lunes, 26 de enero de 2015
Alma salvaje
Desplazamientos, tránsitos (II)
'Alma salvaje' (Wild, 2014), de Jean Marc Vallée. Hay momentos en la vida en que simplemente desistes, porque ya te sientes sin fuerzas o te sientes incapaz. No es que se te hayan presentado encrucijadas y elegiste mal. No siempre es así. A veces, te esfuerzas, perseveras, y lo consigues. En otras, pierdes pie, abandonas, aceptas la derrota, tu fracaso, tu impotencia. Eso le dice a Cheryl (Reese Whiterspoon), uno de los diversos personajes con los que se cruza en el recorrido de 4200 kilómetros que realizó, durante dos meses, allá por 1995, por el Sendero de la Cresta del Pacífico, desde el desierto Mojave hasta la frontera canadiense, recorriendo los estados de California, Oregon y Washington, y teniendo que superar las cordilleras, en algunos casos surcadas de nieve, de Sierra Nevada o Las Cascadas. Si el protagonista de la anterior película de Vallée, 'Dallas buyers club' (2013), no se sumía en la desesperación cuando le diagnostican el sida y en vez de abandonarse a su desgracia toma las riendas del poco tiempo que le queda de vida y crea una red que suministre tratamientos alternativos para la enfermedad, Cheryl se muestra también determinada y opta por una arrojada y audaz acción para reconducirse, y arreglar la avería de su vida. La obra se abre con una secuencia que condensa su presente y su pasado, su derrotas pretéritas y su desafío presente, su incierto presente, su voluntad aún en construcción. Cheryl en lo alto de una montaña se quita las botas para poder arrancarse del todo una de las uñas de sus malheridos pies, y en el proceso se le cae ladera abajo la bota. Desesperada, rabiosa, lanza la otra al vacío. Hay en las entrañas de Cheryl muchas emociones malheridas con uñas que arrancar. Como hay mucho equipaje vital que supone un lastre, del que deberá desprenderse, como en los primeros pasajes debe descargar mucho material innecesario que sobrecarga tanto su mochila que debe realizar ímprobos esfuerzos para lograr alzarse con ella puesta.
Pero si en el pasado desistió y se dejó precipitar en el vértigo del aturdimiento donde desaparecer a través del consumo desbocado de estupefacientes o de la relación indiscriminada de cuerpos masculinos para intentar contrarrestar su desvalimiento y naufragio emocional, este viaje que se ha propuesto supondrá su inmersión en el vacío y las profundidades de su depresión, la raíz de su dolor, para alzarse, con el gesto combativo, en unas alturas en las que ya no tema enfrentarse al dolor y las decepciones y las diversas adversidades y contrariedades de la vida. Si se queda sin botas, se coloca unas chanclas. La cuestión es salir al paso, seguir dando pasos de modo decidido. El desarrollo narrativo se trama sobre ese proceso alquímico. Las irrupciones primeras del pasado, cuando se inicia el viaje en el desierto, son planos fragmentados, sin sonido, como espasmos. Progresivamente, las irrupciones del pasado se concretarán en secuencias más desarrolladas, como si se perfilaran las emociones desenfocadas, y fuera enfrentándose a los diversos fantasmas que propiciaron que, en los últimos cuatro años, se precipitara en un remolino en el que sólo anhelaba extraviarse, desde que diagnosticaron a su madre, Bobbi (Laura Dern) que tenía un tumor maligno. Una mujer, su madre, que siempre ponía una sonrisa aunque sus circunstancias fueran adversas o desgraciadas.
En ese sentido es significativa la recurrente relación de temor con varias figuras masculinas, considerando la relación de maltrato físico que ejercía el padrastro sobre su madre, o cómo los hombres se convirtieron en figuras borrosas intercambiables en los que perderse en la aturdidora embriaguez del deseo. No con todos, porque son variadas las relaciones que configura en su trayecto, tanto con hombres como mujeres, y también encuentra armoniosas relaciones provisionales con figuras masculinas. Pero esa reiteración remarca su progresiva afirmación. De alguna manera también se enfrenta a su propio miedo al miedo. Es particularmente hermoso, y singular, por sorprendente, el encuentro con una llama en un sendero del bosque, introducción a un encuentro con una niña en la que pareciera que se viera a sí misma, y en la que vez se reencontrara. O culminara, por fin, una reconciliación con lo que había extraviado en sí misma. Por eso, las lágrimas le desbordan. Y el puente, al fin puede cruzarse, ese puente en donde le espera la zorra, visión compañera recurrente que le ha acompañado, sin saber cuándo era real o cuándo imaginaria, en el trayecto que le ha hecho remontar el vuelo en su vida cual ave fenix. Por eso su mirada, se eleva hacia las alturas.
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