miércoles, 7 de febrero de 2018
La misteriosa dama de negro
'La misteriosa dama de negro' (The notorious landlady, 1962), de Richard Quine, es un vivaz exponente de esa combinación de comedia romántica y el género de intriga que predominó en los inicios de los años sesenta, variantes o derivas del cine hitchcockiano, en especial, de 'Con la muerte en los talones' (1959), caso de 'La pantera rosa' (1963), de Blake Edwards y 'Charada' (1963), de Stanley Donen. De hecho, Edwards, que ese mismo año abordaría un thriller en el que predominaba la vertiente siniestra, 'Chantaje a una mujer' (1962), escribe, para 'La misteriosa dama de negro', la adaptación, junto a Larry Gelbart, del relato 'The notorious tenant', de Margery Sharp (otra de sus novelas fue la base de 'El pecado de Cluny Brown, 1946, de Ernst Lubitsch). Con 'Charada' (1963) coincide en componentes de la trama o del enfoque. Ambas se inician con un crimen. En y una otra ya se inicia con ese juego de equívocos, incluso indicativo de la tonalidad del film, cuando un niño apunta con su pistola de juguete, en un caso al personaje de Audrey Hepburn y en otro a una anciana en su silla de ruedas, a la vez que se oye un disparo. La incógnita no se esclarece, sólo se aprecia cómo alguien oculta un cuerpo y sale a la fuga en su coche. Esa incertidumbre se extiende en los primeros compases, cuando una familia aspirante a ocupar una habitación libre en esa casa, varía de opinión cuando reconocen a la mujer, de espaldas a la cámara, que les abre la puerta ( pero nosotros seguimos sin saber quién y el por qué de esas reticencias). La primera vez que se ve a Carlye (Kim Novak) es a través del extraño que no tiene una imagen o proyección predeterminada, porque desconoce lo que aconteció en esa casa, Gridley (Jack Lemmon), un estadounidense, destinado a la embajada en Londres, que busca una habitación que alquilar. Carlye no se presenta como quien es, sino que se hace pasar por una criada, e insiste en que la dueña prefiere parejas, como indica el anuncio, porque si fuera un hombre daría a habladurías.
En estos primeros compases se juega con la ignorancia de Gridley, mientras se combina el enfoque de comedia del cortejo romántico con ciertos intrigantes apuntes de cariz siniestro (la irrupción de una figura en la niebla que alude a Carlye; el sobresalto de los imprevistos acordes de un órgano en mitad de la noche, que toca ella con expresión abstraída). Aunque la posibilidad siniestra está vinculada a la ignorancia o la interrogante, lo que no se sabe o lo que se especula por temor, que se ampliará cuando, en combinación con la realidad difusa, por esquiva, entre en juego la mirada vacilante, por inseguridad y dudas. Es decir, cuando Gridley se entere de los hechos, o más bien de lo que se supone: la sospecha de que Carlye haya matado a su marido, del que no se ha encontrado su cuerpo. Un marido, también, como en 'Charada' que se revelará siniestro por sus actividades delictivas. Y como en la película de Donen pasa con el personaje de Audrey con sus dudas respecto al personaje de Grant, Gridley teme que él pueda ser una nueva víctima, lo que da pie a la estupenda secuencia de la accidentada barbacoa que comparten en el patio de la casa. En irónica correspondencia con los temores a 'quemarse', a morir, que suscita la duda en Gridley (para quien cada frase de una conversación telefónica, nota o medias palabras, están teñidas de su posibilidad siniestra).
Quine modula con proverbial equilibrio la comedia de los vaivenes sentimentales y de la vacilación perceptiva del enamorado, con los toques siniestros de la intriga, como esas nieblas que dominan las calles de Londres, que difuminan el entorno, como difuminadas están las percepciones de los personajes, en particular de Gridley, con respecto al de Kim Novak que, de nuevo, nos remite a la difuminación de la (desenfocada) percepción de Scotty (James Stewart) con respecto al (difuso) personaje de Novak en 'Vértigo' de Hitchcock. Aunque también Quine había explorado la sublimación y las percepciones limitadas u ofuscadas, no sólo con la misma actriz, en 'Me enamoré una bruja' (1958) y 'Un extraño en mi vida' (1960), sino en la precedente 'La senda equivocada' (1954). En 'Me enamoré de una bruja', el personaje de Stewart proyecta sus miedos y recelos, en 'Un extraño en mi vida', el personaje de Douglas primero la percibe desde lo que supone para él, como variación o posibilidad de ruptura de su dinámica de vida insatisfactoria (en la que siente que ya no construye sino que ejecuta trámites), para lograr ver desde la perspectiva de ella, ya no como mera representación. Por tanto, en estas tres películas con Kim Novak, las miradas masculinas son las que se modifican al tomar conocimiento de quién es realmente.
'La misteriosa dama de negro' está perfilada sobre los miedos de una amenaza tras la atracción inmediata (los precipicios que genera la inseguridad). Gridley se siente atraído por Carlye, pero su mente, pasajeramente, se obnubila cuando le inoculan el temor de que sea esa asesina que la opinión publica ha establecido que pueda ser. La atracción, o sublimación, de alguien que no se conoce, se torna arenas movedizas cuando entran en juego las interrogantes sobres cómo es realmente más allá de la proyección. Aunque Quine, más que profundizar en esas reflexiones, opta por la vertiente superficial, lúdica, y despliega un hábil juego de equívocos y ambiguas apariencias que tiene como colofón esa divertida persecución de una anciana en silla de ruedas para evitar que se precipite por unos acantilados, lo que no deja de ser también un irónico reflejo de los temores de los personajes masculinos.
Toda la elegancia y exquisito talento de Quine para la comedia volvían a dejarse notar gozosamente en esta película que es falso thriller, verdadera historia de amor y, como decía, comedia y "slapstick" y también musical merced a la armónica conjugación de los movimientos de cámara –con abundantes desplazamientos, planos largos y grúas– e intérpretes (afortunada y evocadora utilización de Fred Astaire), entendiendo esto en el mismo sentido en que “CHARADA” de Donen deviene un “musical” sin la necesidad de incluir canciones o números musicales.
ResponderEliminarRichard Quine, en la forma aparentemente libre de dirigir a sus actores, consigue mediante sutiles coreografías en el interior del plano que los sujetos que encarnan nos lleguen menos encorsetados en las reglas del juego y por lo tanto más cercanos y cálidamente humanos, más amorosamente dibujados, aprovechando siempre que puede –digamos– su “historial” (disfrutamos de Novak, Lemmon y Astaire porque “representan” lo que ellos mismos, en su trayectoria, significan para nosotros, muy probablemente siguiendo las intenciones de Quine). Por ejemplo: la utilización de Fred Astaire viene dada por lo que este actor y bailarín representa en nuestra memoria; así, cuando le vemos dirigiéndose a su despacho caminando por el pasillo de la Embajada, combinando de manera sincopada los movimientos de todo su cuerpo, estamos asistiendo a un momento musical.
En suma, estamos ante una deliciosa cinta que aplica los mecanismos del suspense y sus tópicos, en este caso un Londres muy típico de las intrigas con asesinato, solo como excusa para dinamitar su función en beneficio de los personajes y también como oportunidad para acudir a juguetonas referencias hitchcockianas, ejecutando algunos pequeños guiños a “VERTIGO”. De repente, en una inesperada escena acentuadamente lúgubre, Lemmon descubre en mitad de la noche a Kim Novak en una estancia con cortinajes, velas y candelabros, tocando el armonio como si fuera una fantasmagórica aparición de Carlotta Valdés.
Pese a la incomprensible decisión de haber sido rodada en blanco y negro, estamos ante un trabajo en verdad inspirado a cargo del autor de "ME ENAMORE DE UNA BRUJA" sin duda en su mejor momento. Inmediatamente antes había rodado la que considero su película más importante, “UN EXTRAÑO EN MI VIDA”, y después de la que ahora nos ocupa aún haría tres comedias memorables. Luego, el declive, la oscuridad, el olvido y un disparo.