miércoles, 7 de octubre de 2015
King rat
En un campo de prisioneros de Singapur, durante la segunda guerra mundial, entre una multitud de soldados desharrapados, que parecen vasallos en una fortaleza, tres hombres destacan, tres hombres se singularizan por su aspecto, tres hombres representan diferentes actitudes ante el confinamiento mientras esperan que finalice la guerra, aunque se sienten suspendidos en el tiempo, como apartados en el espacio, y esa sensación les hace ya habitar la realidad como si no pudiera ya haber otra posibilidad que el cautiverio. King Rat (1965), de Bryan Forbes, adapta una novela de James Clavell(inspirado en sus propias experiencias como prisionero de guerra), quien había colaborado en una de las últmas versiones del guión de La gran evasión (1963), de John Sturges. Un hombre destaca particularmente porque no se parece en nada al resto, un hombre que es además uno de los pocos soldados estadounidenses entre una mayoría de soldados británicos y australianos. El aspecto del cabo King (George Segal) no tiene nada de desharrapado, como si viviera en otro lugar, un lugar en el que siempre fuera domingo y se vistiera siempre impecable y lustroso. Su aspecto no delata desgaste, ni privación ni pesadumbre. Su dedicación, el mercado negro. Su cabaña es su oficina, y los que comparten estancia, sus empleados y subordinados, aunque algunos sean de rango superior, como el sargento Max (Patrick O'Neal). Su apariencia es tan anómala que cuando, al final, llegue el primer soldado británico para anunciar su liberación este se quede perplejo, en primera instancia, porque después la suspicacia dominará su gesto. King es un superviviente nato, pragmático con su correspondiente aliño de cinismo, que sabe utilizar las leyes del mercado, como lo hacía el personaje de William Holden en Traidor en el infierno (1953), de Billy Wilder.
El opuesto de King es el teniente Grey (Tom Courtenay), la rígida mente de quien sigue y cumple las reglas de modo estricto, un celoso e inclemente observante de las ordenanzas, un perseguidor implacable de quien se las salte. Por eso, odia con toda su alma a King, y ese odio alimenta el paso de sus días, como una siniestra inspiración para la supervivencia. Su aspecto exuda el desgaste de las circunstancias de privación, pero mantiene las formas, mucho más que el resto de sus compañeros, como si el uniforme aún fuera un uniforme no una prenda que les cubre, como ya parece a la mayor parte del resto. Grey es un hurón que rastrea la infracción, que no acepta el mínimo asomo de corrupción, pese a las circunstancias precarias que sufren. No viven entre la suciedad, la suciedad está en quien no respeta la ley y las normas castrenses. Por eso, puede acabar incrustado boca abajo en una letrina. Grey casi sufre un cortocircuito cuando entreve que la corrupción, que para otros es manga ancha por la situación de privación, alcanza a los más altos representantes de la jerarquía militar. Quienes tampoco tienen demasiado escrúpulo en aprovecharse algo de su posición de privilegio Ante lo cual King conjugará pragmatismo e irreverencia, cuando haga dinero con la venta de carne que todos suponen que es de venado y no de rata.
Entremedias de ambos hombres, hay un personaje que también está entremedias de todo, como refleja su vestimenta. El teniente Marlowe (James Fox) porta un sarong, y domina la lengua local. King establecerá un vínculo con él en principio instrumental, pero poco a poco se consolidará una amistad real, un fuerte vínculo que determinará incluso que King se desviva por conseguir los recursos que logren curar la enfermedad que sufre en cierto momento Marlowe. Su alianza se convertirá en actitud de sublevación, como refleja ese cariz de rebeldía, del negocio de venta de carne, tanto frente tanto a las normas como al símbolo de la autoridad. Y se palpa la tristeza, como la brusca vuelta a la realidad, cuando se produce la separación, cuando la despedida tampoco posee ningún tipo de catarsis ni de celebración, sino un ruido sordo, como si se hubiera desmontado un escenario, y la realidad ya fuera otro escenario que se levantara aún con gestos aturdidos, como si no se lograra asimilar que más allá había una realidad que puede recordarse o que puede construirse sin sentirse un despojo o un gesto maltrecho o amargado. Y el rey entre las ratas se aleja, ya derrocado de su reino, ya un uniforme más entre tantos otros que quizá no recuerden que durante un tiempo vivieron como ratas entre la suciedad y el abandono, mientras él mantuvo la apariencia de dignidad de quien aún recuerda que es humano.
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