sábado, 4 de junio de 2016
Green room
A veces, te desvías del camino, pero no tiene mayor incidencia en el trayecto. En otras, en cambio, realizas un movimiento no previsto, un desvío, y da igual lo breve o fugaz que sea, una variación banal, por un mero olvido, tu trayecto se altera de modo radical. En el primer caso, el accidente adquiere el rango de anécdota, en el segundo de catástrofe. En ese delicado pulso o forcejeo constante entre voluntad y azar, la incertidumbre es la variable primordial. No sabes qué habrá, o qué sucederá, en el siguiente recodo de tu camino, como no sabes lo que hay bajo tus pies, cuáles son los cimientos de la realidad sobre la que te sostienes, qué oculta que no sepas o no imaginas, y quizás te sorprenda, y propicie que te desmorones. Puede ser una habitación oculta bajo esa otra habitación de espera, el camerino, la habitación verde, habitación de tránsito, antes y después de una actuación en un concierto. No deja de ser así la realidad, siempre a la espera de qué acontecimiento sucederá en el escenario de la vida, pero en esas esperas se oculta, se larva, y por tanto se puede detener el curso por una fisura en el trayecto cuando las apariencias desvelan su real naturaleza. Esa habitación oculta bajo tus cimientos frágiles, pero también engañosos, es la habitación delos imprevistos que puede variar de modo radical el curso de tu vida. En la primera secuencia de 'Green room' (2015), de Jeremy Saulnier, el conductor de la furgoneta, en la que viaja el grupo musical punk 'The ain´t rights', se queda dormido, o de eso se percata uno de los componentes, Pat (Anton Yelchin), cuando despierta. La furgoneta se encuentra en medio de un campo de maíz, pero la incidencia no ha tenido ninguna consecuencia grave, aparte de que necesiten gasolina para continuar el viaje, lo que se solucionará sustrayéndola de otro vehículo.
Más adelante, tras finalizar el concierto en un local perdido en los bosques de Portland, dominado por skinheads de afiliación nazi, Pat entrará en el camerino cuando se suponía que ya no lo iba a hacer, ya que se marchan, pero entra para recoger el móvil que se ha olvidado una componente del grupo, y se encontrará con que en el suelo yace el cadáver de una chica apuñalada en la cabeza. Que hayan visto lo que no tenían que haber visto determinará que su trayecto varíe radicalmente. A veces, no ves, te duermes, y no pasa nada, a veces miras demasiado, donde otros no quieres que miren, y la mirada intrusa altera el escenario. En principio, puede parecer que no quieran dejarles marchar porque no pertenecen a la tribu ( a quien ha realizado el crimen lo dejan ir, porque es 'uno de los suyos'), pero más tarde lo no concebible o imaginable, esa habitación secreta que tienen debajo, revela el por qué. No deja de ser irónico que el grupo, como acción provocadora, como iniciativa, de hecho, de Pat, interpreten como primera canción del concierto, el tema de Dead Kennedys 'Nazi punks fuck off', en la que se pone en cuestión la presunta condición contestataria punk. La motivación última para que no se vayan es más bien empresarial: el dueño del local, Darcy (Patrick Stewart), no quiere que puedan desvelarse sus negocios sucios. Lo que parece contestatario no deja de moverse por parecidas motivaciones mercantilistas, aunque sean ilegales, que el propio sistema que parecerían rechazar.
Saulnier, como otro cineasta estadounidense de parecidas cualidades, Jim Mickle, orquesta con admirable precisión un relato concentrado que destierra lo accesorio. Hay leves rupturas expresivas que resultan definitorias. La supresión del sonido ambiental, y la modulación de ciertas secuencias, en los pasajes iniciales, a través sólo de la música, sedimenta cierta extrañeza, o alteración de la 'habitación de realidad', como si estos jóvenes músicos, figuras errantes, sostenidos sobre una vida precaria, se introdujeran en otro ámbito de realidad. En los instantes previos del enfrentamiento en la secuencia final, escueta y cortante, hay un breve pero elocuente salto de eje: un personaje, Pat, se vuelve hacia atrás, hacia el resto de cadáveres, antes de volverse y musitar que todo eso es una pesadilla. En ese salto de eje, en esa ruptura, se condensa un desamparo y la perdida de apoyo sobre una realidad que ha desvelado unos cimientos quebradizos que se revelaron como una trampa mortal. Los cuerpos magullados, los rostros devastados, del plano final son los desoladores restos de un naufragio. No hay ninguna música en el aire.
P.D Qué brillante y hermoso detalle final el del perro.
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