domingo, 18 de diciembre de 2016
La vída íntima de Julia Norris
Una mujer de apariencia rígida y severa, ya madura, realiza vigilancias en las azoteas del Londres de la segunda guerra mundial para avisar de un posible bombardeo si avista aviones alemanes en el cielo. Una mujer joven, aún virgen, que vive y trabaja con su padre en su establecimiento, escucha el ruido de un avión en el cielo que no avista; escucha a través del techo una irrupción insólita en la vida de ese pequeño pueblo que aún no ha visto un avión; como ella aún no conoce el amor: el piloto de ese avión será su primer amor. Ambas mujeres son la misma, Julia (magnífica Olivia de Havilland). Separan veinticinco años a la mujer que soñaba, a la mujer que miraba hacia al alturas y proyecta su anhelo sobre el fuera de campo, lo aún no visto, y la mujer que fruncido y amargo gesto que si realiza la tarea de vigilancia en parte se debe a su soledad, al bombardeo que sufrió su vida íntima. En la azotea salva la vida de quien le acompaña en esa labor, Lord Desham (Roland Culver), cuando evita que caiga al vacío, tras ambos discutir agriamente (una contienda que no deja de reflejar la respectiva amargura de solitarios). En el pasado, en cambio, el capitán Bart Cosgrove (John Lund), aquel que personificó su sueño romántico, sí cayó de las alturas durante la primera guerra mundial. Esas secuencias iniciales de 'La vida íntima de Julia Norris' (To each his own, 1946), de Mitchell Leisen, en la azotea de un tiempo en guerra, son sombrías, nocturnas, como de la vida de esa mujer parece haberse extraído la luz, sobre todo por el influjo de unas funestas circunstancias y la animosidad de otras voluntades.
A cada uno lo suyo apunta con vitriolo el título original. Julia es una mujer que se ha hecho su lugar, privilegiado, como adinerada empresaria. Pero ha debido sacrificar algo en su vida. Y eso conoceremos en la narración posterior, en el largo flashback que nos hace comprender lo que ha condicionado el que sea la mujer que ha llegado a ser y la mujer que no ha llegado a ser, o, lo que es lo mismo, las miserias de los rígidos e hipócritas valores de la sociedad de su tiempo. Ha alcanzado las azotas solitarias de la posición social pero no ha podido acceder a las alturas del sentimiento realizado. Precisamente, evoca su pasado mientras espera la llegada del frente de su hijo, Gregory (John Lund), quién aún ignora que lo es. Enamorada en su adolescencia de Bart, un piloto de visita de exhibición en su pueblo, Julia quedó embarazada de él, pero Bart murió en combate, por lo que se encontró ante la perspectiva de ser una madre soltera, su particular combate civil, por todo lo que acarreaba de deteriorada imagen social cara a los demás (brillante cómo se revela que está embarazada: dos clientas en el establecimiento comentan cómo por su estado toman mucha leche; cuando se marchan Julia se sirve un vaso de leche).
La obra, contundente, y con una admirable cualidad de condensar el paso del tiempo y múltiples avatares dramáticos, narra sus variados intentos de conseguir que su hijo le sea reconocido como propio, y las contrariedades que lo imposibilitan. La fatalidad del azar: Julia recurre a una estrategia retorcida (en consonancia con la retorcida mentalidad pueblerina, para de ese modo sortearla): propicia que su bebé sea encontrado en la puerta de una familía numerosa para así conseguir que le sea transferido, pero casualmente Corinne ha perdido al hijo que ha dado a luz, por lo que para contrarrestar ese dolor se apropia del bebé. Por añadidura, Corinne se ha casado con quien fuera un pretendiente de Julia, Alex (Philip Terry), quien no niega que siga enamorado de ella. Este hecho acrecienta su decisión de poseer ese niño, por mero despecho, incluso aunque de a luz posteriormente dos hijos. Julia también afrontará que la madre es quien ejerce de madre aunque no sea la madre biológica, cuando intente un primer acercamiento al niño: este la rechaza porque se ha acostumbrado a su madre adoptiva. Tarde, pero esforzadamente, al final madre e hijo se 'reconocerán', en este caso por positivos giros del azar y benéficas injerencias ajenas. Durante un baile se había afianzado el amor entre ella y Bart. Durante un baile el hijo comprenderá que aquella mujer tan dadivosa con él es su madre biológica.
Reflejo de unos tiempos, quedan manifiestas, o son desentrañadas, como en la posterior y también estupenda obra de Liesen, 'Mentira latente' (1950), las crueles condiciones a las que se veía sometida la mujer si buscaba encontrar su posición social al mismo nivel del hombre, y con qué estigmas debían luchar. Cómo ser autónoma implicaba perder algo, incluso la consideración de mujer con sentimientos (como se señalaba en la deliciosa previa comedia del mismo Leisen 'No hay tiempo de amar'). 'La vida íntima de Julia Norris' cuenta con brillante guión de Charles Brackett que sabe rehuir los senderos convencionales, apuntalado por la concisión sombría que imprime Leisen en la realización. Un apunte del arte en los diálogos de quien formó tandem con Billy Wilder, en su filmografía hasta 'El crepúsculo de los dioses', y antes para otros directores (un esplendido melodrama, 'Si no amaneciera' y dos grandes comedias de Leisen, 'Medianoche' y 'Adelante mi amor', así como 'La octava mujer de Barbazul' y 'Ninotchka', ambas de Ernst Lubitsch): En las primeras secuencias, dos pretendientes de Julia toman un batido mientras esperan de nuevo proseguir con su cortejo. El padre de Julia le señala que les atienda porque sino su amor corre el peligro de acabar en diabetes.
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