lunes, 11 de enero de 2016
El renacido
La espiral de la venganza. La ilusión de renacer cuando sea realizada. 'Has recorrido un largo trayecto para realizar tu venganza. Has disfrutado. Pero no te devolverá a tu hijo.” le dice el perseguido al perseguidor cuando este está a punto de culminar su largamente deseada venganza. El espectro que aún posee cuerpo toma consciencia del absurdo de su acto, de su inutilidad. Debiera ser ejecutada por una divinidad, si esta existiera, se dice. Aunque quizás simplemente exista la preponderancia del elemental primitivismo que domina tantas acciones, y reacciones, humanas. El salvaje está en todos, no es sólo aquel que vive en sociedades menos avanzadas, como los nativos americanos. En la obra anterior de Alejandro Iñarritu, 'Birdman', un hombre, un actor, Rigan (Michael Keaton), lidiaba con su enajenación, con el fantasma de su desesperación y frustración. Su manifestación espectral era la transposición del superhéroe que había interpretado cuando su carrera como intérprete alcanzó su punto álgido, esa carrera que intenta reactivar con un historia a ras de suelo, más ordinaria, mediante el realismo sucio de la obra de Raymond Carver, y en los escenarios teatrales, que otorga más lustre de distinción. Intenta sentir que domina el escenario de la vida, que aún puede ser el protagonista, y no una figura patética que corre en calzoncillos por una calle abarrotada de gente. En 'El renacido (The revenant, 2015), por ahora la gran obra de Iñarritu, Glass (magnífico Leonardo DiCaprio) lidia con sus fantasmas, y quizá la única realidad que puede decirse que sea cierta es que vive cautivo de sus fantasmas, los de su pesadumbre, los de la pérdida, una herida que brota, durante la narración, como astillas a través de planos fragmentados que no son sino espasmos del dolor no superado por la muerte de su esposa india (pawnee), cuando el poblado en el que vivían con su hijo fue atacado, arrasado e incendiado por soldados franceses. Y quizás no sea todo sino la narración de una ilusión de dotar de cuerpo e ilusión a una vida que se ha precipitado en la impotencia de la desesperación.
Por eso, la narración, conducida por las sublimes composiciones musicales de Rychi Sakamoto, Alva Noto y Bryce Desnner, es una experiencia inmersiva. Una narración que fluye, liquida, como la reciente 'Sicario', como si se desplegara entre tinieblas que son corrientes heladas, las de un trastorno, como la mente que aún no logra despertar del todo pero tampoco conciliar el sueño. En lo que quizás sea realidad, o quizá un sueño, los hombres blancos que usurparon el territorio y las piezas de caza de los nativos, serán atacados y perseguidos por estos (en una sobrecogedora excepcional secuencia); aquel que guiaba al resto para arrancar la piel de los animales que matan será agredido y malherido por una osa que defiende a sus crías, reflejo de sí mismo, mientras él es el reflejo de quienes mataron a su esposa. Y su abandono por el resto de compañeros, sobre todo por aquel que mata a su hijo, Fitzgerald (Tom Hardy), no es sino la persecución del fantasma de quien mató a su esposa, un soldado francés (al que quizá dota de su rostro en el febril sueño o quizá sea a la inversa).
Iñarritu nos sumerge, con una narración fragmentada y la coreografía de exquisitos movimientos de cámara, en una descarnada vivencia que es confrontación con nuestra elementalidad aún dominante en la relación con el entorno, pese a todos los avaneces tecnológicos, y pese a la preponderante relación virtual con la realidad: quizá por eso, en el cine reciente, se busque recuperar la sensación más elemental de lo inmediato con los efectos 3D, la narración con cámara en mano de películas encontradas, o los montaje-choque de películas espectaculares (que se asocian, de modo más predominante, con las sensaciones, que obras de modulación lenta).
Si aún hoy el día el ser humano incurre en la patética y arrogante obsesión de necesitar de divinidades y, a la vez, sigue dominado por el instinto, que se propulsa en sus ansias de venganza, en escala colectiva o individual, no es sino el reflejo de su inconsistencia, y de su compulsiva necesidad de controlar, dominar y modelar la realidad, de no aceptar la incertidumbre, la frustración o la contrariedad de su voluntad o deseo, sea a través de entidades sobrenaturales que supuestamente configuran y dictan sentido y orden (en los que ha proyectado su pretensión de establecer límites que deben ser respetados y aplicados), y a través de una rectificación de la pérdida mediante la satisfacción de la afrenta o agravio en el acto vengador. Pero todo no es sino una espiral, esa espiral dibujada en el metal que recorre los espacios nevados, agrestes, como lo hace la obcecada y perseverante voluntad de Glass, un cristal con forma humana que sobrevive a las circunstancias más adversas, y a unas graves heridas, sobreviviendo a las corrientes heladas o a largas caídas en el vacío, porque su mente está nutrida, avivada, por el fuego de la venganza, que no es sino el trastorno de una enajenación, porque aunque la culminara, no recuperará las vidas de su esposa e hijo, no recuperará la vida armónica y plena que perdió, o su ilusión. Sólo quedarán los fantasmas de lo que ya no será, fantasmas que no dejarán de alejarse, como la propia vida que dejó de sentir cuando se convirtió en un espectro en vida.
Muchos ya han mencionado el influjo de Terrence Malick. La excelsa música de Ryuichi Sakamoto, Alva Noto y Bryce Dessner es uno de sus reflejos. El gran Emmanuel Lubezki ya tabajó como Malick como director de fotografía de 'El nuevo mundo', aunque la conexión es más manifiesta con 'La delgada línea roja'. Inmensidades que no distan.
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