sábado, 28 de enero de 2017
Adiós a John Hurt, un trozo de mi corazón
Hay figuras de la pantalla o escenario con los que se crea una muy singular relación íntima que nos vincula de modo más remarcado con el paso del tiempo. Es mi caso con John Hurt, una de las más grandes personalidades y presencias que ha dado el cine en estas cuatro últimas décadas. En mi adolescencia me impresionó sobremanera con dos interpretaciones memorables con personajes que no podrían ser más contrapuestos, el conmovedor John Merrick de la sublime 'El hombre elefante' (1980), de David Lynch, la encarnación de la indefensión y la vulnerabilidad, y Caligula en la gran serie 'Yo, Claudio' (1975), de Herbert Wise, la encarnación de la crueldad y el capricho a la que consiguió dotar de un sorprendente relieve humano, demasiado humano. Ha sido el bufón más desvalido y lúcido a la vez del cine (o el que ha conjugado mejor esas dos ideas, lucidez y desvalimiento), el pusilánime 'bufón' de esa portentosa tragedia que es 'La puerta del cielo' (1981), de Michael Cimino, o el desgarrado bufón de la corte en la excelente versión televisiva de 'El rey Lear' (1984), de Michael Elliot. Su reconocimiento como gran actor tuvo lugar con otra gran creación, su permanente drogado personaje en 'El expreso de Medianoche' (1978), de Alan Parker. Pero antes ya había brillado en su arribista personaje de 'Un hombre para la eternidad' (1966), de Fred Zinnemann, el indefenso y desorientado de la magnífica 'El estrangulador de Rllington place' (1971), el pícaro de 'La horca puede esperar' (1969), de John Huston, o el protagonista enfrentado a lo inconcebible en la estupenda 'El grito' (1978), de Jerzy Skolimovski. Sólo un actor de su envergadura podía dotar de tal presencia a un personaje fugaz como el de la esplendida 'Alien' (1979), de Ridley Scott, o de dar cuerpo a una prodigiosa secuencia como la del 'parto' de la criatura (curiosamente, es el primero en despertar en la bella secuencia de apertura, modulada como un nacimiento).
Fue idóneo para dotar de matices al maquiavélico doliente que encarnó en la más estimable de lo que se le reconoció, 'Clave: Omega' (1983), de Sam Peckinpah, como para encarnar al desamparado Winston Smith de '1984' (1984), de Michael Radford. Ha encarnado siblinos grandes villanos como el de 'Rob Roy' (1995), de Michael Lindsay Hogg como a deficientes como su gran personaje de 'The field' (1990), de Jim Sheridan, alucinados visionarios como en 'Contact' (1997), de Robert Zemeckis o sombras fronterizas como el mejor amigo de Hickock en la muy sugerente 'Wild Bill' (1995), de Walter Hill . Y ha conectado con sumo desparpajo con el excéntrico universo de Jim Jarmusch en las extraordinarias 'Dead man' (1995), 'Los límites del control' (2009) Y 'Sólo los amantes sobreviven' (2013). En los últimos años ha seguido deslumbrando con sus muy diversas caracterizaciones en 'Hellboy' (2004), de Guillermo Del Toro', 'Amor y muerte en Long island' (1997), de Richard Kietnowski, 'V de Vendetta' (2006) de James McTeigue, 'La llave del mal' (2005), de Ian Softley, 'Outland' (2008), de Howard McCain, 'Los crímenes de Oxford' (2007), de Alex De la Iglesia, tres obras de la saga de Harry Potter, en la primera de Chris Columbus en el 2001 y en las dos últimas de David Yates en el 2013. Admirable y sobrecogedor en sus breves o secundarias intervenciones en la perturbadora y brillante 'The proposition' (2005), de John Hillcoat, en la magistral 'El topo' (2011), de Thomas Alfredsson y la excelente 'Snowpiercer' (2013), de Boon-Joon Ho. Y aún nos quedan seis películas para admirar el excepcional talento de este actor que se lleva un parte de mi corazón, de lo que fui, de lo que soñaba, de lo que quise ser. Fotografía de fotografiado por Marcel Hartmann.
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