lunes, 11 de mayo de 2015
Plan siniestro y Seance
'Plan siniestro' (Seance on a wet afternoon, 1964), de Bryan Forbes, y 'Seance' (2000), de Kiyoshi Kurosawa, adaptan la misma novela de Mark McShane, Seance on a wet afternoon (Sesión en la húmeda tarde), pero optan por dos direcciones distintas, y ambas con resultados muy sugerentes. La obra de Forbes tiende a la concentración opresiva alrededor de la pareja protagonista, la de Kurosawa a una deriva sinuosa, que cruza el umbral, o toma el desvío, de lo fantástico. En la obra de Forbes, de entrada, ya desafían a la realidad con un plan que busca reajustar una ecuación frustrante intentando que sea la realidad la que se adapte a la voluntad, y no a la inversa como sienten que ha sido hasta ese momento. En 'Seance' es el azar el que penetra por las fisuras abiertas en la aturdida inercia de vida de los personajes para sacudirlas, como si les desafiara a buscar en un retorcido desvío el modo de modelar la ecuación de la relación entre la realidad y su posición en la misma, hasta ahora abocándose, como el terreno que imperceptiblemente se desliza,cada vez más al margen.
1.En la obra de Forbes, el matrimonio que conforman la medium Myra (Kim Stanley) y su marido Billy (Richard Attenborough) urden un plan que logre liberarles de su atasco vital. Urden secuestrar una niña porque sienten secuestrada su vida, una vida que ya parece un difuso reflejo en un sucio charco. Myra se comunica con entidades sobrenaturales, pero el mundo natural, alrededor, se muestra esquivo, insuficiente, una prisión en la que su reducto, en el que están confinados, es su casa rural. La finalidad principal de su plan no es el rescate que solicitarán, por cuanto el secuestro es una escenificación instrumental, sino el conseguir cierta notoriedad cuando realice la correspondiente escenificación con el uso de sus dones de medium para localizar a la niña. Pero ¿dónde localizar su vida extraviada? La habitación en la que confinan a la niña es un espacio en blanco entre tanto gris y tanta penumbra de humedades, una cicatriz para una herida que no puede cerrarse. Ambos representan, cara a la niña, el papel de médico y enfermera, pero su infección vital no parece tener cura, atrapados en esa herida, originada en el no nacimiento de su hijo Arthur. Para Myra la vida se interrumpió entonces. La vida dejó de nacer, ya sólo es atardecer desde entonces. La niña no es una sustitución, sino un instrumento para recuperar lo perdido aunque se enfrenten a lo que no puede recuperarse. No hay nada ni nadie con quien contactar, no hay una vida que pueda recuperarse, no hay escenario que puede reconfigurarse. Son dos figuras atrapadas en su mustio silencio de hojas húmedas que no dejan de pudrirse.
La narración armoniza las variaciones en su orquestación de tensiones, la del encierro de su espacio en consonancia con su atorada vida interior, y el dinámico despliegue con el intento de materializar la culminación de una escenificación que les libere de su cautiverio en el espacio y en el tiempo (pretérito), en la dilatada excelente secuencia de persecuciones en la calle y en el espacio subterráneo del metro cuando Billy tiene que conseguir el dinero del rescate, que llevará el padre, sin ser apresado por la policía. La otra culminación, la que evidencia lo real tras la escenificación tiene lugar precisamente durante una escenificación, la ejecución de unos de los trances de mediación de Myra con entidades sobrenaturales que no dejan de ser sus fantasmas interiores, en la que la herida supera a la máscara, y rasga todos los velos para revelarse la desolación de una intemperie, acorde, o inevitable derivación, tras que las planificaciones se hayan visto fracturadas por los imprevistos y la accidentalidad, la muerte de la niña por enfermedad. La herida vuelve, como sus vidas no habían dejado de estar cautivas de un permanente húmedo atardecer de cielo plomizo. Intentaron sentirse vivos de nuevo, pero sólo lograron quemarse con la llama.
2.Seance tiene una narración de apariencia deshilachada, como si sus nexos hubieran sido extraídos, o extraviados,como se irá desvelando es la constitución de la vida de la pareja protagonista, Sato (Koji Yakusho) y Junko (Jun Fubuki), en el desarrollo de la narración. Los personajes, en principio, no urden, el azar enmaraña y enreda su vida, como si los fantasmas de su vida subyacente, los de sus silencios, y frustraciones, y carencias, se hicieran emanación a través de una serie de nefastas casualidades que van estrangulando su vida, una vida estrangulada que discurría de modo inercial. Su ausencia en vida. Él, Sato, es un técnico de sonido, y en uno de sus trabajos, cuando graba sonidos en la naturaleza, una niña perseguida por un pederasta se oculta en una de sus maletas. Cuando descubren la presencia de la niña desaparecida, y que aún está con vida, deciden enmarañar la realidad, o lo decide ella, Junko, urdiendo un plan con el que Junko pueda reavivar su vida laboral de medium mediante la escenificación de una serie de dosificadas sesiones con las que les vaya suministrando datos hasta que encuentren a la niña (pretenden con la realidad con las cartas marcadas, una realidad que ya ha jugado con ellos del modo más siniestramente retorcido). Pero un imprevisto, intentar acallarla cuando son visitados por la policía, provoca su muerte.
Junko es capaz de ver a los muertos, a los fantasmas, por eso le ha costado reciclarse laboralmente (como cuando intenta un trabajo de camarera, y ve esas emanaciones fantasmales que acompañan a alguno de los clientes). Pero tener esa cualidad perceptiva no implica que disponga de ventajas para manipular la realidad. La niña, tras morir, no dejará de aparecerse, como una sombra que les persigue, la sombra de una vida que se ha precipitado en la decepción: Junko reprochará a Sato si esta vida de bajo relieve que tienen es la vida a la que pueden aspirar, una vida que parece un mero trámite que les conducirá a la muerte sin más relevancia y acontecimiento. Una vida de fantasmas que pasan por la vida de puntillas sin que nadie se percate de singularidad, porque quizá no la tengan, nadie que les vea ni escuche. Una vida ciega y sorda que les supera y zarandea como plantas por el viento, y a golpes de azar les conduce a unos abismos que convertirán en tumba adelantada cuando intenten desafiar al azar con las escenificaciones que sólo aportarán maraña a un vacío inevitable. Ese vacío del que emana en cualquier momento, desde un fuera de campo que adquiere la condición de ubicuas fauces de lo siniestro y la fatalidad, la figura de un fantasma que porta un vestido cuyo color verde remarca que en su vida no hay espacio para la esperanza.
John Barry compone otra magnífica banda sonora para 'Plan siniestro'
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