miércoles, 30 de septiembre de 2015
Fortitude
Los restos encontrados bajo el hielo de una criatura prehistórica, un mamut, puede servir de recordatorio para esa consideración de que la criatura humana no es sino un virus que se expandió por este planeta llamado Tierra. En Fortitude, una pequeña población de 800 habitantes ubicada en el Artico noruego pero habitada por personas de muy diversa procedencia, como si fuera una babel en pequeña escala, la alcaldesa, Hildur (Sofie Grabol), aspira a que se les vea en el mapa, y su proyecto de edificación de un hotel es su principal apuesta. No deja de ser la correspondencia con los intereses institucionales (especuladores) en 'Tiburon' (1975), de Steven Spielberg. Claro que la irrupción de la bestia en 'Fortitude' (2015),excelente serie de doce episodios creada por Simon Donald, no es tan visible, sino más bien desconcertante, porque quienes están relacionados con una serie de brutales crímenes son un niño de diez años o una oronda mujer de talante pacífico. Claro que hay quien no puede aceptar que su hijo esté asociado con un crimen, como es el caso de su padre, Frank (Nicholas Spinnock), quien no duda en torturar cruelmente a quien cree el verdadero causante. Su brutalidad resalta aún más cuando él fue apalizado con saña por el sherif local, Andersen (Richard Dorman) porque creía que él era el asesino, violencia propulsada por el hecho de que Frank es el amante de la mujer que Andersen ama, Elena (Verónica Echegui). La sanguineidad reina en el ser humano, la imponente bestia de la furia que ciega el raciocinio.
En la secuencia inicial un hombre es devorado por un oso, los humanos devoran a los otros un día sí y otro también, sea su violencia visible o invisible. La naturaleza humana está corrompida, como el cuerpo del fotógrafo de la naturaleza, Tyson (Michael Gambon), por el cáncer. Las emociones primarias se propagan como un virus. Andersen no soporta la intrusión del inspector británico, Morton (Stanley Tucci), quizá el personaje más templado, lo que no le salva de la infección de ese virus llamado humano que ejerce la violencia cuando menos lo esperes, y esa dentellada puede ser ejecutada de modo retorcido y solapado, como quien coloca de reclamo para un oso un brazo amputado para que finalice la tarea de devorar el cuerpo del asesinado. El primer muerto era precisamente el científico que había realizado un sorprendente descubrimiento bajo la superficie de los hielos, un descubrimiento que podía impedir la expansión de la codicia en territorios aún factibles de ser objeto de especulación o precisamente, por su indefinición, despertar la voracidad de quienes creen intuir un enriquecimiento con ese descubrimiento. Su muerte es el disparadero de una serie de brutalidades que implican un descubrimiento que sin duda no lo es, porque ya se sabe lo que se retuerce bajo la superficie del ser humano, y con qué facilidad sale a la superficie para devastar a otros semejantes, sea por instinto territorial, codicia, celos, cólera, o cualquier arrasadora emoción primaria, ese ponzoñoso aguijón que puede con mamuts o lo que se le ponga por delante.
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