domingo, 6 de marzo de 2016
Frieda
Frieda (1947), de Basil Dearden, notable producción de la Ealing, es una obra de la posguerra modélica como mirada de conciliación, y exploración de la predominante concepción del otro no como singularidad sino como representación. Frieda (Mai Zetterling) no es Frieda, sino lo que representa para los demás. Para Robert (David Farrar) es la mujer que le ayudó a escapar de su cautiverio, tras ser capturado por los alemanes en el sexto año de la segunda guerra mundial. Pero ¿la ama? Él mismo confiesa que su condición de liberadora fue razón fundamental para que le propusiera matrimonio, y la trajera a Denfield, su pueblo natal en Inglaterra, un pueblo que evoca, mientras ambos huyen en el tren, como una comunidad de gente sencilla y comprensiva (en un flashback musicalizado con encadenados en el que presenta a varios personajes durante una boda). Para la mayor parte de los habitantes de Denfield será una alemana. No es una de ellos. Alemania es el enemigo, quien les ha bombardeado durante años, quien ha sustraído la vida de los seres queridos. Su presencia suscita miradas de desconfianza y desprecio. Hay padres que obligan a sus hijos a dejar de asistir a las clases que imparte Robert. Una alemana es una mujer lobo. Incluso, la madre de Robert, duda por un instante en darle la mano o un abrazo cuando se la presenta, pese a que declare que no la odia porque sea una alemana. En la primera secuencia, cuando se casan en una iglesia alemana, escuchan las bombas que caen alrededor. Otras bombas, en forma de miradas y actitudes hostiles tendrá que padecer Frieda en Denfield.
Para Judy (Glynis Johns) representa algo que la supera y a lo que le cuesta enfrentarse, por lo que en cierto momento necesitará tomar distancia, e irse a vivir a otra casa. Judy fue la esposa de Alan, el hermano de Robert (con quien se casó en el flashback citado al inicio de la guerra). Alan murió tres meses atrás, cuando fue abatido su avión sobre Colonia. Pero ella no odia a Frieda porque sea alemana, Lo que le desconcierta es lo que siente por Robert. Este le había confesado a Frieda que sabían desde niños que uno de los dos hermanos acabaría casándose con Judy. Cuando Robert llega a casa, Judy escucha su voz tras ella, y desde las alturas. La cámara la encuadra en primer plano, y contrapicado. Se vuelve y ve el cuerpo de Robert en lo alto de las escaleras, pero ¿qué representa para ella? ¿A quién ve? Esa ausencia en el encuadre cuando le escucha refleja esa confusión de sentimientos. ¿Ve a Alan cada vez que ve a Robert? Y Frieda apreciará, posteriormente, en su expresión esa marejada de sentimientos. Para la tía Eleanor (Flora Robson), aspirante a conseguir un cargo político en las próximas elecciones representa la infección que representa cualquier alemán. No cree que haya alemán que se distinga del resto. Es amable y cortés con Frieda, y afirma a Frieda que en seis meses casi todos la habrán aceptado en la comunidad, pero no los que son como ella y piensan que al enemigo nunca hay que darle la mano como si fuera el contrincante con el que se ha disputado un partido de fútbol. Hasta que comprenda, en los pasajes finales, que no se puede ser inhumano con quienes se piensa que lo han sido, porque entonces será como ellos.
Para el hermano de Frieda, Richard (Albert Lieven) ella es una de ellos. Aunque no fuera nazi, como él, ella pertenece a esa unidad abstracta que representa un colectivo. Su presencia, precisamente, enturbiará la percepción de algunos que pensaban que ella no tenía por qué ser como cualquier otro alemán, es decir un enemigo con intenciones dañinas. Hay quien pregunta si alguien ve con claridad. Lo plantea quien es capaz, más que cualquier otro, de autocuestionarse, Judy. ¿Quién sabe cómo es Frieda de verdad? ¿Quién se esfuerza en verla más allá de lo que representa y quién mantiene la mirada firme pese a las turbulencias que puedan ofuscar el discernimiento? Sobre un puente, Frieda declara que no habrá nada ni nadie que pueda perturbar el recuerdo de ese momento tan hermoso que comparte con Robert, tras que este se haya preguntado cuánta agua habrá circulado bajo ese puente durante los siete meses que llevan en el pueblo. Desde otro puente se lanzará Frieda a las turbulentas aguas heladas, desesperada porque las turbulencias han alcanzado incluso a la mirada de quien ama. Puentes que unen y concilian. Y será la mirada de quien la rechazaba, cuando comprenda cuál es lo que diferencia a unos humanos, sea cual sea su procedencia, la que posibilite que no se hunda en las aguas heladas del ciego rechazo del prejuicio que sólo es capaz de ver representaciones.
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