domingo, 22 de febrero de 2015
El extraño gatito
Un perro contempla cómo un gato ronronea. Un niño contempla cómo el perro contempla al gato ronronear. El gato ronronea mientras mira a la abuela dormir. Su abuela, que duerme mucho, casi siempre parece que está durmiendo, mira a su hija (Jenny Schily) mientras prepara la cena. Es una mirada en la que parece condensarse toda una vida, el peso del tiempo, recovecos inmensos, flecos sueltos, temblores que nunca se hicieron nombre. Su hija, que es madre, se mira con su pequeña hija, aunque son dos, pero ambas son hijas. La mujer que es hija y madre mira hacia el fuera de campo,más allá de la ventana, donde los nombres nunca podrán dotar de luz o dirección a esas miradas que son fisuras. Una botella de cristal se bambolea en varias ocasiones dentro de una cazuela. Hay quien la califica como botella mágica. La bombilla de la cocina explota de repente, hay quien apunta que ha sido causado por el corcho la botella, que no ha podido contener las chispas que contenía tras haber sido llenada por la madre. En la madre, parece que hay muchas chispas que aún no han saltado, se percibe en sus miradas a los demás, al vacío. Todos comen, y la madre contempla el interior de un vaso de leche, parece que hay un pelo, pero se lo bebe hasta el fondo. Sobre la mesa hay un hilo suelto, una aguja, con la que se pincha suavemente un dedo. Muchos hilos sueltos se sienten en esa mirada. Hay otras miradas, las de los niños, que tantean la vida, miradas aún sin tiempo, miradas que comienzan a desenvolverse en la espesura. Y hay otras miradas en las que ya pesa la vida discurrida, miradas que parece espesura difícil de descifrar. Se percibe la agitación de las mareas. El fuera de campo de esas miradas parece abarrotado, y no parece poder nombrarse, o discernirse de modo definido. En la prodigiosa producción alemana 'El extraño gatito' (Das merkwürdige katzhen, 2013), de Ramon Zurcher, abundan los planos dilatados sobre algún personaje, mientras en fuera de campo se escucha a otros. Instantes que puntúan el aislamiento,lo que no parece poder aflorar, o no se ha dejado aflorar, aunque se esté rodeado de otros, lo que ha quedado quizá enquistado en el interior, aquello que se soñó, aquello que se esperaba que fuera encuadre, y no fuera de campo.
Hasta el pasado se evoca a través de escuetos planos que son asediados por el fuera de campo, o en los que se remarca un aislamiento en el que se tantea a lo que hay alrededor: Un pie del que está sentado en el cine sobre el tuyo, y no te atreves a apartarlo. Quizás porque no quieres, quizá no sea una perturbación. Hay quien se deja envolver por la ceniza que flota, y luego sale corriendo. Hay quien lanza gajos, como si fueran los pétalos de una flor que contienen una interrogante que explora la realidad. La hija pequeña escribe un relato sobre un niño que no puede parpadear, un niño sin aromas en sus pulmones. Su madre se tumba junto a él, y decide que tampoco parpadeara. Madre e hija se miran como si no parpadearan nunca más. A veces ella le abofetea cuando tiene un pronto de soberbia. Quizá cuando se miran se contemplan en el pasado, o en el futuro que puede ser, o como enigma de lo que aún resulta difuso. 'El extraño gatito', transcurre en un piso, sobre todo en una cocina. Hay quien diría que es la vida que puede ver en cualquier otra cocina. Pero es una obra dotada de una rara singularidad, de esa magia de un celuloide que se mueve sin saber cómo, y rompe luces para dejar asomarlas oscuridades siempre en fuera de campo, en gestos y sobre todo miradas. Los objetos tienen tanta presencia como los personajes. Hay padres e hijos y abuelos y amistades que circulan por el encuadre, pero también listas de la compra, anotaciones de la tensión que se ha tomado, papeles arrugados con fragmentos de un relato, pelotas, helicópteros que vuelan por control remoto, bolígrafos de tinta negra, cigarrillos, mochilas con luz incorporada y una polilla.
La niña hace música con el cristal de su copa, y grita acompasada cada vez que se usa la batidora. Habla con volumen alto, aunque su abuela duerma. Entre una y otra, entre esa exuberancia y ese reposo que es también cansancio, entre ese cuerpo que mira a la vida como una espesura sobre la que aún configurar muchos mapas a los que asediar con preguntas y ese cuerpo que ya no mira, sino que se ausenta, porque ya no espera más, o mira como si se mirara a sí misma, su vida, a través de su hija, una vida que parece ya persiana que se cierra, respira el maremagnum de incógnitas de la vida, el forcejeo entre lo que se constituye como encuadre, y quizá no es lo que se deseaba que se constituyera como encuadre, y el fuera de campo de lo irresuelto, de lo aplazado y soñado. Ahí es donde se agita la mirada de la hija que es madre. Esa mirada intermedia, que parece en medio de todo, por eso se mira con su hija, y mira el vacío más allá de su encuadre, y del nuestro, de lo que no logramos captar de los otros, de lo que aún no se logra captar de uno, de lo que no se ha logrado perfilar en la propia vida y es hilo suelto, como su carcajada se despliega cuando una bombilla explota súbitamente. Porque quizá haya mucho que no ha explotado en su interior, muchas polillas que no han echado a volar, o que fueron pronto comidas por el gato que ronronea. Por eso se pincha con la aguja. A ver si aún hay sangre. 'El extraño gatito' es asombro y enigma. Es un encuadre en el que palpitan los múltiples fueras de campos que definen nuestra vida en la relación con los otros y con nosotros mismos. Es una fisura que nos mira. Y nos despierta.
Una de las obras más sublimes que he visto en los últimos años
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