sábado, 11 de noviembre de 2017
Spoor (El rastro)
Sobre los huesos de los animales. Hay varios síntomas que ratifican la concepción de que quizá el ser humano sea un virus. Primero, siente inclinación, o compulsión, por inventar y construir dioses, lo que es una esquinada forma de delegar responsabilidades, así como de apuntalar la ilusión de continuación del relato de la vida tras esa incógnita desestabilizadora que es la muerte. No hay fin, puede haber recompensas, y todo este caos que montamos tiene un director y guionista detrás con capacidad sancionadora. Segundo, sueña con sentirse el elegido, mediante variantes individuales y colectivas, que es una de las manifestaciones de nuestra inclinación, o compulsión, por intentar controlar la vida (los acontecimientos, los otros), es decir, soñamos con ser capaces de resolver cualquier contingencia, incluido salvar el mundo o librarnos del mal (sea cual sea su caracterización), y nos sentimos detentadores de unas cualidades excepcionales de las que carecen los que no pertenecen a la misma condición. Y, tercero, también el ser humano parece sentir inclinación, o enajenación, por sentirse superior a otras especies animales. Es otra forma de sentirse dios. Cualquiera de esas opciones justifica su incontrolable tendencia a la destrucción y el daño, y refrenda su eficiencia al respecto, sin parangón entre las otras especies, en la escala que sea. Es decir, no hay virus más poderoso que el ser humano. Claro que, afortunadamente, hay quienes se dedican a la creación y a la entrega, con lo cual algo se equilibra la balanza. Y ese es el caso de Janina (Agnieszka Mandat), protagonista de 'Spoor: El rastro' (2017), de Agnieszka Holland, muy sugerente adaptación de la notable novela de Olga Tokarzcuk, 'Sobre los huesos de los muertos'.
Una de las variaciones, con respecto a la novela, condensa, de modo muy eficaz, cómo Janina es alguien que mantiene una armoniosa relación con la naturaleza y los animales. En la primera secuencia, que en la novela es pasado añorado, se evidencia, a través de un presente, esa conjugación y conciliación de presencias: Janina pasea con sus dos perras por los campos cercanos a su casa rural. En la novela es evocación de lo que ya no es, una incógnita irresuelta que aún duele: la inexplicada desaparición de sus dos amadas perras. En la película se dota de cuerpo lo que ya no es, se evidencia cómo era ese amor, esa relación con las perras que, por extensión, se amplifica a la relación con su entorno, con la naturaleza. Lo que le diferencia de quienes detentan diferentes formas de autoridad en esa zona polaca del Valle de Klodzko. Todos y cada uno de ellos, sea policía, alcalde, sacerdote o próspero empresario, evidencian su suficiencia y su desprecio a los animales como criaturas inferiores. La naturaleza es un mero de coto de caza, ya sea por mera diversión, o un entorno que meramente suministra recursos y alimentos. Los animales no son criaturas con las que relacionarse, como el entorno es un mero espacio de paso o suministro. Janina desafía esa autoridad.
La trama se hilvana a través de una serie de asesinatos. Las víctimas se caracterizaban por su crueldad con los animales. Como si fuera la ejecución de una justicia poética, Janina alude a la venganza de los animales por los maltratos y ultrajes sufridos. Pero el relato, más que orientarse en en el hilo del thriller y de la investigación o intriga criminal o en la alteración perceptiva del fantástico, se despliega en otras direcciones, en la disociación de los tiempos, entre pasado y presente, lo que se evidencia en la diferente manera de visualizar los retrocesos en el tiempos, como si se hubiera producido una fisura, una herida más bien, que hubiera separado lo que era de lo que es, como si se hubiera arrancado de cuajo un vínculo armónico. Ya no se puede sentir la realidad del mismo modo, no se percibe, o habita, igual, por lo que se representa de diferente manera. Con la desaparición de las perras se arrancó parte de la vida de Janina, como si le hubieran extraído órganos vitales, y esa sensación se extiende en la narración.
Janina desespera porque colisiona con mentes obtusas y arrogantes que encierran en jaulas, en su sótano, a diversas criaturas animales, o que practican la caza indiscriminada por mero divertimento. Como rúbrica que certifica esa mezquindad, el sacerdote argumenta que en la biblia se explícita la superioridad de los humanos sobre las otras especies, y por añadidura, en sus sermones, justifica cómo la caza es un derecho divino de los humanos. Esa soledad de Janina se palpa en una narración que hace sentir, a través de su color y luz, de matices nublados, como el vaho retenido en un interior, esa sensación de indefensión y pesadumbre no cauterizada. Hurga en su propia herida, su propia pérdida, y amplifica su aislamiento, como si quedara relegada, apartada, en una intemperie que además la desposee de cualquier posibilidad de preservar esa sensación de conciliación y armonía, tan bellamente expuesta en la secuencia incial. 'Spoor: El rastro', por ello, adquiere esa condición de película necesaria por cuanto nos confronta con nuestro embrutecimiento, nuestra distancia del entorno, con el cual no nos relacionamos sino más bien pisamos. Y con nuestra suficiencia, que se erige sobre los huesos de tantas otras especies. Somos más bestias, y más ferozmente depredadores, que cualquier animal, pero nos arrogamos la autocomplacencia, por nuestra autoridad sobre el entorno y animales, de que somos diferentes y, por tanto, mejores. Pero la distinción está en quienes, como Janina, se sublevan, porque aún son capaces de gestar y crear esa relación armoniosa con el entorno, y los otros, humanos y otras especies, como si fueran uno y el mismo.
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