lunes, 26 de febrero de 2018
Hors Satan
Quizá no haya cine como el de Bruno Dumont en el que los cuerpos adquieran tal rotunda presencia. Y a la vez, cine de desplazamientos, no son los cuerpos los que se desplazan por o entre los espacios, sino los espacios los que son recorridos por los cuerpos. En estos tiempos hipertecnificados de desquiciada comunicación entre pantallas multiplicadas que acrecientan la virtualización de las relaciones, que no es sino agudización del ensimismamiento, sus personajes casi no hablan. Se desplazan, se miran, actúan. Silencios, son emanaciones del paisaje, otro fruto del mismo. Los cuerpos no parecen diseñados, son ásperos, abruptos. Presencias. Una concreción que sangra, una transcendencia que escuece. Las paradojas desestabilizan. Sumergirse en sus imágenes es retornar a los orígenes, a otro tiempo, a una prehistoria, antes del nombre, ser cuerpo, piedra, hierba, desplazamientos.
En 'Hadewijch' la protagonista ansiaba, con desesperación, abrazar, sentir, una idea, una entidad abstracta, Dios. En la última secuencia se abrazaba con un chico, encarnado por David Dewaele. Este encarna, da cuerpo, rostro, movimiento al protagonista de 'Hors Satan' (2011). Entidad trascendente que pone en interrogante los límites, esos que siempre ha puesto en cuestión el cine de Dumont. En su cine, como en 'Flandres', paisajes a miles de kilómetros de distancia, podían fundirse en un mismo plano porque estaban interrelacionados, porque eran el mismo, porque las fronteras son artificio, arbitrio.
En las primeras secuencias de 'Hors Satan' vemos al protagonista sin nombre arrodillarse. Su figura se perfila contra el sol del crepúsculo, creando el efecto de que el brillo anaranjado fuera su aura, que a la vez le convierte en sombra. Es tanto luz como sombra. Es alguien que no tiene hogar, vive en mitad de la campiña, y parece tener cierta capacidad curativa. Y justiciera, cual ángel protector. En las primeras secuencias se encuentra con la chica que encarna, da cuerpo, rostro, movimiento, Alexandre Lematre, quien le dice, desesperada, que no puede ya más. Ambos se desplazan en los campos, y llegan a una granja. El chico ahora porta una escopeta, con la que apunta a un hombre que sale de un establo. Dispara. No será el único hombre al que agrederá por importunar a la chica.
Ella desea no sólo que le abrace, sino que la ame, que la haga suya, Pero él se niega. Cuando practica el sexo con otra chica, parece que la torturara. A la chica le sale espuma por la boca, y se retuerce desnuda hasta que se sumerge en el agua del rio para aliviarse. Como si el chico acumulara en sí todo el mal que limpia y libera en otros (ese 'Fuera Satán' al que alude el título). El chico a veces dispara sin apuntar y hace daño, como cuando mata a una cabra. Es lo primigenio y es lo trascendente. Es como una deidad animista. O un enigma. Posee una capacidad que transciende lo racional, lo lógico. Indica a la chica que cruce un embalse a través de una angosta pasarela de piedra, aunque le dé miedo, porque de ese modo se apaciguara el fuego que asola la zona.
En 'Horst Satan', lo fantástico, lo enigmático, se funde con la tierra, con el ladrido de los perros, con el agua que cae por los canalillos, con la hierba, con el cielo que se abre o se encapota, con la lluvia que serpentea por los rasgos de un rostro. Dumont recupera los espacios, la naturaleza, los cuerpos. Nos recupera como presencias. Hasta el tiempo parece que respira, como si hubiera sido reanimado. Es un cine de la resurrección. Por eso no sorprende que culmine con una ya que todo es posible. Su cine nos devuelve al origen y nos impulsa al infinito, a un desplazamiento entre interrogantes que raspan con la concreción de lo inmediato.
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