domingo, 23 de abril de 2017
Homeland - Sexta temporada
Las sospechas sobre una conspiración en la sombra (el difuso poder corporativo) articulaban, entre dos atentados mortales a candidatos presidenciales, el trayecto narrativo de 'El último testigo' (1974), de Alan J Pakula. En la mordaz y minusvalorada 'Objetivo mortal' (Wrong is right, 1982), de Richard Brooks, unas maletas son colocadas con sendas bombas nucleares en lo alto de las Torres Gemelas. Las maletas no las han colocado el grupo islamista, aunque había amenazado con hacerlo. La hábil estratagema del gobierno, adelantándose, les justifica para realizar una invasión, cuando, precisamente, se había deteriorado la imagen del presidente estadounidense y de su gabinete. Por supuesto, en la intrincada trama de agencias, departamentos gubernamentales, traficantes de armas y grupos de resistencia o terroristas (según el enfoque), lo que está en juego es el petroleo. Ambas obras evidenciaban el clima de desconfianza con respecto a las instituciones, que se vio reflejado en una serie de incisivas y sombrías obras durante la década de los setenta, de la que la película de Brooks, junto a la también mordaz y minusvalorada 'Clave: Omega' (1983), de Sam Peckinpah, fueron últimas muestras (curiosamente, en paralelo a la pérdida de atractivo comercial del cine de catástrofes). La 'catástrofe' sería, efectivamente, el rearme patriótico y puritano moral (a la vez que amoral por la propagación sin bridas de la competitividad, gracias a las medidas políticas de privatización y de apoyo al mercado libre, que proporcionaban al depredador/yuppie/alien el dominio del escenario socio-económico). La sexta temporada de la excelente serie 'Homeland' participa del talante y de la mirada interrogante y crítica de aquellas obras.
En concreto, relacionado con las dos citadas, nos encontramos, de nuevo, con un atentado a la presidenta electa, Kean (Elizabeth Marvel), organizado, en este caso, no por corporaciones difusas sino por una alianza de integrantes de agencias gubernamentales, ejercito y medios de comunicación. Por otro lado, también hay atentados, que se descubren escenficaciones, que propicien la intervención en Oriente medio (en este caso, por una supuesta amenaza nuclear desde Iran): el atentado, una vez más, en Nueva York se utiliza como eficiente arma sugestionadora entre los ciudadanos, los cuales no dudan de que los responsables, como les indican (por las apariencias manipuladas) sean musulmanes, sin tener la mínima sospecha de que es un atentado orquestado desde dentro, desde las propias instituciones, en comandita con aquellos representantes de los medios, como es el caso del director de una cadena privada de televisión, O'Keefe (Jake Weber), que apoyan, y estimulan, la actitud agresiva e intervencionista en el escenario de la política exterior.
Esa escenificación de atentado,y la aún más drástica decisión del posterior intento de asesinato de la presidenta, se deben a que sus actitudes y propósitos no encuentran ratificación en las previsiones de decisiones políticas de la presidenta. Keane no cree en la beligerancia de la política exterior. Aunque perdiera a su hijo en el campo de batalla,no piensa como otros (como, específicamente, otra madre que perdió también al suyo) que sea precisamente una razón que justifique por ello la intensificación de la actitud beligerante (como si se redujera a una sucesión de reacciones viscerales, según un bando u otro pierda a uno de los suyos, que puede no tener fin). El primer paso para intentar vulnerar esa actitud que contradice la que mantenía el anterior presidente será correr el rumor de que Iran ha realizado contactos con Corea de Norte para conseguir material nuclear. El segundo orquestar un atentado con el que responsabilizar, a través del chico musulmán que conducía la furgoneta (conocido en la red por sus cuestionamientos a la persecución de lo musulmán), una conspiración de ese entorno musulmán. El tercero, a la desesperada, la supresión de la figura que puede entorpecer sus propósitos con el poder que detenta.
El trayecto dramático se complejiza con las diversas subtramas que reflejan los particulares conflictos individuales, en una precisa conjugación de reflejos entre los conflictos individuales y colectivos. La lucha de Carrie (Claire Danes) por lograr tutela de su hija. Si será puesta en duda será gracias a la intervención, que distorsione convenientemente la decisión de los responsables de los servicios sociales, de quien también ha distorsionado convenientemente la percepción de la autoría del atentado, Dar Adal (F Murray Abraham), alto cargo de la CIA. El desesperado forcejeo entre la impotencia y la avidez de intervenir de modo resolutivo, por tanto de proteger con eficiencia (de modo personal, a Carrie, y simbólico, como agente gubernamental), de Peter (Rupert Friend), el cual quedó minusvalido tras el envenenamiento sufrido, por gas sarín, en Berlín (en los finales episodios de la anterior temporada). Esa indefensión hace que también sea más susceptible y suspicaz, lo cual, para su desolación, provocará la muerte de su amiga Astrid (Nina Hoss). Su trayecto es aún más desgarrado que el de Carrie, ambos luchando con una circunstancia personal que interfiere y obstaculiza la intervención en los hechos de consecuencias a gran escala; ambos luchando para demostrar que son capaces de proteger y tutelar, a la vez que suministrar un resquicio de integridad en un escenario de corrupciones, cinismos, extremismos y turbios intereses (la razón que había impulsado a Carrie a dejar la actividad como agente gubernamental para dedicarse, con una firma de abogados, a la protección de quienes, como el chico musulmán, sufren las demonizadoras consecuencias de la suspicacia xenófoba que los ve como potenciales terroristas: motivo por el que la presidente recurre a ella como asesora no oficial).
Las apariencias se enmarañan y distorsionan también en pasajes como el acoso policial a la casa de Carrie, en la que creen que Peter mantiene como rehenes a la hija de Carrie y su cuidadora, cuando él simplemente se dedica a proteger la casa del avasallamiento de los medios de comunicación, como había disparado sobre unos de los ciudadanos que lanzaban piedras contra las ventanas (con acusaciones de afiliación a los terroristas musulmanes). Quien protege aparenta ser una amenaza. Ironía sangrante: será su intervención resolutiva la que logre salvar a la presidenta electa de la muerte, aunque conlleve la pérdida de la vida propia. La resolución, pese al fracaso de la conspiración, resulta desoladora, porque no supondrá la extracción del tumor maligno. Quien parecía representar la ecuanimidad se revela como alguien cuya mirada también se ensombrece (en el otro extremo, el de la susceptibilidad paranoica) y transmuta sus decisiones en purgas de cualquier posible sospecha de disensión. Carrie contempla la Casa Blanca en el último plano como si fuera un agujero negro que fuera a absorber a un país definido por la ofuscación y la suficiencia beligerante.
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