá la contrariedad en sus carnes aunque intente excusar su infracción de tráfico en que está en plena misión. Lo que no es sino una nueva coda irónica de Ford que, como expresa en esta película, considera necesarias las instituciones siempre que sean consecuentes y flexibles. La ley para dejar espacio holgado a la justicia debe considerar siempre las circunstancias (y los olvidos del salmón, que al final es un arenque).
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