domingo, 21 de enero de 2018

Ariane

Hay un plano en 'Ariane' (1958), de Billy Wilder, que condensa, de modo ingenioso y certero, el substrato de esta comedia sobre las lides amorosas como espacio de escenificaciones y reflejos. Flannagan (Gary Cooper, en un papel ofrecido en primera instancia a Cary Grant, que lo rechazó por la diferencia de edad con su partenaire, como ya había hecho en 'Vacaciones en Roma', pero no haría en 'Charada'), millonario y playboy, expone su planteamiento sobre las relaciones: en cuanto aparece el sentimiento, que implica gravedad (no centro, sino caída en ella), huye. El plano se sostiene sobre el rostro arrobado de la joven Ariane (Audrey Hepburn) escuchándole mientras a él le vemos, dentro del mismo encuadre, en el reflejo de la ventana. Él es tanto un reflejo, desde la perspectiva o mirada de ella, porque él es una figura sublimada desde la idealización, aunque el príncipe encantador es más bien un disoluto o bon vivant (según el ángulo) que vive entre reflejos porque siempre está en fuga en las relaciones, antes de hacerse presencia ( con la aparición del sentimiento). Es como el reverso de un ceniciento que huye para no dejar ver que puede ser una calabaza.
Claro que Ariane, en la segunda parte, cuando entablan una relación, se convertirá en una particular cenicienta de media tarde (el título original es 'Love in the afternoon/amor después del mediodía) porque ella siempre se cita con él a las cuatro, para desaparecer antes del atardecer. Además, juega con las mismas armas de él, la fuga, la actitud escurridiza, que es escenificación, y el misterio de lo incierto ( ella no le dice quién es, ni siquiera su nombre). Ariane estudia música, en concreto toca el violoncello, y Flannagan dispone de un cuarteto musical amenizador que parece una extensión suya (no sólo les utiliza en la habitación de hotel donde tienen lugar sus encuentros amoroso, sino que en ocasiones le siguen en otros escenarios,que son continuidad, sea en otro bote en el río, en un viaje a Estocolmo para una circunstancia singular o en una estación de tren). Ella pone la partitura del sentimiento, del sueño amoroso, y él colea, sugestionando los sueños de ellas mediante la atracción subyugadora de la música.
Este cruce entre la joven soñadora y el hombre escurridizo se hila con la paradójica salvación del monstruo que se siente como príncipe. Se desencadena porque ella es hija de Claude (Maurice Chevalier), detective privado en cuestiones extramaritales, que tiene identificado a Flannagan como la quintaesencia del seductor. Por eso, claude representa el contraste escéptico con respecto a las idealizaciones románticas de Ariane. Cuando Ariane escucha que el marido del último romance de Flannagan va a ir a la habitación del hotel para disparar sobre ambos, Ariane (que ya se había quedado fascinada con su foto) se adelanta (entrando por un umbral inusual, el balcón) para avisarles. Ariane se entregara a lo que sabe sólo es una noche de amor, pero no por ello persistirá en ella la esperanza de que aquello no sea un romance provisional. Por ello cuando un año después él reaparece ( reencuentro durante una representación de una obra emblemática del romanticismo 'Tristan e Isolda), al apreciar que a él le cuesta reconocerla, como si tuviera que distinguirla en el recuerdo en una espesura de variadas mujeres, planteará su particular representación como forma de alcanzar la posición singular, única, mediante la táctica de la inversión: Se creará un personaje que ha tenido en un año alrededor de una veintena de amantes, hecho, sumado al misterio sobre su identidad, que irá obsesionando a Flannagan (la desestabilización por la suma de lo que no se comprende con la ofuscación de sentir que no se es centro escénico), que llegará al extremo, ahora en el papel opuesto, de incluso requerir los servicios del padre de Ariane. Ya no es la figura escurridiza en fuga, que vive en lo transitorio, entre habitaciones de hotel, como si habitara un escenario permanente, sino el hombre que busca precisar, sin tomar consciencia de ello, quién es su reflejo, esa otra figura escurridiza que le hace convertirse en presencia, en hombre que no representa ni actúa sino que es y ama. Si al principio la usaba para que el peso de su cuerpo ayudara a que consiguiera cerrar las maletas, ahora ella ya será su viaje, su puesta en movimiento que le libera de su vida como mero escenario en fuga. 'Fascinación', el vals compuesto en 1904 por Fermo Dante Marchetti, leitmotiv de la atracción amorosa.

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