viernes, 27 de febrero de 2015

Falbalas

Un cadáver y un maniquí. Philippe (Raymond Rouleau) era un diseñador de moda. Digo era porque en las secuencias iniciales de 'Falbalas' (1945), de Jacques Becker, se le presenta ya cadáver abrazado a un maniquí. En la posterior secuencia, ya en el pasado, lo vemos en plena acción laboral, dilucidando sobre unas prendas que se está probando una modelo. Su modo de tratarla es como si fuera un maniquí, no alguien de carne y hueso y sistema nervioso y emociones y sentimientos. Raymond mira a los demás como si fueran integrantes de una pantalla, atrezzo escénico. Él diseña modelos, no sólo para vestir cuerpos, sino también para vestir la realidad. Lo que no complace, lo trata con brusquedad e incluso desprecio, como una minucia que no merece la mínima consideración, aunque sean los sentimientos de una ayudante enamorada que encaja todos sus menosprecios o todas sus desconsideraciones. Los demás son cosas, como telas mal hilvanadas, retales inútiles. Si algo le complace, se esfuerza por todos los medios en conseguir que se integre en la pantalla que desea vestir en su vida. Porque su aspiración es que la pantalla que diseña de la vida esté dominada por los vestidos de tiros largos (Falbalas).Y cuando irrumpe en su campo de visión, en su escenario o pasarela de vida, Micheline (Micheline Presle), no hay nada que impida su arrollador propósito.
No importa que sea la prometida de un amigo. No importa nadie alrededor. Porque se asemejan a los maniquíes con los que trabaja. De hecho, Micheline parece la encarnación de uno de sus maniquíes. Es su viva imagen. A Philippe no le importaban mucho los sentimientos de las mujeres, porque ninguna le importaba. Le importan los de Micheline porque espera que le corresponda. Y las representaciones y los cuerpos de nuevo difuminan los límites. El diseñador se ve cautivo de su propio diseño, de la red de sus proyecciones, de los hilos que no logra que dominen a la mujer que desea. Y sus emociones, esas que mantenía siempre en reserva, al exponerlas se precipitan en los abismos. Negar resulta fácil: desprecias, ignoras, actúas como si nada te importara de la otra persona. Pero no es tan fácil conseguir la afirmación que te corresponda sobre todo si entre tu vestimenta está incrustada, como accesorios y complementos, los cadáveres de tantas mujeres que has despreciado. Realmente, eras siempre tú solo, y los maniquíes.

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