martes, 24 de mayo de 2016
San Francisco, ciudad desnuda
No se ven los rasgos del asesino que ametralla a los pasajeros del autobús, en la larga, y eficazmente modulada, primera secuencia de 'San Francisco, ciudad desnuda' (The laughing policeman, 1973), de Stuart Rosenberg, adaptación de la novela del dueto sueco Maj Sjowall y Per Wahloo. Pero esa sustracción, esa falta de visibilización, de unos rasgos, de una identidad, no sólo está relacionado con el usual escamoteo de información en un relato criminal para dilatar la intriga sobre una incógnita, sino, sobre todo, o sustancialmente, se corresponde con la sustracción, o negación (cualo borrado), en la propia mente del investigador del caso, el inspector Martin (Walter Matthau) del deseo, y de la identidad del objeto de su deseo, una de las víctimas de ese atentado, un agente de policía, su compañero hasta ese momento, Evans (Anthony Costello). Por eso, se puede decir que hay dos películas en 'San Francisco, ciudad desnuda', en la superficie de la trama, la investigación para el esclarecimiento del caso, un laberinto con varios callejones sin salida o desvíos, en el que intentan dilucidar si el asesino es un mero trastornado que actuó aleatoriamente, o si su objetivo era uno de los pasajeros asesinados, y por tanto cuál, y el resto víctimas circunstanciales. Y por otro, el conflicto no expresado del policía que no ríe, Martin, y por qué no ríe (esa es la ironía del título original, the laughing policeman/el policía que ríe), el conflicto no expresado ni manifestado que se dirime en su interior, y por qué carece de una real vida íntima. O sólo se sugiere, y se hace manifiesto como posibilidad, a través de una observación ajena, precisamente de la novia del fallecido, Kay (Cathy Lee Crosby), tras que Martin le abofetee cuatro veces (significativamente por unas fotos eróticas en las que ella posó para su novio como parte de un juego sexual). Ella, consecuentemente, apunta que su reacción desorbitada parece más bien la de alguien celoso. Él calla, no réplica. Esa es su tónica, no sonreír, y retener, callar.
No deja de ser, por tanto, también significativo que cuando se esclarezca quién es el asesino, este sea homosexual. Quizás bisexual, o quizás alguien que reprimió su homosexualidad. porque estuvo casado. De hecho, era el marido de una prostituta asesinada, un caso no resuelto dos años atrás, precisamente, por Martin. ¿No ha dejado de algún modo sin resolver su vida Martin, también casado, pero con un matrimonio que delata una clara distanciación? ¿No es ese asesino un trasunto de la negación de su deseo o de su condición?. Si la esposa del asesino era prostituta, se adivina que la relación marital de Martin puede estar definida por cualquier cosa menos por el sexo. La segunda vez que llega a casa, abre la puerta del dormitorio, y la encuentra sentada. Cual resorte coge un vaso, se presupone con una bebida alcohólica, que parece que le hace más compañía, habitualmente, que él, quien se va al salón (mordaz detalle será que posteriormente durante la investigación vea a su hijo como espectador en un espectáculo pornográfico). La comunicación no parece tampoco muy fluida, o más bien definida por lo que se retiene. Cuando él le comunica que su compañero ha muerto, ella al de un rato comentará que por su aspecto parece que va a coger alguna gripe, a lo que él reacciona irritado que cómo va a estar si su compañero ha muerto. Pero ese comentario de la esposa transmite la sensación de que, más que ser una observación torpe o insensible, esconde la consciencia de que sabe por qué él está tan afectado, y por tanto su negación (o rechazo no empático).
En el desarrollo narrativo hay una subtrama que resulta tan relevante como la propia investigación, la tensa relación con la nueva pareja policial que le han asignado, Larse (Bruce Dern). Es un proceso de aceptación por parte de Martin, que pasa por la reticencia, el establecimiento de distancia o el abierto rechazo, (su negativa a que coja Larsen sus cosas de su mesa de despacho, como si se inmiscuyera en lo que no es asunto suyo, en particular las fotografías citadas eróticas). Cuando le implica es más bien para utilizarle, porque le necesita a partir del momento que su superior no acepta su línea de investigación, por lo que pretende seguirla por su cuenta. Larsen le reprochará que hasta ese momento no compartía casi nada, como si no formara parte de la investigación, y sólo recurre a él como acción conveniente. Esa distancia y esas exigencias no dejan de reflejar una reacción despechada ante quien siente que usurpa el puesto de quien era su objeto de deseo reprimido, lo que, al mismo tiempo, le hace sentir de modo más acusado la falta. Hay un instante en que Larsen,tras que siga al asesino en un club de homosexuales, señala que en los actuales tiempos hay más apertura en la aceptación de la homosexualidad, a lo que Martin replica que es lo que le estaba planteando, y larse apostilla que ciertamente es Martin quien se lo apuntó. El asesino y Martin, ambos ya sobrepasado la cincuentena se intuye que padecieron el miedo de manifestar su homosexualidad, pero mientras uno la ha expresado ya libremente, el otro la sigue reprimiento. De modo elocuente, en paralelo a la aceptación de Larsen por parte de Martin, se producirá una revisión de la consideración hacia el Evans, a quien verá ya con otros ojos, menos apreciativos.
Si la primera secuencia se define por la sustracción de rasgos del asesino, por el fraccionamiento de su cuerpo, por la presencia impersonal, no enfocado, de un cuerpo en el que nadie parece fijarse, como si fuera más bien un bulto sin rasgos, las excelentes secuencias finales se definen por la persecución del cuerpo ya visibilizado, cuerpo que será el centro de enfoque de las dos miradas de Larsen y Martin, cuerpo al que intentarán provocar (por la visibilización de la mirada perseguidora) para que se evidencie como el asesino y así lograr incriminarle dada la falta de pruebas. Un acecho y acoso que finaliza con un tiroteo en el que es abatido, precisamente también en el interior de un autobús, desde dos ángulos, primero, por Dern, por la espalda, desde fuera, y después, frontalmente, desde dentro, por Matthau. Apostilla irónica: cuando retornan les presentan al boxeador al que el único testigo superviviente del tiroteo inicial dijo que se parecía el asesino. Pero de hecho no se parece nada. No deja de ser irónicamente coherente, si el relato se sostenía sobre la divergencia entre lo que se parece y lo que se es, los errores de apreciación o discernimiento y la negación de lo que realmente se es.
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