domingo, 27 de agosto de 2017

Verónica

La sombra quemada. Cuando aún eres una sombra que no acaba de perfilarse como cuerpo, cuando no eres niña ni mujer, cuando aún tu cuerpo no sangra porque una emoción difusa te bloquea, cuando tu madre está ausente cada día y debes ejercer como responsable madre sustituta con tus tres hermanos pequeños, quizá te confrontes con un incierto monstruo que no acaba de perfilarse sino que parece una sombra que asemeja a un cuerpo abrasado. Y siempre aparece cuando tu madre no está. En 'Verónica' (2017), de Paco Plaza, Verónica (Sandra Escacena), una chica de 15 años, realiza con una ouija, en el sótano de un colegio, junto a dos amigas, la invocación de su padre irremisiblemente ausente, por fallecido, y desencadenará unas siniestras y trágicas consecuencias. Quizá invita a lo innombrable, una entidad tenebrosa que se adhiere a ella como un parásito dispuesto a dañar a sus seres queridos, los que están bajo su protección, sus hermanos. O quizá tenga que ver con los sótanos de su mente. O quizá ambas cosas, porque Plaza juega con habilidad con la ambivalencia. Ante todo perfila una circunstancia, un estado, aquel en el que se encuentra Verónica en su vida, el vórtice del que surgen las tinieblas, sea cual sea su naturaleza.
Verónica se siente sola, como se siente su madre (Ana Torrent), pero esta distrae y aturde a su soledad con su dedicación al bar que regenta, el cual absorbe y ocupa su vida, o la posee, como una entidad siniestra, por lo que se convierte en una figura ausente, una figura que falta, y que se añora, como quien deja desasistida. Así se siente Verónica, a la que supera y abruma la responsabilidad, como si de niña o hija hubiera pasado a madre o adulta sin vivir las fases intermedias. Y sin aún serlo. Por eso invoca al padre, como quien solicita ayuda para disponer de la fuerza necesaria o alivio para una vida que siente condenada, o poseída, como extensión de su madre. Su vida es un grito silencioso. Por eso, la transición al pasado, en la introducción, se realiza a través de un grito. De hecho, la película se inicia con una llamada de auxilio a la policía. Los agentes acuden, en una noche cerrada, lluviosa, al domicilio, que encuentran arrasado. Ya se nos empapa con una atmósfera tenebrosa, sofocante, pero que deja el contraplano de la incógnita, lo que descubren, para una evocación de los tres días anteriores, el por qué de ese grito de auxilio, en un sentido amplio. Se presenta como un informe policial, el único en España en el que un policía constató ser testigo de fenómenos paranormales, en Madrid en 1991, pero la película se despliega en un sugestivo terreno de la abstracción, los reflejos de las sombras interiores.
Verónica como la recientemente estrenada 'Abracadabra' (2017), de Pablo Berger, se enfoca hacia las posesiones, y ambas desde un enfoque, o padecimiento, femenino. Ambas se desarrollan en ambientes corrientes, el de una clase media baja, un entorno ordinario, deslustrado, como el escenario de las aguas residuales en los sótanos de una sociedad bloqueada, o poseída, sea por un machismo ancestral (reflejo de una transición social y cultural incompleta), representado, en 'Abracadabra', en el marido poseído, o en 'Verónica', por la insuficiencia económica que asfixia las múltiples vida que sobreviven apuradamente en nuestra sociedad, como quien asoma la nariz con dificultad en la superficie del agua con la que se forcejea para no ahogarse. La primera incide en lo grotesco, reflejo de la indefinición de quien, como la esposa, se ha resignado a la decepción, o la ha barnizado con la asimilación de la costumbre, la convivencia con ese prototípico marido cerril, brusco, desconsiderado, futbolero, arrogante y gañán, quien, poseído, parece otro, atento, servicial, amable, aunque quien le ha poseído se revele que fue un asesino. La mujer no elegirá ni a uno ni otro, sino a sí misma, tras tomar consciencia de que funcionaba como un resorte no sustentado en la preferencia ni en la afinidad. Lo que no pudo ser, como alternativo reflejo masculino, se revela, por degradación o inhibición, como otra variante desquiciada.'Verónica' incide en la desesperación (incluso, en lo trágico), el colapso de la sombra que amordaza y asfixia: como el gesto de la mano, en plano cenital, sobre Verónica, tanto de esa indefinida criatura de apariencia carbonizada (en correspondencia al estado emocional de Verónica) como de la madre.
'Verónica' transita los senderos de las obras centradas en entornos (casas, mansiones, pisos) asediados por amenazas sobrenaturales, reflejo de los asedios interiores que sufre la protagonista, incapaz de ver qué padece, o que ella misma es el lobo que la persigue: por eso, su contrapunto, quizá lúcido, quizá reflejo, es una monja ciega, con la que dialoga, siempre, en el escenario del sótano de la escuela, como si dialogara en el sótano de su mente. Su mirada no se diferencia de la que contempla la realidad, y a sí misma, a través de un cristal esmerilado: por eso, la amenazante sombra se torna, cuando se abre la puerta de cristal esmerilado, en su madre. Por eso, la primera aparición de esa criatura siniestra es tras ella, en segundo termino del encuadre, como si fuera la sombra que arrastra, cual condenada, y después se refleja en la pantalla del televisor. La introducción de la película, como los fragmentos de una fractura que aún no perfila el conjunto de las piezas, nos sumerge en la interrogante y en la fisura de lo siniestro. Y esta se quemará lentamente, como el reflejo que asocia la sombra de lo monstruoso con el peso de las ausencias, las carencias y la falta de una niña que aún no sabe ser mujer.

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