domingo, 4 de junio de 2017
Norman, el hombre que lo conseguía todo
El hombre que vivía en medio. Norman Oppenheimer (Richard Gere) se define como asesor, incluso asesor de asesores. En su tarjeta destaca el término estrategias. Es un intermediador, un agente económico que media. De hecho, se puede decir que habita una zona intermedia. Nunca se le ve en su hogar. Nadie sabe dónde vive. Su negocio parece ambulante, no tiene una sede. En ocasiones, dice que es viudo. En otras, que tiene una hija que acaba de terminar la universidad. Como también comenta en distintas ocasiones que su esposa fue niñera de diferentes personas célebres. Siempre parece portar la misma indumentaria, un gabán, una bufanda, una gorra y una bolsa al hombro, como un cartero. Al fin y al cabo intenta establecer comunicación entre personas, políticos y financieros, para que se propulsen negocios que le reporten beneficios con la correspondiente comisión. Norman intenta arreglar, solucionar, satisfacer, como un buen servicio, lo que otros desean, porque la complacencia de esos deseos, como una red de deseos que se interrelacionan, puede posibilitar su propio beneficio.
En el título español de esta excelente obra del cineasta israelí Joseph Cedar, autor de la interesante 'Pie de página' (2015), se destaca su facultad de poder conseguir: Norman, el hombre que lo conseguía todo (2017). Pero en el título original se matiza: The moderate rise and tragic fall of a New York fixer/El moderado ascenso y la trágica caída de un intermediario neoyorkino, que se relata en cuatro capítulos. Norman es alguien que ronda, al acecho, los ambientes en los que pueda establecer contactos útiles, y en una de esas ocasiones fija su objetivo en Micha Echel (Lior Ashkenazi), un alto cargo israelí que se encuentra por unos días en Nueva York. Se convierte en una pieza de caza que puede facilitarle la consecución de unos prósperos negocios con cualquiera de los dos más acaudalados financieros neoyorkinos, Taub (Josh Charles) o Kavish (Harris Yulin). Establecer y afianzar ese contacto podría facilitar poner el pie en el centro del escenario, mediante la consecución de un satisfactorio trato financiero con cualquiera de ellos. Es otro de los múltiples intentos de quien ha dedicado su vida a esa zona intermedia sin que, pese al paso de las décadas (ya supera la sesentena), haya logrado establecer una posición de estabilidad, fija, en ese territorio flotante, variable e incierto. Otra apuesta, que sí resultará efectiva ya que le conducirá a un momentáneo y fugaz éxito aunque también a una precipitación en el vacío (con la paradoja de la resolución efectiva de su labor).
Norman es una figura indistinta entre tantos que intentan introducirse en el escenario principal. Por eso, como frase recurrente se ofrece a los demás para introducirles a otras personas, para que establezcan contactos. Es un introductor que intenta introducirse. A veces, incluso, se ofrece por tres veces en cinco minutos de conversación. Quizá se deba a la desesperación de quien se siente boqueando a duras penas para mantenerse a flote. Por eso, no duda en realizar apuestas tan fuertes que tambalean su frágil posición, como comprar unos zapatos de elevado precio para conseguir el aprecio de quien desea que, como contacto, le facilite el acceso a ese deseado centro del escenario político y financiero. Para su sorpresa, así será tres años después. Por un instante, no será alguien indistinto sino alguien que accede al centro del escenario como figura destacada, alguien en el centro del encuadre o foco, ya no un satélite indiferenciado que pulula alrededor sin nunca aparecer en la fotografía. Pero Cedar no deja de sugerir su fragilidad, reflejo de un sistema financiero que se trama sobre lo intangible, sobre inversiones y especulaciones, y difusas marañas de intercambios y tratos. Es el recordatorio, también, de que ese implacable sistema o engranaje no deja de infligir bajas entre los que, por torpeza, inadecuación, inconveniencia o discordancia, no encuentran su lugar en la trama.
Norman dispone de un distorsionado reflejo, Katz (Hank Azaria), otro agente económico intermediario que intenta vender sus estrategias para poner el pie en el umbral del escenario central. Su aspecto desastrado, que le asemeja de modo más manifiesto a un cartero rural, es la evidencia de su real condición aunque Norman la disimule con su aspecto más atildado y correcto. Pero su vulnerabilidad (o desesperada ansiedad) se manifiesta en el enrojecimiento de la piel en manos y mejillas, que no cesa de rascar cuando la tensión por los acontecimientos adversos le supera. Por añadidura, se podría señalar cierta ambigüedad en esa figura de Katz, quizá real o meramente fantasmal, que insinúa sutilmente su condición de alter ego y reflejo distorsionado de quien nunca parece estar del todo en el mundo sino siempre en medio sin conseguir poner del todo el pie en el umbral.
Cedar logra transmitir y reflejar esas ideas y emociones a través de diferentes recursos de puesta en escena, lo que confiere una notoria distinción a esta obra. En las primeras secuencias, ya inocula la sensación de que Norman es una figura flotante, que habita una particular burbuja, su zona intermedia, a través de una planificación que prima los rostros y los detalles, más que la presencia del escenario, el alrededor. Norman aspira a integrarse, a lograr apuntalar el nexo, el conector con el contraplano, y así materializar el plano conjunto del que ya sea parte integrante. Ese espacio intermedio flotante, ese desplazamiento, que es a la vez cámara aislada, ese tanteo de contactos, es su inestable y difuso entramado de relación con la vida alrededor. Norman es alguien que vive cautivo en ese círculo (o vida atascada), como refleja ese plano cenital que realiza la transición de su figura a unos coches dando la vuelta en una rotonda. En cambio, en la secuencia que accede al centro del escenario, todo se ralentiza. Por un instante, todas las figuras alrededor se paralizan, o ralentizan los gestos, menos él. Es el instante en que su vida se pone en movimiento: el fantasma, que era hasta ese momento, por fin parece dotarse de presencia.
En las secuencias en las que, por teléfono, intenta armonizar la red o cadena de diversos intereses, de favores que faciliten que otro haga el favor a quien, a su vez, hará el favor a otro para que de ese modo el conjunto se perfile y así posibilite la consecución de los deseos de cada uno y el propio, la planificación une o conjuga en el encuadre a él y a los otros personajes aunque se encuentren en distintos espacios. Además, él está en todo momento en escenarios comerciales. Esa es su vida, la actividad comercial entre diversas piezas de un mosaico en el que deben todas encajar. Su vida es ese espacio indefinido, un escenario neutro de intercambios comerciales. En la brillante conclusión, Cedar se inspira, con admirable dominio expresivo, en los montajes secuenciales finales de las diferentes partes de 'El padrino'. Alterna su propio destino, en qué no lugar o posición queda, con el de todos aquellos cuyos deseos intentaba satisfacer. Sin duda, 'Norman, el hombre que podía conseguir todo', es una singular obra que desarbola cualquier intento de compartimentarla en un género. Con ironía y sin afectación dramática, con la mordacidad de la sátira pero con un doloroso poso de tristeza, nos recuerda, con el gesto final de Norman, cómo podríamos ser. La generosidad tal vez sea el mayor de los placeres que existen, escribió William Maxwell.
Bueno, pues el bueno de Don Norman no consiguió hacer conocida la película en mi caso... Y pensaba que Richar Gere se había retirado hacía mucho tiempo siguiendo las enseñanzas del maestro Sean Connery, ahora veo que no.
ResponderEliminarLástima.
Saludos,
J.