sábado, 25 de noviembre de 2017
El fiel
Nada de flores, sólo tus entrañas. Hay películas que no sabes con qué nuevo cambio de dirección te sorprenderá, como es el caso de 'El fiel' (2017), de Michael R Roskam, tras realizar más de un brusco volantazo que trastoca el escenario dramático. No permite que te sientas seguro, por sus cambios de marcha, de ante qué tipo de película te encuentras, si un thriller con atracos o un melodrama romántico o una áspera película realista. Hay personajes que no saben por qué actúan como actúan, como es el caso de su protagonista, Gigi (Matthias Schoenaerts). Siente impulsos, y por eso da volantazos con su vida. Se siente atraído por una conductora de Formula 1, Bibi (Adele Exarchopoulos), y se lo expresa sin ambages. Mete la directa, sin necesidad de usar el embrague. Pero, durante un tiempo, derrapa aunque sienta cuál es la meta hacia la que dirige. En la contradicción se derrapa, quizá por eso diga la verdad, que es un gangster que realiza atracos, aunque la diga como quien no espera que se lo crea la persona que ama. Esa indefinición le define. Quizás, porque en buena medida, es aún un niño que sigue huyendo, por eso recurre a las mentiras, aunque sea en forma de omisión, o diga verdades que parecen una ocurrencia excéntrica, como una espesura en la que protegerse.
En el prólogo, aún niño, lo vemos huyendo. En la secuencia final, corre pero es hacia quien sabe, sin duda alguna, que ha sido su centro y meta en la vida. En ambos, casos es perseguido. En el primer caso, corre hacia cámara. En el segundo, la cámara adopta su punta de vista. En el primer caso, hay elementos interpuestos en el encuadre. En el final, salta una verja, porque sabe hacia dónde se dirige, y qué debe superar. Ya sabe qué verjas él mismo ha interpuesto para dificultar su trayecto aunque siempre sintiera que se dirigía hacia quien era fiel, como el perro que se entrega incondicionalmente a su dueño. Pero, hasta esa conclusión, ha debido forcejear con sus propias contradicciones, como refleja su propio miedo a los perros. Hasta que sabe ser uno, metido en una jaula, y así desprenderse de la jaula que él mismo se había construido.
Esos detalles de estilo, de planificación y uso del espacio dramático, evidencian la singularidad de esta obra que puede resultar desconcertante por esos vaivenes o cambios de dirección narrativa. Piensas que estás en un tipo de película pero de repente te encuentras con que se modifica tu percepción del relato. Resulta abrupta, como sus, en ocasiones, cortantes elipsis. Parece que digresiona, pero simplemente deriva en meandros como el propio protagonista parece dar vueltas sobre sí mismo, como el perro que persigue su propio rabo. Busca encontrarse, saber por qué actúa cómo actúa, por qué tarda en reaccionar cómo debiera. En un atraco, un plano aísla al personaje de la circunstancia, lo que refleja su malestar, su desajuste con una actividad que sigue realizando no porque realmente quiera hacerlo. Del mismo, el sonido también se difumina, en otro tipo de aislamiento, en este caso para quien siente, como ella, que su vida se ha descompuesto tras que se haya trastocado radicalmente el escenario de su vida por revelaciones que no esperaba. Pensaba que conducía en un circuito, pero su realidad era otra. Pierde el paso. En ocasiones, la cámara parece que capta al vuelo el gesto cotidiano, una reunión de amigos. En otras, coreografía un paso de baile, aunque sea el de un atraco, como el plano secuencia del segundo atraco. En ocasiones, los planos son breves, y ya condensan una circunstancia, incluso una que supone un giro radical en la vida de los personajes. En otra, se alargan los planos, para evidenciar el desconcierto, la desubicación, como la emoción que resbala. Un cambio de plano te puede confrontar con una revelación que modifica completamente la percepción sobre la circunstancia de un personaje.
No es realmente un thriller, aunque haya atracos. Hay personajes en colisión consigo mismos, que no sólo roban a otros, sino quizá a sí mismos sin darse cuenta de que sustraen su propia vida, lo que más valora de la misma. Es una historia de amor de dos personajes que sienten que el otro es el centro de su universo, pero una sabe cuál es su dirección, y el otro se desvía y derrapa. Fiel mira hacia quien es su dirección pero no deja de distraerse mirando alrededor y hacia atrás aunque él mismo no sepa por qué lo hace. A veces, enfocar en la dirección que sabes que quieres seguir implica desprenderse de ciertas inercias que pueden abocar tu trayecto a un callejón sin salida. Es un relato de circunstancias extremas que complican la relación sentimental, pero el melodrama se ve seccionado por las elipsis como si la catarsis no fuera posible, y sólo quedara el grito y el rasponazo. Nada de flores, le dice ella, cuando concuerdan su primera cita tras intercambiar unas escasas frases. Define el estilo de esta obra sobre dos que se aman con las entrañas al aire como si les fuera la vida en ello y no hubiera límites, ni la prisión ni la muerte siquiera. Nada de flores, como si el amor más grande de la vida se expresara entre barrotes y objetos interpuestos que siempre parecen afilados. Y pueden ser los de las propias contradicciones.
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