martes, 17 de enero de 2017
El día más feliz en la vida de Olli Maki
La piedra que lanzas y rebota sobre el agua varias veces antes de hundirse se asemeja a las ilusiones. Mientras las sientes, y aún más, durante el tiempo que las materializas, parecen suspenderse en el tiempo sin sentir la gravedad. El centro de gravedad es la levedad, esa que sientes cuando más bien pareces elevarte y flotar. No te caes ni te hundes, no te desplomas sobre la lona, no padeces la decepción ni las contrariedades. Te sostienes con otra mirada que vive y siente la misma ilusión que tú, como cuando sientes algo llamado amor. Es lo que siente Olli Maki (Jarkko Lahti), y hay quien piensa, como es el caso de Elis (Eero Milonoff), su entrenador, antiguo campeón, que enamorarse y prepararse para pelear sobre un cuadrilátero, y más aún si es por un campeonato del mundo, son como el aceite y el agua, entran en colisión. En 'El día más feliz en la vida de Olli Maki' (Hymylevä Mies, 2016), de Juho Kuosmanen, se narra la preparación de Olli, 'el panadero de Kokkola', para combatir contra el campeón del mundo del peso pluma entonces, en 1962, el estadounidense Davey Moore. Un boxeador, aunque ex campeón amateur, con sólo diez combates profesionales contra otro con 64 combates profesionales victoriosos.
Aunque más bien se narra el hastío de Olli con todo el montaje que comporta la preparación para el que se supone que es el día más feliz de su vida, porque además significa que lo será para los habitantes de Finlandia, desde luego para los 30.000 que acudirán al espectáculo en un estadio. Hastío porque quiere que le dejen en paz. Hastío porque ante todo lo que quiere es sentirse una piedra que bota sobre el agua en compañía de la mujer que ama, Raija (Aina Aarola).
Elis le zarandea dentro de un cuadrilátero en el que no quiere combatir, ese que implica la promoción, las sesiones de fotografía, en las que posa una y otra vez con el puño adelantado y una sonrisa que fatiga más que los golpes de un contendiente. Incluso tendrá que subirse en un taburete porque es bastante más bajo que la modelo. O participar en un documental que niega lo que siente y cómo es porque su entrenador, su director de puesta en escena, no quiere que aparezca la mujer que ama ya que la imagen que debe proyectar es la de quien sólo le preocupa el combate de boxeo. A Olli le dan igual las preguntas que le hagan los periodistas, porque le embelesa aquella mujer con la que siente que no se desploma ni combate, simplemente se suspenden en el tiempo como dos niños que juegan.
Olli no quiere sentirse una atracción de feria. No quiere sentirse como aquella mujer que cae al agua con el lanzamiento de pelotas de la gente sobre el dispositivo que provoca que se incline la madera sobre la que está tumbada. Olli la mira desde la distancia, observa su gesto apesadumbrado mientras, mojada, se desprende de la peluca, hastiada de lo que tiene que hacer para ganar algo de dinero. No quiere sentirse así. Quiere sentirse como cuando se sumerge en el agua de un lago, y la misma banda sonora acompasa los sonidos de su respiración con el canto de los pájaros. Quiere sentir esa quietud. Quiere sentirse como un niño que abre la boca para recibir la lluvia, o como quien corre alborozado con una cometa. Quiere ser transportado por la bicicleta que conduzca Raija o, indistintamente, ser él quien la transporta entre árboles y charcos. Por eso, aunque se desplome sobre la lona, su felicidad es la que siente lanzando piedras sobre el agua con la mujer que ama, como si él mismo fuera una piedra que no siente que vaya a hundirse jamás mientras se encuentre junto a ella. El día más feliz de Olli Maki es todo aquel en el que disfruta de su compañía.
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