domingo, 19 de julio de 2015
Strange impersonation
¿Por qué una extraña suplantación? ¿Por qué una mujer que domina el escenario de la realidad suplanta la personalidad de una mujer perdida en la realidad, una sombra aturdida que no parece encontrar su lugar en la sociedad?. Y si se considera que quizá todo sea fruto de una siniestra pesadilla ¿qué refleja?. 'Strange impersonation (extraña suplantación' (1946), es una apreciable obra de Anthony Mann que ya apunta, por su impecable concentración dramática (una ingente cadena de acontecimientos en 60 minutos), y una narración que progresa implacablemente como un tornillo que se retuerce hasta que aprieta demasiado, el magisterio posterior de uno de los más grandes cineastas que ha dado el cine estadounidense. Y es un revelador reflejo de las contorsiones que sufría la sociedad estadounidense durante los años de la posguerra por la creciente incorporación de la mujer como agente laboral durante los años de la guerra, debido a la mengua de la presencia laboral de los hombres, al ser requeridos en combate.
Nora (Brenda Marshall) es una científica que está concluyendo un experimento al que ha dedicado largo tiempo. Pero su pareja, Stephen (William Gargan), también científico, tiene que desplazarse a Francia donde le han ofrecido un puesto de trabajo, y quiere que adelanten la boda. Pero ella se niega, y le solicita más tiempo, porque quiere finalizar su estudio. Stephen le cuestiona que priorice su trabajo al amor (matrimonio). Esa misma noche Nora, con la asistencia de su ayudante Arline (Hilary Brooke), realiza otra prueba que finaliza con un trágico desenlace, ya que el fuego desfigura su rostro. Y el relato se retuerce entre las sombras de la decepción: Arline le hace creer que Stephen ya no la quiere por su desfiguramiento, como le hace creer a Stephen que Nora ya no quiere verle, sibilina táctica que quien además había provocado el accidente porque aspira a ser la pareja de Stephen (Arlene es quien, significativamente, le había cuestionado a Nora también que no priorizara el matrimonio sobre el trabajo).
Nora se precipita en los abismos de la negación y desilusión, y al vacío se precipitará en su forcejeo con ella, Jane (Ruth Ford), la mujer a la que, alcoholizada, como sombra errante por la ciudad, casi atropelló, y que reaparece para reclamar (a punto de pistola) un cobro por aquel (seudo)accidente. La desfiguración del rostro de Jane, por la caída, y la posesión de del anillo y cartera que había robado a Nora, harán pensar a todos que es Nora la muerta. Y Nora decidirá, además de reconfigurar su rostro, su apariencia, mediante la cirujía estética, suplantar la identidad de quien no era nadie, una figura tambaleante en la ciudad sin presente cierto y oscuro futuro. Ahora situada en el otro extremo, se encontrará siendo la otra, mientras su posición en el matrimonio es suplantada por quien priorizaba el matrimonio al trabajo, Alinor, la mujer que representa la posición social de la mujer subordinada a la del hombre, relegada a la vida doméstica, sin pretender ser otro agente competitivo en el territorio laboral.
Que todo sea una pesadilla, como en 'La mujer del cuadro' (1944), de Fritz Lang, refleja su condición de realidad siniestra no deseable. Cuando Nora despierta y toma consciencia de que todo ha sido un sueño, decide, sin dudarlo, aceptar la propuesta de matrimonio en vez de seguir con sus experimentos, como si la incorporación de la mujer a la dinámica laboral hubiera sido un provisional experimento que ya, acabada la guerra, hubiera que concluir para retormar la ecuación deseable, el hombre en el trabajo, y la mujer en el hogar, olvidándose ya de pretender suplantar al hombre en el espacio del trabajo. Ese es su lugar, no perdida en la noche, desfigurada. Particularmente, la construcción narrativa en forma de pesadilla me hace pensar que el planteamiento más que con convicción sancionadora está planteado con mordaz ironía.
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