jueves, 3 de diciembre de 2015
Les revenants
Anatomía de la melancolía. Las dos temporadas de la serie francesa 'Les revenants' (2012-), creada por Fabrice Gobert, inspirada en la obra homónima del 2004, dirigida por Robin Campillo, es una de sus más exquisitas ceremonias cinematográficas. Los muertos como fantasmas de las heridas de los vivos. Los vivos como fantasmas que viven entremedias, en brochazos inconclusos, truncados. Y unos y otros coinciden en esa frontera que conjuga lo posible con lo imposible. Y se encuentran como reflejos que a la vez colisionan, o como efecto retardado de colisiones. Súbitamente, los muertos retornan a esta población rural, junto a la que se construyeron dos presas, una que se rompió treinta y cinco años antes, y anegó la parte baja de la localidad. Y otra construida posteriormente, aunque el nivel del agua empieza a disminuir con la aparición de los primeros muertos, aguas en las que se derraman cadáveres de animales que huían de algo. Difuntos que reaparecen como si el ayer fuera hoy, da igual si han pasado, cuatro, diez o treinta años, ignorantes de su propia muerte, como si su vida continuara en los momentos previos a su fallecimiento.
La serie se modula sobre una atmósfera nublada, ingrávida, acompasada a esos estados estáticos en los que algunos retornados se quedan, congregados en grupos, como en estado de catatonia. Una pesadumbre liquida se propaga en la narración, y se abre como las heridas de una falta de conexión o una conexión rota, que había permanecido atorada, como figuras disecadas. Por eso, la idea, mítica y sublimada, de los espíritus gemelos, pero también de los cuerpos, hilvana la dinámica de los reencuentros de los primeros aparecidos. De hecho, la primera, Camille, fallecida cuatro años atrás en un accidente de autobús, en el que murieron decenas de compañeros, tenía una hermana gemela, Lena (en el primer episodio ya se desvela cómo el accidente fue una consecuencia de su reacción tras sofocarse por sentir cómo su hermana tenía sexo por primera vez en ese instante). La extrema empatía conjugada con la muerte. Simon retorna en busca de su amada sin recordar que diez años atrás se suicidó, y encontrándose con que ella planea casarse (las direcciones sentimentales que se trazan sobre escombros que permanecen como brasas permanentes y el desconocimiento e incomprensión de las razones de los otros: ella no sabía que se había suicidado): Las heridas de las separaciones, de las distancias, desbordan cuando te enfrentan al largo paso del tiempo: la esposa fallecida que retorna treinta años después: los muertos vuelven como eran antes (¿cómo confrontar lo que uno es, o ha degenerado en ser, con lo que permaneció, como un recuerdo en formol): Monsieur Costa decide quemar la casa con su reaparecida esposa y se precipita al vacío desde el embalse.
El agua, metáfora de las emociones y sentimientos, recorre como presencia esta ceremonía de la melancolía, de las diversas confrontaciones con la pérdida y la consciencia de lo finito, de la desaparición, las heridas de los desencuentros en vida, las incapacidades de conexión. El niño Victor se convierte en una enigmática figura, de singulares poderes sobrenaturales, que anticipa los acontecimientos con sus dibujos, pero como si una fuerza a él mismo le superara (¿de dónde surge?¿es voluntad o es transmisor? ¿ lo sabe él mismo como los diversos humanos vivos o muertos saben de surgen y cómo crean sus lazos y por qué a veces tienden a destruirlos, quebrando los embalses de sus emociones?). Es la paradoja encarnada: es la aparición que provoca en la carretera el accidente del autobús, pero también es la aparición que surgió de la nada para avisar el derrumbe del embalse. Y crea un particular lazo materno filial con una de las vivas más heridas, Julie, enfermera que sobrevivió siete años atrás al ataque del asesino en serie Serge, otro de los reaparecidos, quien realizaba los ataques en el mismo túnel. Los personajes transitaban entre túneles oscuros en las emociones, esa oscuridad que propicia distancias. Resentimientos, remordimientos, ofuscaciones, frustraciones y malentendidos. Y, por tanto, el daño a veces, con frecuencia, predomina. Y las inundaciones se repiten, como en la conclusión de la primera temporada.
En la segunda se amplifica la presencia de retornados, estableciéndose dos comunidades, y las brechas se abren, porque hay quienes los consideran una amenaza a combatir (aunque irónicamente quien lidere esa actitud oculta una vergüenza y culpa pretérita: los muertos representan lo que él no fue capaz de realizar por falta de valor: priorizó lo individual sobre la unión con el resto), mientras otros pugnan por mantener los lazos independientemente de si uno es un retornado o un vivo. El pasado irrumpe con más frecuencia en la narración, como una brecha de agua en la presa: las heridas no cerradas, las tragedias que no se supieron afrontar y que se confrontaron con acciones extremas desesperadas, los errores y las rivalidades que derivan en violencia que definen el instinto o la imposición de nuestras emociones básicas, esa tromba de agua que quiebra la construcción de embalses tarde o temprano: en las profundidades, en nuestras cuevas interiores, esa voraz avidez de sangre, que arrasa con la naturaleza y otras criaturas animales, como esa dolorosa y terrible visión inicial del ciervo agonizante en las calles del poblado, cuyas heridas fueron causadas por algún ser humano que quiso devorarle, una de esas enigmáticas criaturas de siniestro aspecto blanquecino que se entreven en el bosque y que surgen de las entrañas de la tierra, esos pasadizos que se descubren bajo la presa desbordada.. Los retornados permanecen siempre juntos, por que si se separan en sus cuerpos se evidencian unas venas rojas que asemejan heridas o estigmas, se transfiguran, y tienden a devorar a otros. La desconexión, la falta unión, su desajuste, implica el daño, la violencia, la agresión del otro, la conversión en bestia. Pero hay quienes pugnan por reestablecer o consolidar la conexión. Una familia cruza un puente sobre las aguas, como han apuntalado uno entre los cuatro, y el enigma y la herida se conjugan en la soleada orilla de un mar resplandeciente, como las emociones que se entregan.
Los bellos créditos de la primera temporada, aún más en la segunda:
Y dificil encontrar más bella banda sonora para una serie, obra de Mogwai
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