sábado, 27 de enero de 2018
Los archivos del Pentágono
En 'Leones por corderos'(2007), de Robert Redford, la periodista, interpretada por Meryl Streep, después de haber entrevistado al político republicano (Tom Cruise), se topaba con el 'muro' de las conveniencias en la política empresarial del periódico en el que escribe (o, por encima de esta noción, está empleada). No interesa su insurrecto afán de 'verdad', su afán de desvelar las entretelas del escenario político, y sus intereses camuflados bajo la capciosa imagen que desean proyectar para conseguir sus propósitos. En su interesante 'Buenas noches, buena suerte' (2005), George Clooney ponía sobre el tapete otro choque entre la búsqueda de la verdad, que representaba el programa televisivo de Edward R. Murrow, y las conveniencias e intereses comerciales y políticos. No pretendía que el espectador se distrajera, quería que reflexionara, no aceptaba que los poderes impusieran su mirada y la ciudadanía acatara sus designios. Se revolvía contra todo autoritarismo que no sólo no acepta la discrepancia sino que la persigue. Nos situaba en los inicios de los años 50, cuando se vivía más intensamente la virulenta accíón 'purgadora' del Comité de actividades antinorteamericanas, en su persecución de todo aquel que pudiera ser acusado de comunista (o cuestionador de los valores e intereses 'patrióticos), que como siempre, camuflaban, a su vez, intereses económicos. Murrow mismo se enfrentó al senador McCarthy en su programa. Ya en aquellos años, en 1952, Richard Brooks realizó 'El cuarto poder' (Deadline USA, 1952) una de las obras más señeras, o más emblemáticas, sobre la actividad comprometida del periodismo, en busca de la verdad, sin recurrir a sensacionalismos, ni ceder a presiones de los poderes fácticos económicos o políticos.
Brooks, con afinada eficacia, entrecruza tres lineas narrativas. Por un lado, la amenaza de la desaparición del periódico, 'The day' (inspirado en el cierre en 1931 de The New York World, cuando los hijos de Joseph Pulitzer se desentendieron del periódico), por los intereses de las hijas herederas del fundador, ya fallecido, del periódico, con intención de vendérselo a otra importante empresa periodística, con opuestos objetivos profesionales, ya que su prioridad es el sensacionalismo, o sea el negocio, más que la 'verdad'. En segundo lugar, y aunque les queden sólo dos días de 'vida' como periodico, el director, Hutchinson (Humprey Bogart), inicia una investigación periodística con la que poner en evidencia los tejemanejes ilegales de cierto magnate económico, Rienzi (Martin Gabel), casi un gangster de altas esferas, incluidos los encubiertos sobornos en forma de apoyo económico a candidatos políticos. Y, en tercer lugar, otra contrariedad que sufre Hutchinson es la nueva que le da su exmujer, Nora (Kim Hunter), cuando le comunica su nuevo matrimonio ( en su diálogos compartidos se evidencia tanto el amor que se profesaron, y que aún sienten, el rastro de una vida compartida, como la incompatibilidad de modos de vida que hacía imposible la relación). Brooks trenza con mano firme estas tres lineas, que dibujan, con precisión, un tapiz hecho de aspectos públicos y privados (íntimos), los claroscuros, y las contradicciones, y dilemas y conflictos, en ambas esferas, que implica la dedicación periodística. Puede que ambos aspectos, como ocurre en la película, se vean contrariados, ni Hutchinson puede hacer nada para recuperar a su exmujer, ni puede evitar que el periódico se venda y acabe su carrera, pero quedará el regusto de la voluntad afirmada, la integridad inherente a su actitud y labor, con la publicación en el último número del artículo que desvela, con pruebas, la corrupción en la que está envuelto ese magnate. O lo que es lo mismo, al menos, 'muere' con las botas puestas y la cabeza bien alta, señalando las cosas con el dedo, bien deletreadas, arriesgándose a que se lo corten.
'Los archivos del pentágono' (The post, 2017), de Steven Spielberg participa de ese mismo talante o pertenece a la misma estirpe. Las dos primeras líneas confluyen. Aunque no esté anunciado el cierre del 'Washington post', sí pende sobre el periódico la posible amenaza de que, por ley, puedan sus responsables acabar en prisión si deciden publicar los informes del pentágono que revelan la real actitud de los representantes de los últimos gobiernos, no sólo durante los mandatos de Johnson y Nixon, con respecto a Vietnam, sino desde veinte años atrás (cuando se rodaba precisamente 'El cuarto poder'), con el gobierno de Truman. Informes que revelan un engaño, por activa y pasiva, ya que, desde seis años atrás, en 1965, como expresa en la secuencia introductoria el secretario de Estado McNamara (Bruce Greenwood), se tiene claro que para Estados Unidos la derrota será la conclusión inevitable en ese conflicto. Esos informes ponen en evidencia cómo los poderes gubernamentales han utilizado una guerra de modo conveniente, mientras ponían en peligro la vida de miles de ciudadanos que participaron en la guerra. De nuevo, la revelación de la verdad como insurrección.
Ese dilema, si se deciden a publicar o no tal revelación que desentraña la corrupción y falacia de los poderes fácticos, tensará los últimos pasajes de la narración, y están también conectados con la tercera línea, esa que afecta, en concreto, a la figura de la dueña del periódico, Katherine Graham. No sólo es alguien que tiene que dirimir entre dos perspectivas contrapuestas, la que representa la apuesta por la libertad de expresión, cueste lo que cueste, y contra toda presión e intento de imposición, que postula el redactor jefe, Bradlee (Tom Hanks), y la que aboga por la prudencia que proteja de cualquier mínima posible amenaza que afecte a la consecución de beneficios e incluso al futuro del periódico, postulada por asesores, abogados y miembros del consejo, quienes se preocupan más de los inversores o bancos (por cuyo incremento de influencia están presionando a Katharine). La integridad enfrentada a la cautela de la conveniencia y la protección de intereses económicos, el riesgo frente a la avenencia que se pliega a las circunstancias, o dictados del poder, sea político o económico, para no sólo sobrevivir indemne sino potenciar los beneficios.
Por añadidura, la decisión, y la determinación, de Katharine forcejea con su condición de intrusa, por ser mujer en un negocio o una dedicación que ha sido dominio habitual de hombres, y por neófita, ya que su posición ha sido heredada de padre y un marido que se suicidó cuando ella tenía cuarenta y cinco años. Eso implicó reiniciarse, abandonar un escenario al que se había acomodado sin conflicto alguno, como esposa y madre, y adaptarse a otro en el que tiene que afirmarse, incluso, como dominadora de ese escenario. Katharine se ve zarandeada por una espiral, como una hélice que intenta arrollarla, con las presiones de quienes intentan que se pliegue a sus perspectivas y necesidades, sobre todo las de quienes abogan por la prudencia, basando su actitud disuasoria en su bagaje y conocimiento del escenario y en un pragmatismo que se ha sabido desprender de escrúpulos para conseguir sus propósitos, los cuáles, en cambio, también pesan en las decisiones de Katharine. Por eso, Spielberg rueda dos magníficas secuencias decisivas, cuando tiene que inclinarse por una opción u otra, con movimientos de cámara que giran alrededor de Katharine, primero, en picado, al teléfono, y después, más sinuosos alrededor, mientras el más persistente representante de la perspectiva pragmática, Arthur Parsons (Bradley Whitford), intenta que rectifique en su decisión de apoyar la publicación de los informes. Por ello, su decisión de apoyar la publicación es una doble victoria, porque también es la de su propia afirmación personal, que no se deja apabullar por quienes la rodean. Afirma su propia voz, su propia voluntad. Incluso con respecto su amigo McNamara, porque logra subordinar fidelidades que más bien estaban relacionadas con las avenencias y los medrosos escrúpulos que con el rigor del acto íntegro.
'Los archivos del pentágono' se inicia con alguien, Daniel Ellsberg (Matthew Rhys), que ve cómo son unos hechos, y se consterna con la versión que los poderes fácticos están determinados a proporcionar, por lo que decide actuar en consecuencia, como mirada que se subleva, y suministra años después a los medios la información que se ha ocultado a la ciudadanía por conveniencia. Y concluye con quienes dicen lo que quieren decir sin miedo a posibles represalias o impedimentos de los poderes fácticos. Uno y otros actúan de acuerdo a su integridad, no de acuerdo a la conveniencia ni la contemporizadora avenencia. Denuncian lo que se omite y tergiversa, ofrecen a la ciudadanía la perspectiva real sobre una realidad distorsionada por haber sido mediatizada. Spielberg, como Brooks en 'El cuarto poder', escancian una narración de vigoroso dinamismo. 'Los archivos del Pentagono', en la que se desecha lo accesorio, es como un impulso de acción que arrolla todo avieso muro de contención y represión. La excelente 'El puente de los espías' no dejaba de señalar que los muros o las alambradas también se trazan en el interior del país. Donovan, el hombre íntegro que no dudó en defender a quien se consideraba un enemigo del país, y por tanto persona non grata, porque él pensaba que ante todo hay que saber comprender la perspectiva del otro, contemplaba, en los últimos planos, cómo unos niños saltaban unas verjas en un patio interior. Evocaban el muro con alambradas que había contemplado desde otro tren en Berlín. Su mirada se ensombrecía, porque le recordaban que la bestia anida en cualquier lugar, incluso en su mismo país. La sociedad tiende a interponer muros y alambradas, como las gubernamentales que se denuncian y desentrañan en 'Los archivos del Pentágono', pero, afortunadamente, siempre habrá audaces miradas íntegras como la de Murrow, Donovan, Ellsberg, Graham, o Bradlee, que intenten derrumbarlas. En los 50, el programa de Murrow abríó una brecha que evidenciaba que era posible decir las cosas claras sin temer represalias o el abandono de los sponsors comerciales, e incluso derrotar al autoritarismo y las diversas conveniencias empresariales. Y lo mismo demostró el Washington Post en los 70. Por eso, 'Los archivos del Pentágono' termina con el recordatorio de lo que otros periodistas del mismo periódico realizaron pocos años después con el Watergate. Y ese ayer puede seguir siendo hoy.
John Williams compuso una excelente banda sonora para 'Los archivos del Pentágono'.
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