miércoles, 24 de febrero de 2016
London spy
Hay quien tiende a vivir entre sueños y posibilidades, hay quien se enmaraña en una trama de simulaciones y fingimientos. El primero vive el amor como una errancia o deriva que es una permanente búsqueda de esa ilusión del alma gemela. Está convencido de que existe. El primero habita entre rostros inescrutables, tramas difusas, en las que resulta difícil discernir quién es el otro, quién es realmente el otro. ¿Quién es aquel en el que proyecto las sublimaciones del amor? ¿Es mera fantasía del anhelo de una conjunción y fusión con la otredad que es tanto aparición, alumbramiento, como desaparición, fusión: ser el otro y en y con el otro sin dejar de ser uno?. En la orilla del mar, espacio fronterizo e intermedio, entre las aguas de la emociones y la aspereza de las máscaras, dos rostros, dos miradas parecen conjugarse, pero a la vez provienen de perspectivas y escenarios divergentes. Uno sueña, cree en lo posible, el otro echa arena a la mirada de la ilusión con la interrogante de que si hay alma gemela ¿por qué va a vivir en el mismo territorio o espacio en el que vives?.
En las secuencias iniciales de la extraordinaria mini serie británica, de cinco episodios, 'London spy' (2015), creada por Tom Rob Smith, y dirigida por Jakob Verbruggen /('The fall'), Daniel (Ben Wishaw) es una figura errante que entra en una discoteca como si fuera una celebridad que recorre una alfombra roja y sale horas después como una figura aturdida, con expresión extraviada. El sueño y la decepción. La desesperación y el desamparo se escombran en su mirada. Y cuando su móvil se cae, en pedazos, una figura, Alex (Edward Holcroft), irrumpe en esa hora intermedia en el que la luz aún son esquirlas de la noche frustrada. Y dos miradas se conjugan con sorpresa, una colisión y una atracción, una revelación y un temor. Lo real se teme como un abismo. En las superficies todo se desliza más cómodamente, no te implicas, sólo finges, actúas.
El soñador insiste, busca. Y su perseverancia abre una brecha en la piedra de la esfinge, en aquel rostro que ha conmocionado sus entrañas. Y dos miradas se unen, aunque a una le cuesta más abrirse, como si ese ejercicio fuera doloroso, pese a que vaya descubriendo el placer que comporta ese dolor. Y en las miradas se abre la pulpa de lo real, Y las orillas puede que conduzcan al mar. Pero el desorden de los nombres revela sus arenas movedizas. En los inicios de una relación amorosa, cuando las posibilidades y los sueños embarcan, pero aún predominan las neblinas y los horizontes difusos (que no sabes si provienen de tu mirada o de la condición incierta, capciosa, del otro), las interrogantes se suceden como un desplegable que amenaza con hundir la nave o que intenta descifrar lo inextricable para dotar de real rostro a la ilusión proyectada. ¿Es como le sueño? ¿Cuánto hay de real y cuánta de falsedad y fingimiento, cuánto de implicación y cuánto de conveniencia?. ¿Y si él es alguien que no tiene que ver con cómo lo imagino?. ¿No lo es porque no he sabido discernirle o porque ha fingido de tal manera, actuando de acuerdo a lo que deseaba y necesitaba de él para conseguir, sustraer, de mí lo que necesitaba?. Daniel se sumergirá en una espiral en la que descubrirá que la superficie, los signos de identidad, nombre o dedicación, no correspondían con la realidad. Penetrará en una realidad difusa, esa de la que le hablaba Alex, en la que resulta difícil escrutar los rostros de los otros. Pero más allá de que, en la superficie, no era como decía, ¿lo que sentía era real? El esclarecimiento de esa interrogante será lo que determine a Daniel a introducirse en un laberinto en el que están implicadas las altas instancias del poder, una realidad oculta, como los áticos en los que se esconden las otras vidas que no se quiere revelar cara a los demás, como lo que descubre en el ático de Alex (¿o también es una simulación conveniente interferida por otra voluntad).
En su cine Alfred Hitchcock recurrió a las tramas de espionaje como reflejo de las marañas de las proyecciones y relaciones sentimentales. El núcleo dramático era el conflicto entre unos miradas que no lograban encontrarse ni enfocarse, en particular la de uno de los contendientes, él en 'Encadenados', 1946), ella en 'Cortina rasgada' (1966). Pese a que algunos críticos en su momento desenfocaran su mirada, por anteojeras ideológicas, con respecto a 'Topaz' (1969), como el año pasado con respecto a 'El francotirador', de Clint Eastwood, la película es un demoledora disección de las relaciones sostenidas sobre el engaño y el fingimiento, la manipulación y la representación. Su corrosiva causticidad se ejemplificaba en el que el gesto de amor más auténtico implicaba la muerte de quien se amaba, aunque le hubiera engañado, para evitarle dolorosas torturas.'London spy' parte de la relación que se gesta entre dos hombres que se encuentran por casualidad en un puente (ese el sueño de la posibilidad de erigir un puente con otro; se rompe el móvil y aparece un rostro que es la encarnación de esa excepcional comunicación cómplice y afín soñada) , e introduce como una infección la trama de espionaje que entrevera lo individual y lo colectivo. Pero el recorrido de indagación que realiza Daniel, acompañado de su amigo Scottie (Jim Broadbent), no abandona la abstracción, una turbia y desazonante abstracción, en la que los personajes parecen suspendidos en una realidad sin contexto, en la que nada parece lo que es y toda percepción de los hechos y las personas se distorsiona de manera conveniente. Incluso, quienes se presentan como padres del hombre que ama no lo son. Todo es un laberinto, una realidad constituida por capas que debe ir descubriendo para encontrar lo real.
Por eso, más allá de la pregunta de qué es lo que sabía Alex, que en realidad se llamaba Alistair, para que fuera asesinado, la pregunta que escuece y necesita ser resuelta es qué sentía realmente Alistair, que se hacía llamar Alex. ¿Quién es el otro más allá de las lápidas de mentiras y engaños y simulaciones y fingimientos? ¿Miente cuando dice lo que siente? ¿Cómo podemos detectar cuándo el otro miente, cuándo dice lo que no siente y no dice lo que siente? ¿Por qué nos cuesta tanto, en ocasiones, discernir lo que el otro siente? ¿Y si lográramos encontrar la ecuación que consiga descifrar cuándo alguien miente, cuándo alguien engaña? ¿Cómo nos relacionaríamos con la realidad? No siempre es necesaria la verdad, como bien reflejaba la transformación de Ben Horne, epítome del engaño y la manipulación, en Twin Peaks, cuando decide 'redimirse' diciendo la verdad indiscriminadamente, lo que implica infligir daño con la confesión de su paternidad a Donna. Y muchas veces los miedos y las inseguridades son los impedimentos de que logremos discernir cómo siente o piensa el otro. Pero ¿y si lográramos superar las limitaciones de nuestra percepción logrando desentrañar el rostro de la realidad y de los otros sin necesidad de especulaciones, que pueden ser tortuosas en el terreno sentimental cuando necesitamos certezas con desesperación porque no logramos ver?. Entre combinaciones de líneas temporales, espasmos de quien busca discernir en el mismo escurridizo pasado compartido las señales que indicaran qué sentía aquel a quien amaba, y pasajes que son peldaños en la incursión en un abismo de una realidad gestada en las ocultaciones (esa que se extiende en los escenarios del poder sin aparente rostro), la conclusión tiene lugar frente a un laberinto que arde. Quizás como el deseo de que ardan todas las mentiras que emponzoñan las relaciones. Por eso, las miradas que buscan lo real y la verdad no cesarán en su propósito, aunque quizás no logren desvelar los telones de sombras.
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