domingo, 10 de julio de 2016
El lobo de mar
'Lo que encuentres en ese bolsillo puedes compartirlo conmigo'. Es la primera frase que se dice en la magistral 'El lobo de mar' (The sea wolf, 1941), de Michael Curtiz. La dice Leach (John Garfield) a quien introduce una mano en uno de sus bolsillos con la intención de robarle nada más entrar en la taberna que ha cruzado como una sombra que procede de la negrura. Su circunstancia vital es la de un naufragio. No tiene dinero y está perseguido por la ley, por eso se ofrece a enrolarse en el carguero 'El fantasma', despreocupado de las previas muestras de rechazo de otro marinero que lo califica como el peor de los barcos en el que enrolarse. Leach, eso sí, deja constancia de su carácter, alguien que no deja de enfrentarse a quien quiere imponer su voluntad, y golpea al alistador que intenta usar la artimaña de emborracharle para enrolarle sin que tome consciencia de ello. Es un inicio sombrío, descarnado, que anticipa el relato espectral, claustrofóbico. Fantasmas y naufragios. Con naufragios vitales comienza y termina con uno literal que implica el naufragio de las inclinaciones más abyectas del ser humano, la pulsión de dominio, el disfrute en la opresión y en el ejercicio del daño sobre los otros.
Hay otros naufragios vitales que convergerán en esa naturaleza espectral que se nutre de las precariedades y que se afirma en la imposición sobre las mismas. En un barco de línea viaja Ruth (Ida Lupino), que solicita la ayuda de otro viajero, Van Weyden (Alexander Knox), para que se haga pasar por su esposo ya que es buscada por la policía. Pero Van Weyden es respetuoso con la ley y decide no involucrarse. Otra nave surge de la bruma y colisiona con ese barco, provocando su hundimiento. Ruth y Van Weyden serán recogidos por 'El fantasma'. Su capitán, Larsen (portentoso Edward G Robinson), que parece brotar de esas mefíticas brumas que parecen dominar el mar, y la realidad, es alguien que declara con orgullo lo que se expresa en un párrafo de 'El paraíso perdido' de Milton: 'es preferible regir en el infierno que servir en el cielo'. La forma de sentir y pensar la realidad de Van Weyden, escritor, de extracción social de clase alta, colisiona con la de Larsen, quien establece una particular relación que se desmarca de las que establece con el resto. Pareciera que viera en él a quien no pudo ser (Van Weyden mismo se sorprende de descubrir que alguien tan brutal como Larsen tenga una amplia y exquisita biblioteca), y por otra parte se empeña en convencerle de que su forma de ver y vivir la realidad es la lúcida y consecuente. El ser humano inevitablemente tiende a la mezquindad. Larsen piensa y siente que la realidad es una espesura de brumas, un pulso para dominar la realidad, una lóbrega prisión incluso en el espacio abierto (lo que no deja de transmitir el extraordinario diseño de producción y la exquisita dirección de fotografía de Sol Polito de raigambre expresionista).
Larsen encuentra en Van Weyden el contrincante idóneo para afirmar, sin ya réplica posible, su visión de la vida, alguien que parece estar a su altura intelectual, y a la vez alguien que se convierte en el mayor desafío. Porque no sólo es alguien a quien doblegar físicamente, o psicológicamente, con las humillaciones, como realiza con otros de voluntad frágil, como al doctor Prescott, encarnado por Gene Lockhart, entumecido por la bebida, que solicita el respeto que tenía cuando era un cirujano reconocido, y que será objeto de la más cruel de las humillaciones, ante todos, por parte de Larsen, lo que determina que Prescott se lance al vacío desde las alturas. Van Weyden es alguien a quien derrotar intelectualmente, alguien a quien demostrar que sus principios no tienen la suficiente consistencia, porque los hechos, la realidad, le demostraran que son fantasías ideales de quien ha vivido, por su extracción social privilegiada, en una burbuja. En contacto con el cenagal de la realidad deberá reconocer que el ser humano es una criatura que sólo se puede preocupar de sí mismo, vil y mezquino, una agresiva criatura dominada por la intemperancia y la furia, por el instinto de conservación, por las más elementales pulsiones, una criatura que no sabe de sacrificios. Por eso, se alegra cuando ve que Van Weyden siente el impulso de acuchillar al miserable cocinero, Cookie (Barry Fitzgerald). Se alegra de ver que también siente impulsos turbios. Y sabe que tarde o temprano le vencerán.
Este pulso es el que vertebra el conflicto dramático, y el substrato, de la novela de Jack London. Robert Rossen, como guionista, optó en la adaptación por una serie de sustanciales variaciones que, de entrada, validan la consideración de que es una obra más suya que del propio Curtiz. Primero en su planteamiento, que le acerca al de obras posteriores dirigidas por Rossen, tramadas sobre la confrontación entre opresores que intentan imponer su voluntad y aquellos que se resisten a que así sea, reflejado en otras como 'Cuerpo y alma' (1947) o 'El buscavidas' (1961). Rossen amplifica las resonancias de lo que representa Larsen a su asociación con el fascismo que extendía su mefítica bruma en aquel entonces. Y dramaticamente, optó por dividir en dos al contrincante de Larsen, por lo que dio más relevancia al personaje de Leach, muy secundario en la novela, que se convertirá en el resistente que se sublevará frente al opresor, y que convencerá a otros componentes de la tripulación para atentar contra la vida de Larsen. También convirtió al personaje femenino en un personaje de extracción baja, y perseguido por la ley, como Leach, en vez de otra representante de la alta alcurnia como Van Weyden.
Y aún más, en el guión ya indicaba la planificación, que abundaba en primeros planos. No sólo para acentuar la claustrofobía, sino, por contraste, la proximidad, en concreto entre Leach y Ruth (hay alguna bellísima coreografía de primerísimos planos entre ambos, extraordinarios uno y otra, cuando su intimidad se consolida y alía). Su amor, su complicidad, la rebelión de los oprimidos y perseguidos, es la afirmación de la resistencia ( hay aspectos de esa índole política que fueron suprimidos por la productora), El naufragio final significa una doble derrota para el opresor: no sólo su universo cerrado, su pequeña célula de poder (en la que liberaba su amargura como veneno, la del que ha sido apartado de los privilegios, como representa su propio hermano, y que le ha convertido en un depredador de los botines de pesca de otros), se hunde, sino que no consigue que varíe la forma de pensar y sentir, por lo tanto, de actuar, de Van Weyden. Su ceguera progresiva al fin y al cabo eran las brumas de su ensimismamiento e incapacidad de discernir la realidad más allá de su despechada amargura que había convertido en dictadura. Los resistentes enfilan en su pequeña embarcación a un horizonte que quizá no sea dominado por esas brumas interiores que pretenden imponerse sobre los demás.
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