miércoles, 15 de julio de 2015
La mano del diablo
Roland (Pierre Fresnay), el pintor protagonista de 'La mano del diablo' (La main du diable, 1943), de Maurice Tourneur realiza su particular trato con el diablo. El objeto distintivo del trato es una mano cortada, que aún tiene movilidad, en el interior de una caja. Si la posee todo será posible, el éxito le sonreirá en cada faceta de su vida. Conseguirá a la mujer que ama y que le había rechazado con desprecio, logrará el reconocimiento como pintor, dispondrá de elevadas sumas de dinero, vivirá a todo lujo. Lo irónico es que la mano, se desvelará más adelante, pertenecía a alguien que poseía el don de la creatividad como pintor, pero prefirió negárselo, y convertirse en monje. La ironía sobre todo reside en el hecho de que es una producción realizada cuando Francia estaba ocupada con el ejercito alemán. La mano que no quiso aprovechar su potencial, la mano que prefirió la vía fácil, cómoda, sin dudar en venderse. Un país, en suma, que no resistió cómo podría haberlo hecho a una invasión y ocupación. A este respecto es significativo que el diablo remarque el trato en términos comerciales: cada día que se posee la mano talismán se duplica la deuda. Cada día que pasa resultará más complicado arrepentirse del trato. La única opción es asumir perder la mano, y volver a no tener nada. Maximus Leo es el significativo nombre del que perdió su mano, y desperdició su talento.
La narración es un derroche de imaginación, de creación de una atmósfera tensa y turbia, con un ingenioso uso de las sombras (esa engarfiada mano que se proyecta en la pared cuando le convencen para que adquiera la mano). La secuencia de apertura es elocuente: una figura nerviosa, Roland, que irrumpe en un hotel de alta montaña, susceptible con los que miran su muñón. Se sorprende de que no haya un cementerio en las cercanías. Porta una caja de la que no quiere hablar. La policía busca a un hombre que porta un féretro. Se produce un repentino apagón durante el cual desaparece la caja de Roland. El relato posterior de este, en flashback, explica qué acontecimientos han guiado hasta esa circunstancia. Y hay un extraordinario pasaje que destaca sobremanera: Roland vuelve a su hotel y se encuentra con que le reciben, enmascarados, los anteriores portadores de esa mano desde siglos atrás, desde un mosquetero al chef que se la traspasó pasando por un malabarista o un boxeador entre otros. Los relatos de cada uno se enhebran mediante fascinantes tablados de sombras, planos generales de elaborada composición en los que, en breves planos, se condensa la peripecia sufrida por cada uno de ellos. Su hijo, Jacques, rodaba en ese tiempo tres obras asombrosas, prodigios de inventiva visual, 'La mujer pantera',(1942) 'Yo anduve con un zombie' (1943) y 'El hombre leopardo' (1943). Este pasaje en concreto está a la altura de los más inspirados de las tres obras de su hijo.
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