sábado, 21 de mayo de 2016
Más allá de las montañas
Las montañas pueden partir, y los sueños también. Los hay que parten hacia el paso del tiempo que los convierte en mueca contraída, o tumor que no cesa de extenderse. Los hay que parten hacia la enajenación de otras fantasías, aquellas que raptan una mente colectiva y convierte en vertedero el paisaje. 'Más allá de las montañas' (Shan ge gun ren, 2015) de Jia Zhang ke se vertebra sobre esa doble degradación a través de tres episodios que son tres tiempos. La ampliación de formato en cada uno de ellos, el 1:37 en 1999, el 1:85 en el 2014 y el 2:35 en el 2025, no deja de ser un contraste ironíco dado que el trayecto no deja de ser la de una reducción, como una respiración en principio pletórica que después boquea y al final se contorsiona en el ahogo. Las ilusiones se van desintegrando, como si las montañas se convirtieran en polvo. Los desfiles dejan escuchar su paso desafinado con el polvo que se escurre en una invitación a una boda que permaneció durante años sobre la mesa de la casa que se abandonó, cuando los sueños partieron en otra dirección. El trayecto de un país se condensa en el forcejeo de dos hombres que aman a la misma mujer, Tao (Tao Zhao). Tao significa ola, las olas de las emociones, de su posible plenitud. Uno trabaja en las profundidades, y no podrá alcanzar la superficie, el hombre humilde que trabaja en una mina, Liangzin (Jin Dong Liang), y el otro es el hombre arrogante que representa la ambición capitalista de enriquecerse como un tsunami que arrasa con todo, Jinsheng Zhang (Yi Zhang) que no cesa de apropiarse de lo que fuera, y que intenta por todos los medios desprenderse de cualquier competidor, ahogarlo para que desaparezca del encuadre de su escenario soñado. Por eso, compra la mina y exige que Liangzing deje de aspirar a Tao. Como no se pliega a su voluntad, opta por el despido, por el intento de borrado del mapa.
Zhang representa esa fascinación que ha arrasado la voluntad de un país, China, en estos tres últimos lustros, representado, también con ironía, en la canción que se baila en la apertura y cierre de la película, 'Go west' de Pet Shep Boys. La fascinación por Occidente, o por los brillos del capitalismo, del enriquecimiento y consumo sin límites, aunque implique el deterioro de unas vidas y de un entorno. Es la pirotecnia de los fuegos artificiales, que también deslumbra a Tao, pero es espejismo, brillo lejano y efímero, inconsistente, ruido. En el contraste de los bailes iniciales y finales queda reflejado su anverso y reverso, su trayecto y precipitación. La celebración juvenil ilusionada con una figura desolada, la figura que fue depositaria de sueño de otros, la figura que ha visto su vida reducido a la frustración, en un paísaje descolorido que asemeja ya más a un vertedero. Hay otra canción que es utilizada en diversas ocasiones, como reflejo de ese deterioro de ilusiones románticas, la canción cantonesa 'Take care' de Sally Yeoh. Pero el cuidado o preocupación se convierte en apropiación y posteriormente indiferencia y distancia.
En los hermosos pasajes del segundo tránsito temporal la película se hace cuerpo, y emoción, y por tanto música, acompasado al deterioro y a las heridas de las ilusiones que se desvanecen como un reguero de materia podrída, como esa extrema contaminación a la que ha sometido al entorno de la propia China la desmesurada ambición de enriquecerse al más corto plazo. Esa podredumbre que arrasa a quien no dejó de transitar los subterráneos como minero y que ha propagado un tumor irremisible en su organismo, esa muerte que sorprende en una estación de tránsito al padre de Tao. Un país que cree dirigirse hacia un horizonte de elevadas montañas cuando no deja de permanecer en una estación de paso en la que permaneció inmóvil una sensibilidad que se vendió a las voraces ansias de apropiación. El último tramo discurre en Australia, un reflejo artificial de una aspiración enajenada de convertirse en otro, un otro que es una ilusión o montaña sintética, en el que los descendientes, como el hijo de Tao y Zhang, hablan ya sólo inglés. Un escenario, también, de heridas de quienes quedaron escaldadas con los sueños, o de olvidos de quienes ya no recuerdan lo que son, o que prefieren no hacerlo, porque prefieren olvidar lo que se sacrificó, como un miembro amputado. Ese fantasma, eso que no se logró ser, y que se consumió en la distancia de lo que amaba, no ya el sueño inicial, sino su desconcertado y desorientado fruto, su hijo, baila en el escenario degradado por las fantasías de alcanzar lo que hay más allá de las montañas sin preocuparse de lo que en estas reside.
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