sábado, 20 de junio de 2015
Hotel
Habitar la habitación que fue habitada por otra. Portar las gafas que portó otra. Habitar otra realidad distinta a la que estabas acostumbrada hasta entonces. En 'Hotel' (2004), de Jessica Hausner, Irene (Francisca Weisz), cambia de escenario, su residencia es otra, ya no es el hogar familiar, sino un hogar definido por la transitoriedad, no la residencia, un hotel, en el que es contratada como recepcionista. Pero ¿Cómo recibe el cambio? Cada noche nada en la piscina, como si restituyera la sensación de aún habitar la placenta de la familiaridad. Pero su vida pasada desaparece, y debe acostumbrarse a desenvolverse en el nuevo espacio.¿Qué hay tras los cortinajes, como si fuera el telón de un escenario que hay que descubrir? Aquella otra chica que habitaba esa habitación y portaba esas otras gafas desapareció. No se sabe qué fue de ella, como de otros jóvenes excursionistas varias décadas atrás. Y esa incógnita, ese cuerpo ausente, representará su miedo, como el bosque que rodea el hotel, y la sugestión de leyenda de una bruja que fue quemada seis siglos atrás. La extrañeza se asienta progresivamente en la narración, calando la alteración de la percepción que define al fantástico. Es una cuestión de mirada. En varias ocasiones, tres, en distintos momentos de la narración, Irene se interna en la oscuridad de un pasillo . Quizás se interna, quizás imagina que lo hace, quizás no lo hace porque teme la oscuridad, lo incierto. Irene se confronta con la oscuridad (también se interna en la oscuridad de la cueva de la bruja, aunque acompañada del chico que le atrae), con el miedo a una realidad que no domina, en la que necesita ser aceptada, y esa necesidad y ese miedo determinan la arrogancia de sentir que se domina cuando no es así.
El punto crítico en 'Hotel' es el instante en el que Irene (Francisca Weisz) se niega a prestar su colgante, con una cruz de diamantes, a su compañera Petra (Birgit Minichmayr) porque lo considera un amuleto (es el neumático que sostenía el simio de 'Palomar' de Italo Calvino, el objeto símbolo que proporciona seguridad, sentido, certeza e ilusión de control y dominio). A partir de ese instante su situación en el hotel, se desestabilizará (desaparece su colgante, alguien lo sustrae y rompe sus gafas) y comienza a usar las gafas de la chica desaparecida, del mismo modo que su mirada se altera, se confunde. Y la realidad también. Hay situaciones que se repiten, sin delimitar si son imaginarias o reales. El bosque, el sendero que es un desvío, adquiere la dimensión de lo real como intemperie e incertidumbre en donde no sabe qué puede aparecer en cualquier recodo, o detrás suyo. Es la naturaleza en la que brotan sonidos inquietantes, ambiguos, que pueden ser el de una chica que asesinan o el de un pavo real. Es la vanidad de Irene la que obstaculiza su integración en ese nuevo espacio, en cuanto se ve valorada por la directora, se siente visible, no alguien que desaparece en su nuevo entorno, que no puede ser como era en el espacio familiar que dominaba.
El trayecto dramático de esta exquisita pieza gélida, de mirada distante, que modula cada plano como una pieza orgánica, una habitación del edificio de la narración, culmina con la superación del miedo (cruza realmente esa oscuridad y visibiliza lo que hay tras ella, en vez de sólo temer o imaginar; equiparable en cierta medida al desenlace de 'Caída libre' de William Golding), y, del mismo modo que se ha internado en los sótanos de su mente (hay un directivo que le recuerda repetidamente que inspeccione los sótanos), se interna en el bosque como el gesto de quien no teme lo que la realidad puede depararla sin ya tener necesidad de hacer uso de objetos simbólicos que le reportaban seguridad, lindante con la suficiencia, pero que establecían distancias con los demás. En la oscuridad hay múltiples habitaciones en las que transitar, no hay límites ni fronteras entre un bosque, unos pasillos, unos cortinajes y los sonidos de unas aves que quizá no sean lo que parecen, o quizá si.
No hay comentarios:
Publicar un comentario