viernes, 30 de diciembre de 2016
Animales nocturnos
¿Qué relación hay entre un psicópata que te aparta de la carretera en mitad de la nada y de la oscuridad para violar y matar a tu pareja e hija y la pareja que te abandonó, en la cuneta donde las ilusiones se convierten en chatarra, porque su perspectiva de la vida, pragmática, no se ajustaba a la tuya, que consideraba ilusa por pugnar por desarrollar tus inquietudes creativas a través del arte literario? ¿Qué relación hay entre un psicópata que en nada aprecia las vidas ajenas y un modo de vida de diseño que habla de despidos como si se diera una capa de maquillaje o realizara una nueva operación de cirugía estética o comprara cada mes el correspondiente modelo nuevo de móvil?: Reflejos distorsionados. 'Animales nocturnos' (Nocturnal animals, 2016), de Tom Ford, comienza con la danza de varias mujeres desnudas, cuyo físico no se ajusta al canon de belleza instituido: cuerpos rebosantes de grasa. Son parte de una exposición, son reflejo distorsionado de un mundo que se nutre de fetiches y absorbe la denominada fealdad como peculiaridad, y también de una mirada, la de Susan, una próspera propietaria de una galería de arte, una mirada en la que pugnan fisuras y maquillaje, distorsión y enajenamiento, remordimiento y vanidad, pesar y entumecimiento.
Su relación parece convertida en una sesión de maniquíes: el gesto adusto, desprovisto, de su marido, Hutton (Armie Hammer), refleja indiferencia y mustia inercia, una relación que parece precipitarse hacia la disgregación pero aún se sostiene sobre el maquillado hilo de la apariencia. Una fisura brota del pasado para demoler definitivamente su vano presente, cautivo de puros blancos que no son sino reflejo de vacío, cuerpos suspendidos en la nada, en la futilidad de sus mascaradas, entre espejos y cristales que nada tienen que ver con la transparencia ni con el discernimiento sino con el ensimismamiento: La fisura adopta la forma de la novela que ha escrito quien fuera su primer marido, Edward (Jake Gyllenhaal); rasga su telón y conmociona su mirada, como si la despertara a base de convulsiones; interrumpe la lectura como quien buscara una bocanada de aire, y advirtiera, entre fogonazos, que no ha dejado de mirar la vida a medias, como quien rehuye mirarla de modo frontal y completo.
El relato de la novela que lee se combina con su presente y la evocación de pasajes de la gestación, consolidación y ruptura de su relación con Edward. Cómo llegó a ser su madre, como le indicó ella misma, Anne /Laura Linney), que llegaría a ser; cómo desplegó, cual cola de pavo real, una vida próspera rebosante de huecos y de carencias. En la novela Edward, refleja en el espejo distorsionado de la alegoría, su estado emocional, hecho de resentimiento y desamparo, tras la ruptura, o más bien tras el abandono de Susan, quien llegó a provocar un aborto, para apuntalar la separación (que en principio quería su madre, no ella). La muerte de la esposa y la hija en el relato no representa sino la muerte de la vida que pudo ser, la vida que ella negó porque no creía en sus aspiraciones creativas, en su consistencia, aunque más bien justificaba su incapacidad de desplegar las propias a través de la excusa de la perspectiva pragmática de la vida. El relato de la novela está surcado por la desesperación y la muerte, como el mismo cáncer terminal que padece el detective de polícia Andes (magnífico Michael Shannon), quien incentiva tomarse la justicia por su mano, reflejo de la justicia poética de la propia novela, apuntalada por el desplante final al que somete Edward a Susan cuando no acude a la cita de reencuentro que le había planteado.
Ford navega en esos senderos en los que concurren abstracción, alegoría, esteticismo y pregnantes atmósferas en una combinación en la que trama y caracterización psicológica se replantean desde otros ángulos en los que no son el conductor primordial. Se sitúa entre 'The Neon demon' de Nicolas Winding Refn y 'La llegada' de Denis Villeneuve. Mientras este propulsa la atmósfera, la escurridiza narración líquida, musical, en la senda de David Fincher, por lo tanto alcanzando cotas más complejas, Refn prioriza el componente estético, el diseño de plano, la composición, el decorado, la configuración espacial, y su turbiedad, que gusta deleitarse en lo tremendista, le acerca a su compatriota Lars Von Trier; como este también restringe la complejidad al impacto. Ford busca su sendero entre ambos, sin buscar tanto la turbiedad ni tampoco deslizar la narración en inmersiones que transgreden de modo más profundo, e hipnótico, la perspectiva de un relato que, aparte de parecer un ajuste de cuentas de Ford contra ese pragmatismo que siempre ha intentado e intenta anular las inquietudes creativas, cuestiona la misma construcción de la vida como relato, sobre todo cuando queda atrapada en la pasarela de las vanidades de las apariencias.
abel korzeniowski compone una extraordinaria banda sonora para 'Animales nocturnos', como refleja esta bellisima composición para los títulos de crédito iniciales.
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