domingo, 4 de septiembre de 2016
Fugitivos
'Escucha, debe haber millones y ninguno entiende lo que dicen los otros' 'Son sólo bichos' 'Da igual si son bichos o personas, nadie entiende a nadie'. Joker (Tony Curtis) y Cullen (Sidney Poitier) no se entienden en principio, pero la cadena que les une determinará que tengan que aliarse para lograr su propósito, la fuga propiciada por un imprevisto accidente del camión que les transportaba junto a otros reclusos, como cuando tienen que ascender el embarrado agujero en el que se han ocultado. Pero más allá de esa necesidad, también sobrellevar una misma cadena, por obligada convivencia, propiciará el entendimiento, incluso el aprecio y la solidaridad, aun cuando ya no les ate una cadena. Lo que les unirá será una actitud que supera sus superficiales diferencias: en el primer diálogo que intercambian, Joker utiliza el termino despectivo de 'nigro', y luego recurrentemente el de 'boy/chico', el cual también molestará a Cullen. Precisamente, en esa conversación en plano fijo de alrededor de cuatro minutos, excelente secuencia que condensa la entraña de 'Fugitivos' (The defiant ones, 1958), de Stanley Kramer, Joker expresa con rabia cómo hay palabras que sienten que se le clavan como alfileres. En su caso, es el 'gracias' que repetidamente tenía que decir servilmente cuando aparcaba coches en un lujoso hotel cuando, como Joker apunta, era él quien hacía el favor. Joker expresa su amargo resentimiento por las humillaciones que debió sentir por ser alguien en una posición subordinada, como Cullen no quiso plegarse a su entorno, aunque le exigieran, o pidieran, como su esposa, que no replicara ni cuestionara,y aceptará la subordinación de su voluntad a la de los que dominaban el escenario social instituido.
La traducción del título original sería 'Los desafiantes'. Insolente, como Cullen que no dudo en agredir a quien quería humillarle, sin negar que en su furia no dejaba de sentir el deseo de matarle, o farruco, como Joker, quien pese a su frustración y amargura, asume que las reglas son las que son, como si no pudieran ser cambiadas, del mismo que se utilizan las palabras que se adoptan de pequeño como aire que se respira, aunque se convierta en veneno, como apunta Cullen con respecto a los desprecios racistas. Para Joker, Cullen debería aceptar ese palabra despreciativa como él acepta que le llamen 'pelagatos'. Esa contradicción en Joker será la que se vaya desanudando en él, dejando de lado esa condición farruca de quien simplemente, por resentimiento, espera algún día ser uno de los que están en posición superior y ventajosa, para transformarla en una solidaridad que tiene que ver más con la insolencia insurgente (aquella que se preocupa del otro y no lo subordina a la propia supervivencia o comodidad, como cuando prefiere avisar a Cullen de que peligra su vida en el pantano en vez de fugarse en coche con la mujer que se lo plantea). Un desafío real tanto a la autoridad como a un enquistado estado de cosas que determina una reclusión no explicita en las relaciones sociales instituidas. Esa evolución está admirablemente matizada por la gran interpretación de Tony Curtis, que demostró con esta y las que bordó en las extraordinarias 'Chantaje en Broadway' (1957), de Alexander Mackendrick, y 'Los vikingos' (1968), de Richard Fleischer, que no era ese mero galán figurín en el que pretendían encasillarle. Sabía calibrar con sutileza personajes turbios, siniestros o contradictorios, como demostraría también después, especialmente en 'El sexto héroe' (1961), de Delbert Mann o 'El estrangulador de Boston'(1968), de Fleischer, o cómo salpicaría de cinismo o mordaz picaresca sus colaboraciones con Blake Edwards, o su nueva colaboración con MacKendrick, 'No hagan olas' (1967).
Kramer fue un productor y director que no dudó en enfrentarse al riesgo de tocar temas delicados que, al herir sensibilidades de quienes dominaban la influencia de la opinión pública o la industria, pudieran abocarle a la marginación dentro del sistema. Ya en 1949 había situado en primera línea dramática el tema del racismo, en concreto en el ejercito, y un actor negro como protagonista, con la producción de la notable 'Home of the brave' (1949). En este caso logra conjugarla con la desequilibrios de clase (o posición económica): como apunta Cullen, en el hotel él entraría por la puerta de atrás con la fregona, y Joker por la de delante, pero para solicitar una propina. En la actitud de los perseguidores también se dirime opuestas actitudes en la persecución o juicio de los que desafían un estado de cosas, o se salen de su lugar, como en la posterior 'Un mundo perfecto' (1993), de Clint Eastwood. Están quienes, como el capitán Gibbons (Charles McGraw), consideran que la aplicación de la ley implica los modos expeditivos que pueden determinar, sin pestañeo ni vacilación alguna, la eliminación del 'desafiante'. Afortunadamente, quien está al mando del grupo perseguidor es el sheriff Muller (Theodore Bikel) que prioriza la consideración de las vidas de los fugitivos ( y se niega, por ejemplo, a que les lancen los dobermans).
Esas diferencias de actitudes, entre los que sin dudar tienden a la reacción violenta, al ajusticiamiento o linchamientos, o los razonables y empáticos, también se producen en el pueblo donde son capturados provisionalmente, del que saldrán vivos gracias a la intervención de quien comparte vivencia, Big Sam (Lon Chaney jr), ya que sabe lo que es sufrir las cadenas, como reflejan sus muñecas. En esta tensión de actitudes en conflicto y forcejeo no dejan de palpitar la sombra de la persecución durante esa década de la Caza de brujas, la implacable caza del insurgente o desafiante (de hecho, uno de los dos guionistas, Nedrick Young, estaba incluido en la lista negra, por lo que tenía que utilizar seudónimo). Pero Kramer logra una de sus mejores obras, o más equilibradas, porque consigue que el planteamiento reflexivo ( o el discurso o mensaje) no se superponga sobre la acción dramática. Se condensa en la espléndida secuencia citada en la que ambos deben ascender por ese pozo de barro, que refleja simbólicamente también su circunstancia vital o social. Bichos o personas que intentan escapar de la circunstancia que les sume en un pozo que les ahoga y condena a la postración, bichos o personas que no dejan de luchar por salir del mismo con su insurgente desafío.
Sabemos que el cine de Stanley Kramer lleva siempre incorporado el "mensaje" y la "moral". Efectivamente, en esta ocasión vino a decirnos que si los hombres intentaran conocerse mejor los unos a los otros, desaparecerían los odios y los prejuicios raciales o de cualquier otro tipo. Si sobre el papel, el enunciado puede resultar algo simple, la puesta en escena por el contrario estuvo concienzudamente trabajada y sus imágenes poseen la fuerza de un vibrante relato de acción en el que cabe destacar algunas secuencias memorables como la penosa odisea de los dos protagonistas en el pozo de barro, o el peligroso vadeo del torrente, además de unos magníficos (y esforzados) trabajos interpretativos a cargo de un insólito Tony Curtis con nariz postiza y el emblemático actor de color Sidney Poitier.
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