sábado, 7 de mayo de 2016
Permanent vacation
En su primera obra, Jim Jarmusch ya evidenciaba, en forma de bosquejo, su condición de 'extraño en el paraíso', su falta de conexión con un entorno, su distancia con una forma de habitar la realidad, su divergencia en el modo de representar la relación con la realidad. El inicio de su opera prima, 'Permanent vacation' (1980) es toda una declaración de principios: Un desajuste: la imagen ralentizada de la multitud, pero no así su sonido. Una falta de correspondencia. Esos planos se alternan con espacios vacíos de callejones rebosantes de basura y abandono. Una colisión. En estos planos de los espacios despojados no hay desajuste de sonido sino un añadido artificial, transfiguración como signo identificatorio, orgánico (la falta constitutiva), un amplificado efecto de diseño sonoro, una intensa y continúa corriente de aire que surca un vacío que resuena como un profundo abismo, y que también suelen surcar los espacios del cine de Lynch. Espacios que son fisuras, espacios que evidencian una no residencia, espacios que son emblema de una negación, cuerpo de un desajuste sustancial, despojamiento, borrado, ruina, la realidad sin raíz, el hogar del que se carece (la extrañeza como definición e impulso). Este tipo de espacio es el que predominará en el recorrido del protagonista, cuyo nombre Aloysius (Chris Parker), alude al hijo de Ulises. Es una odisea la que realiza, a la que vez que un recorrido por baldosas amarillas, en forma de espacios ruinosos y edificios desconchados, por las reiteradas alusiones al Mago de Oz. Una fuga de un cuadro de Edward Hopper, y toda fuga comienza con un baile. Uns fuga de esa realidad en la que el de aquí a allí y de allí a aquí no deja de ser un de aquí a aquí.
La música de 'Somewhere over the rainbow' acompaña su tránsito que no conduce ni al hogar ni al Mundo de Oz, sino al exilio, ese en el que habita la mirada exiliada de Jarmuch desde entonces, un estado de ausencia permanente del tráfico consignado de realidad instituida. La conclusión implica el alejamiento, el abandono de la ciudad de Nueva York, el abandono de un escenario que no acepta. El último plano es una estela , la estela del barco, la estela de una ausencia, la huella de una distancia, cuando no estaba, por sentirse en colisión y desajuste, y ya cuando no está, porque ese barco que le aleja, al mismo tiempo, es la mirada que toma distancia, la mirada que se afirma en esa distancia, esa actitud que sigue afirmándose en el exilio del vampiro de 'Sólo los amantes sobreviven'. Se es en la medida también de lo que se niega. El despoblamiento es el de la realidad circundante, una realidad en la que no encuentra vínculo, un espacio en ruinas porque delata la inconsistencia de las apariencias que lo intentan disimular.
En el recorrido se cruza con mujeres que se lamentan, como carne desgarrada, entre ruinas, o internadas en un sanatorio mental, como su madre, o relatos de músicos que se lanzaron al vacío (es una realidad en la que la música inevitablemente no encuentra residencia). Ecos de una guerra, que no sólo es la pasada de Vietnam, sino la de una guerra que se ha enquistado en el tejido de la sociedad como un sarcoma. Es el combate entre diferentes formas de sentir y habitar la realidad. La mirada de Jarmusch opta por los márgenes, no por la indistinta masa anónima intercambiable que no sabe que habita un desajuste, el de la pérdida de su propia voz. Jarmusch realiza, con los primeros pasos de unos recursos de lenguaje que aún se restriegan las legañas de un despertar, una afirmación de mirada, que es distinción de estilo, esa que también exploraron en aquella década una serie de cineastas como Eric Mitchell o Sara Driver, que participan como intérpretes, a través de formas expresivas que rompían con las convencionales formas de representación, aunque no consiguieran hacerse su hueco. Jarmusch sí logró sobrevivir. Su estela aún sigue dotando de distinción al celuloide.
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