jueves, 3 de noviembre de 2016
Una rubia fenómeno
Hay quien desea ser un nombre, no ser una figura anónima e intercambiable, no quiere ser una más de quienes buscan ser centro del escenario, protagonistas de la pantalla, y tienen que retroceder y retornar a la casilla de salida para convertirse en otra más de esas personas que confecciona una vida intercambiable como tantas otras que disponen de un empleo corriente como tantos otros y se emparejan con el primero que les sonríe (o quizá más bien el segundo): una vida que ya tiene marcada el fin en su mismo principio. Es lo que desea Gladys (Judy Holiday) en 'Una rubia fenómeno' (It should happen to you, 1954), de George Cukor, con guión de Garson Kanin. Por eso, decide, tras ser despedida de su trabajo de modelo de lencería por no ajustarse a las medidas requeridas por dos centímetros, que no quiere abandonar la ciudad en que esperaba realizar sus sueños, New York, para retornar a su localidad, una de tantas en la que sólo le queda el horizonte de confeccionar la misma vida que tantos otros que bajan la cabeza y asumen que son parte de la muchedumbre sin particular notas de distinción en los componentes que configuran su vida (ya sabe que las segundas sonrisas no tardarán en desteñirse). No se resigna a asumir que no encaja en las medidas establecidas para destacar entre el resto. Su decisión para alcanzar la notoriedad y no ahogarse en la medianía será alquilar un espacio publicitario en una zona céntrica. Un espacio en el que el tráfico es abundante, y por tanto las miradas no dejarán de toparse con aquel nombre, Gladys Glover, que ocupa, como un intrigante enigma, un espacio publicitario que es deseado por una importante compañía, dirigida por Evan Adams III (Peter Lawford), para realizar las promociones veraniegas de su producto.
Pero Gladys no cejará, ella se ha convertido en un producto que promociona, y que se convierte en todo un fenómeno. Por sólo el hecho de que su nombre traspase el espacio privado para destacarse en el espacio público, cualquier otra persona la mirará como una singularidad: es la persona a la que corresponde aquel nombre, por lo tanto alguien especial. No importa el motivo, sino el hecho de que tu nombre adquiere notoriedad. Tu imagen ya es otra. Es la imagen que ocupa el centro del encuadre mientras el resto ocupa la posición de espectadores anónimos e intercambiables. Pete (Jack Lemmon, en su primera intervención en la pantalla) más bien quiere retratar lo real. Es un documentalista que busca el palpito de lo que es no de lo que aparenta. Conoce a Gladys en un espacio público de tránsito, un parque. Gladys erra como un espectro de mirada abstraída, aún bajo el efecto de la conmoción de su despido. Su vida se encuentra en un umbral decisivo. Pete enfoca detalles diversos del escenario hasta que se percata de un detalle singlar, los pies descalzos de Gladys (quien lo necesita cuándo tiene que dirimir algo). Para Pete, Gladys se convertirá en una figura singular que destaca del resto, por el hecho de que la ama (y se lo revela precisamente a través de la representación: un montaje de imágenes en el que le revela que está enamorado de ella; una declaración que es la vez una despedida porque piensa que ella está ya rendida al canto de las sirenas de la celebridad).
Gladys, mientras, se ha convertido en mera mercancía, en la imagen de un producto. Su imagen se vende como la chica que puede ser todas las chicas, el reflejo de cualquiera. Su singularidad se manifiesta en su representación de una media. No se convierte en muchedumbre, pero consigue su beneficio y celebridad constituyéndose en su reflejo. Hay algo de animal enjaulado que sirve de divertimento a los asistentes al zoo. Precisamente, es lo que hace Pete en otro de sus ocurrencias para su visión documental, retratar o escenificar la actitud de quienes contemplan la jaula de los monos en un zoo pero a través de la distorsión de una figura humana que recrea sus gestos, el propio Pete. Gladys colisiona con su propia condición cuando Adams III evidencia que toda relación en ese escenario empresarial es un intercambio de intereses, incluida la satisfacción sexual. Toma consciencia de que no es lo importante que tu nombre adquiera notoriedad, sino lo que tú realmente significas para alguien que ama cómo eres. Gladys miraba hacia las alturas para verlas como su reflejo. Por eso, encarga que se trace en el cielo con la estela de una avión una llamada para que retorne a ella la mirada que sí sabía verla, que no le importaba su nombre, o lo que representa, sino cómo es.
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