viernes, 21 de agosto de 2015

Rectify

'Twin Peaks' se desplegaba sobre una constatación que se convierte en bifurcación que colisiona como un árbol de ramas secas con su raíz retorcida . Todos tenemos nuestras heridas, pero las de unos son más notorias. Y el ser humano es una criatura dañina. La excelente serie 'Rectify', creada por Ray McKinnon, elige su propia senda para recorrer parecida afirmación. También transcurre en un pueblo, Paulie, en Georgia. El equivalente de Laura Palmer es un hombre, Holden (Aden Young), que sale de la cárcel tras permanecer recluído 28 años acusado de la violación y asesinato de su novia. Una tardía prueba de ADN propicia su liberación y asienta la duda sobre su culpabilidad. En algunos, no en todos. La mancha, el estigma, aún le impregna como ácido corrosivo. No está muerto como Laura Palmer, pero es un espectro, una figura aturdida por tantos años de reclusión en una celda, un semblante de aflicción. Parece un nervio desvitalizado, hasta que, a veces, brota como un espasmo la furia del nervio dañado. Porque Holden, como Laura Palmer, sabe más que otros los que supone sufrir daño. La tristeza define a ambos, aunque ella lo disimulara. Holden no.
En la primera temporada parecía un cuerpo que va recuperando poco a poco la consciencia de que es cuerpo, la consciencia de que vive en la duración del tiempo. Han sido veintiocho años que eran un mismo día. Recuperaba su adolescencia, los años no vividos, la vida interrumpida, como un cuerpo torpe que balbucea, desarticulado, y necesita una cámara de descompresión que dure un dilatado periodo de tiempo. Y alrededor, hay muchas miradas que están al acecho, suspicaces, prestas a apuntalar los clavos sobre el féretro de su condena. Y eso impide que puede crecer, desplegarse, y se contrae, porque le apalizan física y emocionalmente, y decide, en el final de la segunda temporada, declarar que sí lo hizo, para que su mancha no se extienda y corroa a quienes ama, su familia, y con esa confesión pueda abandonar el pueblo y marcharse a otro Estado, alejarse de todo, incluso de sí mismo, de lo que no le dejan ser. Esta tercera temporada relata su recuperación, su afirmación que implica permanecer presente, sin huida, y afrontar el difuso pasado, y el hostil e incierto presente, para lo que necesita ayuda, necesita que le liberen de toda esa maraña de suciedad encostrada en su interior como una tubería atascada.
En paralelo, tres relaciones distintas que bregan también con sus particulares averías, con sus particulares interrogantes, relaciones quizá sin futuro, pero necesitadas de una rehabilitación, de una limpieza profunda que delimite si hay cimientos sólidos sobre los que reconstruir, o eran ilusorios, inconsistentes desde tiempo atrás, o simplemente ya desgastados con el tiempo, con la diferente evolución de uno y otro. Principalmente, la relación que se había quebrado al final de la segunda temporada, entre el suspicaz y susceptible hermanastro, Teddy (Clayne Crawford), y su esposa Twane (Adelaide Clemens), cuya complicidad con Holden había suscitado sus desaforados celos. Inseguro, tendente al victimismo, todo lo enfoca desde el ángulo de lo que el mundo le hace a él, sin comprender cómo asfixia a los que presuntamente ama. Además, Amantha (Abigail Spencer) y Jon (Luke Kirby), la hermana y el abogado de Holden, y Jon, que se distancian, como quienes consideran que si estuvieron juntos por un tiempo es porque les unía la lucha por la derechos de Holden, para liberarle de la prisión, como si su proximidad hubiera sido una ilusión que maquillaba provisionalmente la distancia para dotarse de fuerza en su propósito. Y Janet (J Smith Cameron) y Ted (Bruce McKinnon), la madre y el padrastro de Holden, que entran en colisión por los apoyos a sus respectivos hijos, Holden y Teddy, y la erosión de los silencios y de las omisiones en la comunicación.
Precisamente, la limpieza de una piscina, el primer trabajo que consigue Holden, se convierte en emblema de esa limpieza general, que también es enfoque, y que se extiende a la consideración de que el responsable o responsables del crimen del pasado o del presente sea otro u otros. Esa expansión alquímica alcanza su apogeo en el quinto de los seis episodios, dirigido por Nicole Kassell (directora de la excelente 'El leñador', 2004, del mejor episodio de 'The killing' y de otros excelentes de 'The americans' o 'The leftovers'). Holden pasa del autodesprecio y el fatalismo, lanzando un bote de pintura sobre la piscina pintada, a la eliminación de esa mancha, y la decisión de reconstituirse, no dejándose intimidar por el rechazo ajeno, y reconciliándose con lo que ha sido o no pudo ser, contemplando, en el sexto episodio, la cárcel en la que estuvo recluido, y realizando ese breve viaje con su madre, la madre que también se responsabilizaba de la vida truncada y dañada de su hijo. Holden decide, por fin, hacerse presente.

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